Bióloga y citogenetista, Elisabet Silvestrepasó 19 años trabajando en genética, investigando las anomalías cromosómicas. "En esa época, pensábamos que el ambiente podía jugar un papel importante, pero no éramos conscientes de hasta qué punto, así que, una vez que acabé la tesis doctoral, comencé a investigar en ese campo".

Ahí empezó su "segunda vida", como explica, cuando se preguntó qué pasaba con el medio ambiente y cómo afectaba a la salud de las personas. Lo que inició como una afición se ha convertido en una nueva vía profesional, y hoy es una gran especialista en biohabitabilidad y salud ambiental.

Fruto de ello es su reciente libro Tu casa sin tóxicos (Ed. Integral), un excelente manual donde hace un repaso exhaustivo por todos los ámbitos de la vida cotidiana, sobre todo en el hogar, en los que nos exponemos a agentes ambientales que pueden llegar a enfermarnos.

Elisabet no solo enseña a reconocer estas sustancias o radiaciones y a conocer su potencial dañino, sino que ofrece alternativas para minimizarlas.

Los tóxicos, la cara oculta del progreso

–Vivimos con más comodidades que nuestros padres y abuelos, pero afirmas que el progreso no nos ha salido gratis y tiene una cara oculta. ¿El cambio en la calidad ambiental es más extremo de lo que imaginamos?
–No somos conscientes de la factura real que pagamos y que pagarán probablemente nuestros hijos por todo este "bienestar" que hemos generado.

Los científicos hablan de pandemia silenciosa. Hay toda una serie de factores ambientales que la ciencia evidencia como tóxicos. No son visibles, y por ello no se tiene la percepción de vivir rodeados de compuestos químicos y radiaciones perjudiciales para la salud.

Por eso no se hace nada para evitarlo, aunque se esté expuesto a ellos constantemente.

–¿Con cuántas sustancias químicas sintéticas convivimos?
–Se cifran en más de 100.000, una cantidad enorme. De algunas se conocen los efectos en la salud porque se han estudiado a nivel individual y se ha visto cómo actúan en el organismo.

Pero de muchas no se tiene todavía conocimiento de su efecto. Y de lo que no se sabe nada es de la sinergia entre ellas, es decir, del cóctel que forman todas juntas, porque no estamos expuestos a una sola sustancia, sino a muchas a la vez.

La problemática real que se nos escapa es cómo interactúan entre sí y en combinación con otros factores, porque además estamos expuestos a radiaciones naturales y artificiales. Y no conocemos el impacto de todos ellos juntos.

–"La dosis no hace el tóxico", dices en tu libro. Explícanos qué significa esto.
–En toxicología médica se venía siguiendo la ley de Paracelso de que la dosis hace el tóxico.

Así, para la mayoría de sustancias se considera que las dosis pequeñas no provocarían un desequilibrio en el organismo. Sin embargo, se está demostrando que no es así. Una de las primeras evidencias se constató en las especies acuáticas con malformaciones en los órganos reproductores debido a sustancias que llegan a los ríos y acaban interfiriendo en el sistema hormonal.

No se trataba de grandes vertidos, sino de dosis pequeñas, incluso por debajo de los niveles regulados legislativamente, pero a las que los organismos acuáticos se hallan expuestos habitualmente. Después, se ha constatado en el ser humano. Por eso, aunque la dosis sea muy baja, ya no se puede decir que no pasa nada.

La medicina ambiental

–¿Sería ese el campo de investigación de la nueva medicina ambiental?
–Sí, se está investigando cómo las dosis pequeñas reiteradas en el tiempo pueden desequilibrar el sistema biológico, cómo algunas se acumulan en el cuerpo, como sucede con los compuestos orgánicos persistentes.

También se investiga el efecto de las radiaciones, de los campos electromagnéticos. La medicina ambiental es un campo emergente, así como lo son las enfermedades ambientales. Cada vez hay más afectados por la deficiente calidad del entorno: no solo se incrementan los casos de asma o alergias, también los casos de sensibilidad química múltiple y de electrosensibilidad.

Bajo el término de exposoma, se está llevando a cabo una línea de investigación que quiere abordar los efectos en la salud derivados de la exposición al conjunto de las exposiciones ambientales, de los hábitos de vida, de los mecanismos que ocurren en el interior del organismo, la microbiota,... a lo largo de la vida.

–¿Y por qué estos trastornos afectan más a las mujeres?
–Biológicamente estamos preparadas para la maternidad y, por tanto, nuestro cuerpo tiene un 15% más de grasa que el del hombre.

Y, como muchos compuestos químicos se acumulan en el tejido adiposo, tenemos más facilidad para acumular este tipo de sustancias. Culturalmente la mujer también ha estado más expuesta a una serie de áreas, como la de la limpieza del hogar o la de la cosmética.

–Estos pacientes se ven obligados a dar mil vueltas en las consultas médicas y nadie les reconoce la enfermedad.
–Porque sus síntomas son inespecíficos. Muchos sistemas corporales pueden estar afectados y en cada persona repercuten de forma diferente.

Hasta que llegan al especialista adecuado que sabe reconocer la enfermedad. Ocurre así también con el llamado síndrome del edificio enfermo. Por el hecho de estar cada día en un edificio con una calidad del ambiente interior deficiente puedes tener unos síntomas muy parecidos al estado pregripal: no te encuentras bien, estás cansado, te cuesta rendir, te pican los ojos... pero no aparece la gripe. Los síntomas se resuelven cuando estás de baja, de vacaciones, en definitiva, cuando estás fuera del edificio, cuando no estás expuesto a las fuentes de riesgo.

También hay quien cambia de casa y en la nueva vivienda comienza a experimentar síntomas adversos de salud debido a los materiales de construcción, las pinturas... que no son nada bióticos y que emiten sustancias que se volatilizan, se inhalan al respirar, y pueden estar detrás de alergias y otros problemas respiratorios.

El control ambiental y eliminar el agente tóxico es la única receta en estos casos. Y es que el ambiente en que vivimos puede no ser inocuo y hay factores que acaban desequilibrando la salud.

Un hogar sin tóxicos

–En tu libro haces un análisis muy minucioso de nuestro entorno más inmediato, el hogar. ¿solemos vivir en casas enfermas?
–No todas las casas están "enfermas"; el hogar es importante porque pasamos al menos un tercio de la vida en él. Y es un lugar donde nosotros podemos actuar.

Quizá quieras intervenir en el trabajo y no es tan factible, pero en tu casa puedes decidir qué compras, qué alimentos comes, con qué limpias, los cosméticos que te aplicas en la piel, cómo pintas las paredes… Este poder de decisión te puede ayudar a no incorporar elementos tóxicos que a la larga pueden desequilibrar el organismo.

–Asombra saber que el aire del hogar puede estar entre dos y diez veces más contaminado que el de la calle.
–Así lo indican los estudios de la EPA, la agencia de protección ambiental americana, a partir del análisis del aire de domicilios particulares.

Tenemos claro que la contaminación externa se debe al tráfico rodado, a las industrias, etc. De hecho la OMS acaba de clasificar la contaminación ambiental como cancerígena. En cambio, creemos que en nuestra vivienda estamos seguros.

Pero esos estudios de la EPA muestran que el aire interior puede estar más contaminado que el exterior.

Es sorprendente. Piensas: ¿cómo entra en casa esa contaminación? ¿De dónde viene? Pero hay que ver con qué productos pintas la casa, los materiales de muebles o alfombras, los detergentes, suavizantes o ambientadores que usas…

El formaldehído, que se reconoce por su característico olor picante, a "nuevo", es irritante e incluso cancerígeno, y uno de los enemigos invisibles más comunes.

–¿Mejorar la calidad del aire en casa sería el primer paso? ¿Por dónde empezamos?
–Primero, ventilar. La ventilación es muy importante.

Deberíamos volver a los hábitos más sanos de ventilar las casas 15 o 20 minutos al día, dependiendo de si es verano o invierno, pero debe haber una buena renovación del aire y de forma habitual. En segundo lugar, intentar no introducir sustancias que pueden mermar esa calidad ambiental.

–Dices que "limpiamos nuestras casas ensuciándolas con productos químicos". ¿Qué alternativas tenemos?
–Es una gran paradoja.

Hemos aprendido a hacer una asepsia de prácticamente todo: el cuarto de baño, la cocina, etc., pero con esa limpieza ensuciamos el hogar con sustancias químicas. Son dosis bajas, pero suponen una exposición continuada porque se limpia regularmente.

El salfumán, el amoniaco y la lejía están omnipresentes en muchos hogares, junto a toda una serie de productos: los que quitan la cal, los que abrillantan la madera o los cristales…

Se ha mejorado en las formulaciones a nivel medioambiental –por ejemplo, tienen menos fosfatos para evitar la eutrofización de las aguas–, pero llevan toda una serie de sustancias tóxicas que, cuando vaporizamos, se inhalan y pasan al interior del organismo o, cuando se aplican al suelo, acaban en el aire.

Limpieza con productos caseros

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Limpieza con productos caseros

–Leer las etiquetas apenas permite saber qué estamos utilizando...
–Puede resultar complicado conocer las numerosas sustancias químicas con las que nos relacionamos y aprendérselas todas. Lo más sencillo y práctico es optar por detergentes con sellos ecológicos.

También puedes usar los productos de la despensa, como bicarbonato, vinagre blanco o limón. añadiendo agua y un poco de jabón neutro, podemos hacer nuestros limpiadores de manera fácil y económica, y son muy saludables.

–Recomiéndanos algunas plantas que limpien el aire.
–Los potos, las dieffenbachias y los ficus son muy buenas filtradoras y purifican el aire. Basta con dos o tres plantas medianas en un espacio de 10 o 15 metros cuadrados.

La NASA analizó cómo cada especie capta más unos tóxicos que otros. Con un poco de variedad, será más efectivo.

Tóxicos que entran por la piel

–Das un dato escalofriante: la mujer que se maquille habitualmente da entrada en su organismo a 2 kilos de productos sintéticos al año.
–Ese estudio a mí me sorprendió mucho.

Metales pesados como el mercurio o el plomo no deberían estar en un pintalabios. Maquillarse no tiene que suponer un problema para la piel o la salud del organismo. De hecho, se comercializa una amplia gama de cosméticos ecológicos certificados.

Y deberíamos ser muy cuidadosos con los productos de higiene que usamos con los niños. No son adultos en miniatura, no podemos usar los mismos niveles límite establecidos para los adultos.

–Ftalatos y parabenes son dos bestias negras en el mundo de la cosmética convencional. ¿Por qué se usan?
–Los ftalatos se añaden como ablandadores y plastificantes. Los parabenes actúan como conservantes, permiten que una crema que abres hoy continúe estando bien dentro de unos meses.

Una vez dentro del cuerpo estas sustancias actúan mimetizando las hormonas, con lo que desregulan el sistema hormonal: pueden amplificar o reducir su acción.

Es lo que conocemos como disruptores endocrinos. Incluso a dosis muy bajas, los estudios científicos muestran su relación con el asma infantil, alergias, con problemas metabólicos, por ejemplo el aumento de la obesidad, de la diabetes, en problemas de fertilidad, bajo peso al nacer, malformaciones en los niños a nivel genital, la criptorquidia –el descenso incompleto de los testículos–, cambios en la edad de la aparición de la primera regla en las niñas –que cada vez es más baja–.

También se asocian con una mayor incidencia de cánceres hormonodependientes como el de mama. realmente, se evidencia un incremento de problemas de salud debido una vez más a esta exposición silenciosa.

–¿Con las cremas solares también debemos tener precauciones?
–Hemos pasado de una cultura de tomar en exceso el sol, incluso en las horas centrales del día, a pautas de recomendar aplicar de forma regular cremas protectoras.

Está claro que hay que tomar medidas para reducir la incidencia de melanoma. De todos modos, no se puede obviar que al aplicar protectores solares, se suele alargar el tiempo de tomar el sol porque no se tiene la sensación de excederse en la exposición.

Y, a más tiempo al sol, más crema nos ponemos en el cuerpo. Algunos protectores incorporan sustancias que actúan como disruptor hormonal, por ejemplo la oxibenzona y la benzofenona. Lee la etiqueta y elige las que no las lleven.

–¿Puede haber relación entre el abuso de cremas solares y carencias de vitamina D?
–Sí. estas cremas filtran los rayos ultravioleta de onda más corta, que son los que nos ayudan a producir vitamina D.

Se ha comprobado que han bajado mucho los niveles de vitamina D en la población, en una latitud como la nuestra, con mucho sol. Y eso es un problema porque incide en el sistema anímico, el nervioso y el inmunitario, y actúa en todo el metabolismo del calcio o en la osteoporosis.

Por otro lado también se ha demostrado que niveles óptimos de vitamina D ayudan a que las células tumorales sean menos resistentes a los tratamientos oncológicos, así que una deficiencia de vitamina D hace que estos tratamientos resulten menos efectivos. Por lo tanto, el sol es muy importante, necesario; y con una exposición de 20 minutos al día, sin quemarse.

–En tu recorrido por el hogar la ropa constituye un apartado importante. ¿Las fibras naturales como el algodón o el lino tampoco son inocuas?
–Entre la ropa sintética y el algodón, el lino o la seda notamos que el confort es muy diferente.

No producen electricidad estática, el cuerpo transpira y eso te hace sentir más cómodo. Solo por eso ya conviene elegir ropa de tejidos naturales. Pero si se analiza más a fondo, el algodón puede haber sido tratado con plaguicidas en su cultivo, o durante su elaboración se le han incorporado sustancias nocivas. También sustancias que actúan como disruptores endocrinos.

Una persona con sensibilidad química múltiple lo notará enseguida. De ahí, especialmente en esos casos, la conveniencia de preferir algodón orgánico. Con las prendas que están más en contacto con la piel habría que ser más cuidadoso, como, por ejemplo, con la ropa interior, la de cama y sobre todo la de los bebés, niños y personas sensibles.

Comer ecológico y dormir bien

–¿Qué tóxicos puede aportar la alimentación?
–Con la dieta mediterránea se nos ha educado mucho en comer fruta y verdura. Pero nos falta un segundo paso, porque la alimentación ecológica debería ser más popular.

Conocemos por los estudios el problema de los plaguicidas y fertilizantes sintéticos usados en la agricultura convencional; de modo que si comemos más vegetales seguramente estamos ingiriendo más dosis de sustancias nocivas.

Una dieta de tendencia vegetariana tiene numerosas propiedades favorables para el organismo, pero además debe ser de calidad y eso pasa por las garantías de que sea ecológica. O bien, como me gusta animar: crea tu propio huerto y cultiva tus propios alimentos.

Asimismo, podemos destruir las cualidades de un alimento con los sistemas de cocción y las temperaturas muy altas. Los fritos deberían minimizarse, porque con esos procesos de cocción se generan nuevas sustancias perjudiciales para la salud.

–Focalizas tus esfuerzos para que el dormitorio esté libre de contaminación. ¿Qué recomiendas en concreto?
–Deberíamos mirar el dormitorio con la idea que tenemos de un balneario de salud. es el lugar donde vamos a recuperarnos, a regenerarnos, a equilibrar todo el organismo.

Es un espacio en el que pasamos ocho horas cada día, un tercio de la vida. En ese momento de la jornada el organismo pone en marcha los mecanismos de reequilibrio, de reparación celular, la glándula pineal, la producción de melatonina...

Hemos de cuidar que no haya ningún factor ambiental que pueda interferir en todos estos procesos. La glándula pineal funciona bien cuando no hay luz, por tanto uno de los aspectos más importantes es dormir libres de contaminación lumínica, sin que nos entre luz de la calle o el resto de la casa.

–¿Mejor dormir entonces en total oscuridad?
–Sí. Las luces del dormitorio deberían dar información al cerebro de que el espectro electromagnético emitido es el mismo que el del sol al anochecer, cuando predominan las frecuencias del rojo, como la luz de una vela.

Por esa razón conviene evitar las luces azuladas por la noche; y si los niños tienen miedo, dejar una luz tenue y de color rojizo. De ese modo la información que recibe el cerebro es la de irse a dormir, lo que ayuda a tener un sueño reparador.

La temperatura también es otro factor importante. es preferible una más baja y dormir abrigados con un edredón.

–¿Y la posición de la cama?
–Se recomienda evitar los campos electromagnéticos. es lo que llamamos higiene energética.

Significa que los cables de las instalaciones eléctricas, los que están cerca de la cabecera de la cama, deben ir en tubos apantallados. O bien se instalan desconectores eléctricos automáticos. Con eso tu organismo ya no está expuesto.

Y mejor descartar equipos como radiodespertadores electrónicos o tener el móvil o el wifi enchufado de noche… Mientras se duerme la tecnología que emite campos electromagnéticos debe estar lo más alejada posible del organismo.

Estas serían las radiaciones artificiales; luego están las naturales. en ese sentido hay que ubicar la cama en una zona donde no haya una intensa radiación natural de la tierra, es decir, en zonas más estables.

–La bioconstrucción va ganando terreno gracias a trabajos de divulgación como el tuyo o el de Mariano Bueno. ¿Crees que dentro de poco será impensable construir una casa sin seguir criterios de una construcción saludable para las personas?
–No sé cuánto tiempo tardaremos en hacer todas las casas con esas características, pero es la única vía.

Los pioneros de la bioconstrucción (palabra que deriva del vocablo alemán Baubiologie "biología de la construcción") empezaron hace más de 25 años a divulgar todos estos temas y ahora por fin están más extendidos.

Imparto la asignatura de biohabitabilidad en diferentes másters y postgrados, explicando a arquitectos cómo hacer entornos más saludables. Asociaciones como GEA imparten formación en biohabitabilidad. Y la Universidad de Lleida está haciendo el primer máster de bioconstrucción del Estado y se ha creado el IEB, Instituto Español de Baubiologie. Se va avanzando en la divulgación de diseñar entornos más saludables.

Ahora que se apuesta por la rehabilitación o las casas pasivas, considero muy importante hacerlo con criterios de bioconstrucción. Crear un entorno sano es la receta que te hace el médico en determinadas patologías: cuando tienes una sensibilidad química, más que darte un medicamento, el tratamiento es mejorar la calidad ambiental.

Así, la vía para ganar salud es conseguir entornos sanos, sin tóxicos.