Los meses más calurosos se presentan como una cita con el descanso, el disfrute y la lentitud.

Durante el resto del año las prioridades pueden ser otras pero el buen tiempo parece empujarnos a aminorar el paso y vivir con mayor atención.

Ser fiel a lo que dicta el reloj puede tener un precio muy alto: el del bienestar y la salud, ya que el estrés y una dieta a base de comidas precocinadas y rápidas es la principal causa de obesidad y enfermedades coronarias y del sistema nervioso. Además, con ello la persona pasa de manera superficial por la retahíla de cosas que se impone cumplir, lo que genera insatisfacción.

Antes de que una enfermedad imponga una parada obligatoria, es conveniente bajar el ritmo y adoptar medidas que lleven a vivir con mayor serenidad, a disfrutar más del momento sin tener que posponer la felicidad hasta el próximo fin de semana o las vacaciones.

Se trata de cambiar la actitud del día a día: trabajando y disfrutando del trabajo, pero no viviendo para trabajar; comiendo a un ritmo más pausado –no engullendo– y recuperando tiempo para no hacer nada o para hacer lo que apetezca, aunque aparentemente no tenga un fin productivo: leer, jugar con niños, dar un paseo, tumbarse al sol, meditar o compartir momentos de amistad.

Ya los sabios de la antigüedad proponían huir de los imperativos sociales, como desde hace unos años pone en práctica el movimiento slow, una corriente cultural que nació en Roma en 1986.

Su emblema es un caracol y en sus iniciosreivindicaba la gastronomía local como bien cultural frente al fast food de importación americana, y la degustación, despacio y con tiempo, de platos tradicionales saludables, sin aditivos, conservantes ni colorantes.

Para los integrantes de este movimiento, así como para tantas otras personas que son conscientes de que la vida marcada por las prisas no es vida sino más bien supervivencia, es importante recuperar momentos para la pausa y la reflexión, para escuchar a los demás y vencer la falta de paciencia dominante, como asegura Carl Honoré en su famoso libro Elogio de la lentitud.

Veamos a continuación algunas sugerencias para disfrutar de la tranquilidad este verano.

1. Revisar prioridades

La rapidez se convierte en la excusa perfecta para no tener que reflexionar sobre la propia vida, pero si realmente se quieren cambiar ciertos aspectos de la realidad cotidiana, porque resultan limitantes o insatisfactorios, se ha de comenzar por detenerse a pensar cómo se siente uno en su piel –con lo que es y lo que tiene–, qué necesita realmente –tal vez se pueda ser más feliz con menos...–, de qué cosas y relaciones puede prescindir y cómo puede organizar mejor su tiempo para que su vida gane serenidad y cobre mayor sentido.

De lo contrario, como afirma Jon Kabat-Zinn en su libro El poder de la atención, "el ímpetu de lo que tenemos que hacer acabará por dominarnos y puede obligarnos a que vivamos su orden del día, en vez del nuestro, casi como si fuésemos robots".

Revisar prioridades permite mantener aquellas actividades y relaciones que realmente resultan necesarias o que llenan, y desligarse de aquellas otras a las que se dedica tiempo por mera inercia o compromiso.

Una buena forma de comenzar a organizar mejor la agenda diaria es confeccionar una lista con las seis o diez cuestiones que se considera importante abordar durante el día en los diferentes ámbitos: trabajo, familia, casa, ocio, relaciones sociales... Hay que ser realista y procurar que exista un equilibrio entre las obligaciones y las actividades personales.

Lo que al final de la jornada no se ha podido cumplir puede pasar al inicio de la lista del día siguiente para que así, día a día, se pueda ir atendiendo a los propósitos y para que, al mismo tiempo, lo no realizado no pese en la mente provocando ansiedad e impaciencia.

2. Centrarse en el presente

Es fácil vivir dándole vueltas al pasado, proyectándose hacia el futuro y de espaldas al presente, cuando este es el único momento real y que merece ser la pena vivido.

El rumiar de la mente entre las frustraciones relacionadas con el pasado y las preocupaciones sobre lo que ha de venir, lleva a vivir en una permanente huida de uno mismo, y puede sumir a la persona en una actividad frenética en busca de una felicidad que siempre está por llegar, porque nunca parece satisfacer del todo cuando se atisba: siempre se espera "algo" más.

Estar abierto a disfrutar de la riqueza del presente cultivando la "mente de principiante" –la mente dispuesta a verlo todo como si fuese la primera vez–, con la capacidad de asombro de los niños, ayuda a tener una visión más serena, real y gozosa de la vida.

Esta disposición hace posible una relación más profunda y sincera con uno mismo, más consciente de lo que ocurre, más paciente, y la persona se vuelve más receptiva y creativa ante lo que pueda suceder.

Algunas claves para centrarse en el presente son paladear cada momento como si fuera el último de la existencia, o como si todo fuera nuevo, con una actitud positiva ante lo que ocurre: en el trabajo, con la pareja y familia, en la calle... y fluir con aquello que la vida muestra en cada momento, sin emitir juicios de valor y aceptando con amor lo que ocurre, como una evolución en la experiencia personal que nos enseña algo que merece la pena aprender.

3. Saborear la comida

Al igual que realizar una respiración suave y profunda contribuye a que el organismo se oxigene correctamente y a ver las cosas con otra perspectiva, comer sin prisas es fundamental si se quiere que los nutrientes ingeridos con la comida resulten provechosos.

Joe Dispenza explica en su libro Desarrolla tu cerebro que el estrés impide que los órganos encargados de la digestión reciban un aporte sanguíneo adecuado, por lo que cuidar escrupulosamente la comida, seguir una dieta personalizada o tomar un sinfín de vitaminas puede resultar insuficiente: si no se metaboliza lo que se come estos esfuerzos son vanos.

Por otra parte, comer deprisa y con ansiedad lleva a ensalivar mal y a llenarse de aire, lo cual puede acabar provocando gases, dolores abdominales y sensación de hinchazón.

Concederse un tiempo para comer, así como alimentarse con productos frescos, sanos y libres de grasas nocivas es esencial para el buen funcionamiento del organismo.

Además, diferentes estudios apuntan que comer deprisa hace que se ingiera más y que se gane peso, ya que, al parecer, cuando se come apresuradamente la sensación de apetito se prolonga y esto lleva a excederse. Masticar bien los alimentos y utilizar cuchillo y tenedor contribuyen a ir más despacio y a deleitarse con los diferentes sabores.

Para recuperar el placer de comer y su ritual, se puede quedar con algún amigo, o si uno se queda en la oficina, compartir ese momento con los compañeros de trabajo. Ayuda a relajarse y a darle a ese tiempo de la comida la importancia que tiene.

Merece la pena aprovechar esta pausa para disfrutar también de la compañía escogida. Tan importante como elegir alimentos de calidad es también comérselos con tranquilidad y armonía, participando de una conversación relajada y tal vez compartiendo los pequeños acontecimientos que marcan la vida cotidiana.

4. Disfrutar de la naturaleza

Salir al encuentro de la naturaleza es uno de los mayores regalos que uno puede hacerse para dejar atrás la agitación diaria de las ciudades.

Caminar sin reloj por un bosque o por la montaña durante todo un día, o cuanto se quiera, sin responder a ningún plan previo que obligue a nada, permite sumergirse en un mundo de sensaciones y sonidos fundamentales para el ser humano.

De repente, el aire fresco y limpio llena los pulmones; los pájaros cantan a la vida, el silencio nos devuelve la calma, el arroyo refresca y nos recuerda nuestro origen, la presencia de los árboles equilibra y reconforta con su majestuosidad y poder, y la luz del sol y el sendero hacen que la vista se recree en la belleza del paisaje y que nos adentremos en nosotros mismos sin agobios, de modo que podamos poner orden a los pensamientos y que reflexionemos con lucidez.

Además, caminar permite ejercitar el cuerpo, contribuye a eliminar toxinas y tensiones e invita a dejar en el camino la excitación acumulada.

Quedarse a presenciar la puesta de sol, disfrutando del momento, hace que la experiencia resulte aún más profunda y liberadora, si cabe.

5. Respirar profundamente

El estrés físico y mental ocasionado por la necesidad de atender los múltiples frentes de la vida acelerada activa el sistema nervioso simpático, el mecanismo de lucha o huida que salta en señal de alarma.

Este mecanismo pone en marcha toda una serie de cambios fisiológicos, desde la secreción de adrenalina a la tensión muscular, y lleva a una respiración torácica superficial que permite actuar con rapidez, pero a la larga no permite una buena oxigenación y mantiene la activación del sistema simpático.

Todo ello puede alimentar un estrés crónico o trastorno de ansiedad.

Realizar una respiración diafragmática, lenta, profunda y regular, puede inducir de nuevo la calma y hacer sentir más relajado y estable emocionalmente.

Para conseguir una respiración más plena, se puede hacer el siguiente ejercicio:

  1. Sentado o tumbado cómodamente en el suelo, se coloca una mano sobre el tórax y la otra sobre el abdomen. Esto ayuda a sentir los movimientos que produce la entrada y expulsión de aire.
  2. Al principio, solo hay que respetar la respiración de la que se parte, sin querer modificarla, por agitada que sea. El simple hecho de tomar conciencia de ella ya empieza a sosegarla.
  3. Poco a poco, se van alargando las inspiraciones y las espiraciones. Para ello se toma el aire por la nariz y se conduce lentamente a la parte baja de los pulmones, hinchando el abdomen progresivamente sin mover el tórax. Se retiene un momento el aire en esa posición.
  4. Por último, se suelta poco a poco espirando por la nariz y desinflando el vientre, sin mover el tórax.

6. Escuchar y pensar antes de responder

"Si hablas, da tiempo a que tu palabra llegue al alma del que te escucha y también de que la palabra de este te llegue a ti. Con cuánta frecuencia, antes de que los otros hayan terminado de hablar les hemos interrumpido para decir lo nuestro. Dejar que la otra persona hable no es aguantar mecha, sino ser capaz de recibir", asegura el profesor de filosofía Josep Maria Esquirol en su libro El respirar de los días.

Algo que refleja el cambio profundo en las relaciones sociales del mundo moderno es la falta de tiempo para dedicar a los demás: para detenerse a hablar con el vecino, para escuchar al otro hasta que acabe, para llamar por teléfono a ese amigo al que hace tanto tiempo que no vemos...

Los encuentros suelen ser tan fugaces e impacientes que no permiten apenas profundizar en nada ni entender bien a veces lo que nos están diciendo.

Una acción recomendable para bajar el ritmo es practicar la escucha activa. Consiste en escuchar realmente, poniendo interés, recibiendo lo que nos están diciendo, sin ninguna premura o preocupación por responder.

El diálogo, para ser sincero y enriquecedor, necesita atención. De otro modo, queda reducido a un simple parloteo destinado a escucharse a uno mismo, en el que no es posible el intercambio.

7. Viajar sin presiones

Las vacaciones de verano son para muchos el momento más oportuno del año para relajarse por completo y tomarse la vida con más calma.

Eso si no se convierten en una extensión del día a día laboral, organizándolas en exceso y privándolas de la improvisación que requieren para que de verdad permitan vivir el momento y disfrutar.

Un objetivo interesante es intentar no programarlo todo. Al salir de viaje conviene prever ciertas cosas, sobre todo si se va a un país extranjero, pero resulta muy interesante también ir viendo cómo discurre el viaje y actuar sobre la marcha, dejándose llevar por las propias apetencias en cada momento.

Querer verlo todo siguiendo un programa asfixiante impide profundizar en lo más atractivo.

Lo mejor de los viajes es la posibilidad que ofrecen de situarse en escenarios, culturas y maneras de hacer diferentes a la propia.

Viajar con el ánimo receptivo y la disposición de adaptarse a otras formas de vida enriquece la experiencia, la dota de más significado.

Probar la comida sin prejuicios, aceptar que a lo mejor no se va a dormir muy cómodo, ser capaz de agradecer la hospitalidad, tomar las cosas como son... hacen que algunas incomodidades e inseguridades se conviertan en una oportunidad para el crecimiento, en vez de un inconveniente.

Tanto si se viaja por cuenta propia como si se recurre a un viaje organizado, habrá que movilizar y desarrollar los propios recursos. En unos casos para afrontar los imprevistos con creatividad y tolerancia y, en otros, para congeniar con el resto del grupo y adaptarse a la agenda de actividades.

8. Recuperar el gusto por la lectura

Las prisas diarias hacen que muchas veces se renuncie al placer de la lectura, a leer por el mero placer de leer y no solo valorando la utilidad concreta de lo que se lee.

Nos perdemos así una de las prácticas más enriquecedoras y divertidas a las que tenemos acceso de forma fácil.

"Los buenos libros no tienen prisa", decía el padre de la antroposofía Rudolf Steiner. Son obras que aquietan el espíritu.

Si no se es muy lector, hasta leer un periódico, una revista o un cómic puede ayudar a tomarse un respiro.

Leer en un transporte público de camino al trabajo, o tumbado en el salón de casa, en la playa, en momentos de descanso... puede resultar muy estimulante: los libros permiten volar al rico mundo de la fantasía y las palabras, constituyen una fuente de aprendizaje y calman la mente al lograr abstraerla del barullo cotidiano.

9. Jugar con los niños

A baloncesto, a fútbol, a correr, a ir en patinete, a construir castillos de arena, al ajedrez... Jugar con nuestros hijos, sobrinos, o con niños en general, permite entrar en un tiempo presente en el que lo más importante es lo que se está haciendo: jugar y disfrutar, sin más preámbulos ni expectativas.

Como afirma Josep Maria Esquirol: "Dar tiempo es eminentemente engendrar, dar a luz. Dar tiempo es criar y educar. Dar tiempo es cuidar y acompañar. Tal es el don del tiempo sin reloj".

Los beneficios de estos momentos son múltiples:

  • Permiten dejar de hacer otras cosas y al mismo tiempo se otorga a esos niños la atención que merecen.
  • Acercándose a ellos en sus juegos se profundiza en la relación, que no se circunscribe solo a educarlos, guiarlos y aconsejarles, sino que se amplía a compartir el tiempo de ocio. Se crea así una mayor complicidad.
  • Tanto ellos como nosotros salimos de la espiral de estrés dominante para pasar a vivir un tiempo de risas, diversión y amor que siempre se guardará en el recuerdo como el más preciado de los regalos.

10. Yoga para la serenidad

La práctica del yoga constituye una gran "escuela de lentitud", pues enseña a aquietar la respiración, a ejercitar la atención y a serenar la mente mientras se entra en contacto con uno mismo.

Permaneciendo en las posturas en silencio y centrándose en las sensaciones que surgen de forma natural, se aprende a escuchar, a esperar y a conocerse.

Los cambios que se experimentan a lo largo de una sesión de yoga, tanto en un plano físico como mental, se hacen muy elocuentes al término de la práctica, cuando al levantarse de la postura final de savasana (o "del cuerpo muerto"), se comprueba que el andar se ha hecho más ligero y que los movimientos se despliegan de forma más armónica, como templados por una serenidad interior.

Es la misma serenidad que parece haberse instalado en la mente y que, en muchos casos, ha pasado a reemplazar el cansancio y la pesadumbre iniciales.

La visión de las cosas también se torna más ecuánime, distanciada del torbellino del que antes parecía estar presa, y se percibe una armonía con las personas del entorno. El pensamiento, al igual que el cuerpo, parece acoplarse a un ritmo interior natural, casi primigenio, por el que fluye sin obstáculos.

Los beneficios del yoga son múltiples y bien conocidos por quienes siguen el camino de sabiduría que propone:

  • Se disciplina el cuerpo y la mente pero con suavidad, atendiendo a la particularidades de cada uno y de cada momento, desde el respeto a uno mismo.
  • Los cambios llegan por sí solos, sin necesidad de luchar por ellos. Descubriendo y aceptando las limitaciones y puntos fuertes personales es posible ir ganando flexibilidad física y mental, así como confianza.
  • Se trata de un proceso marcado necesariamente por la lentitud, en el que no valen las prisas ni la aceleración, y que lleva a conectar con la dimensión espiritual de la persona.

La filosofía del yoga considera que cuando la agitación del intelecto se aquieta mediante esta práctica, uno descansa en el espíritu que reside en su interior y entra en comunión con algo superior, fuera de los límites de los sentidos y libre del dolor y la aflicción.

Lo aconsejable es adentrarse en el yoga acompañado de un profesor que guíe y transmita sus conocimientos, pero a veces para empezar puede bastar con un amigo experimentado.

En verano, entornos como un parque o la playacuando no hace mucho calor, pueden ser una invitación para probar con las posturas más sencillas.

11. Ir al trabajo en bici o caminando

El cuerpo agradece un poco de movimiento y la mente encuentra estímulos gratificantes.

Siempre que las distancias de casa al puesto de trabajo lo permitan, hacer el trayecto caminando o en bicicleta constituye una manera más calmada y energética de comenzar el día que ir en coche o en transporte público.

Libres de los ajetreos y el nerviosismo que provocan los atascos y a veces los retrasos del autobús o metro, esta opción permite moverse practicando un ejercicio suave, estar al aire libre y aprovechar para pasar por rincones que gusten.

Se puede ir modificando la ruta, percibir los cambios sutiles en la temperatura y la naturaleza a medida que avanzan las diferentes estaciones, estar atento a las personas con las que uno se cruza... y comenzar así la jornada sosegado, vital y de buen humor.

12. No hacer más de una cosa a la vez

"Una cosa tras otra y nunca demasiadas", aconsejaban los sabios clásicos con sensatez.

Por mucho que uno se empeñe en correr, para hacer bien las cosas es necesario tomarse tiempo y no pretender solucionarlo todo de golpe. Resulta preferible atender primero una cosa y luego otra, sintiendo que se está construyendo algo importante.

Los buenos libros, las buenas películas, las buenas obras de arte, la buena música... han necesitado tiempo de elaboración, han precisado de la maduración de su autor a medida que iba avanzado en su realización.

Hay cuestiones que se pueden resolver de inmediato, pero otras piden paciencia. En ocasiones es mejor esperar a mañana porque no se está inspirado; poner tiempo de por medio puede llevar a respuestas mejores.

Libros para tomarse la vida con calma

  • El respirar de los días; Josep M. Esquirol, Ed. Paidós
  • Despacio, despacio...; María Novo, Ed. Obelisco
  • Elogio de la lentitud; Carl Honoré, Ed. RBA