Sea con aerolíneas low cost o a través de las pantallas, viajar es hoy más rápido, fácil y económico que nunca. Parece que el mundo entero está al alcance de nuestra mano. Sin embargo, hay una odisea mucho más rara y gratificante para quienes se atreven a emprenderla: la que lleva al propio interior.

¿Por qué viajamos?

Al escribir mi primer libro de viajes, me hice la pregunta: ¿Por qué viajamos? Y me di cuenta de que no existe una respuesta única: viajamos para desentumecer las piernas y las ideas, para aprender, para descubrir el mundo y descubrirnos a nosotros mismos, para hacer aprendizajes, por el placer de volver, por el placer de relatar (y exagerar) aventuras lejanas, por el gusto de descansar después de la travesía, por aburrimiento, por capricho, por temeridad, para ensanchar horizontes y vaciar los bolsillos, para vencer el miedo, la monotonía, la uniformidad…

Añadí: «siempre viajamos persiguiendo un sueño y la cuestión es descifrar cuál es este sueño», como decía el periodista y escritor Xavier Moret. Es un tópico y a la vez una realidad que todo viaje exterior, si uno se entrega a él sin prejuicios ni expectativas, es también un viaje interior.

Según el autor de El leopardo de las nieves, Peter Matthiessen: «Un hombre sale de viaje y es otro quien regresa». No obstante, ¿es necesario recorrer millas para lograr esa alquimia?

El viaje al interior

En nuestra mente tenemos el cine más poderoso del mundo, capaz de generar una realidad virtual mucho más profunda y excitante que la de ningún simulador: nuestra imaginación.

Se cuenta que el pintor Gerard Rosés, gran amante de los trenes, tenía un ordenador a su lado que reproducía de Youtube viajes del AVE filmados desde la ventanilla a tiempo real. Así, mientras leía o pensaba en sus cosas, miraba de reojo los paisajes que iban avanzando como si efectivamente viajara en el tren. También Proust contaba cómo el aroma de una magdalena mojada en té caliente permite recuperar una vida entera, relatada en las más de 2.700 páginas de En busca del tiempo perdido.

En un formato más pequeño y cotidiano, todos tenemos la oportunidad de hacer arqueología personal para recuperar vivencias y emociones del pasado que nos den nuevas respuestas sobre nuestro presente.

Recuperar recuerdos del pasado

Un ejercicio simple y efectivo es el que practicaba Georges Pérec y que recogió en su libro Me acuerdo. Consiste en sacar a la luz un recuerdo personal casi olvidado, como un pescador que hunde su caña en las aguas profundas de la conciencia. En el caso del escritor francés, consignó en el libro 480 capturas, tipo: «Me acuerdo del pan amarillo que hubo durante un tiempo después de la guerra»; o «Me acuerdo de lo agradable que era, en el internado, ponerse malo e ir a la enfermería».

Bajo la superficie de la conciencia, todos tenemos miles, quizás millones de reminiscencias como estas. Y lo bueno de pescar recuerdos olvidados es que cada rescate abre puertas a muchas otras memorias que creíamos perdidas. ¿Puede haber película más emocionante?

Cómo conectar con tu peregrino interior

El editor Jaume Rosselló cuenta cómo, en un viaje de juventud al Monte Athos, conoció a un colombiano que había recalado en el monasterio y se había hecho monje tras una vida de excesos. Estando sentados en un peñasco, Jaume Rosselló le preguntó:

–¿No estáis tentados de bajar de la montaña a bañaros?

El monje sonrió con suavidad antes de responder:

–Nosotros nos bañamos en otros mares.

Si adoptamos el espíritu de un peregrino interior, tenemos distintos vehículos para realizar el viaje más apasionante. Veamos algunos de ellos:

  • Meditación: esta ha sido la vía principal de los místicos de todas las tradiciones para indagar dentro de sí mismos. Buda llegó a sus conclusiones sobre la salida al sufrimiento tras sentarse largamente bajo una higuera, y en los monasterios zen, la meditación es la herramienta fundamental para llegar al satori, la comprensión súbita de la realidad y del universo entero. Quienes se inician en este viaje, sin embargo, se toparán con distracciones o ideas molestas que pueden entorpecer el peregrinaje. En estos casos, el maestro indio Ramana Maharshi recomendaba lo siguiente: «Cuando surja un pensamiento, en lugar de intentar, aunque sea solo un poquito, seguirlo o cumplirlo, lo mejor será preguntarse primero: ¿a quién le surgió este pensamiento?» Esto nos permitirá proseguir el camino.
  • Lectura: los seres humanos tenemos la enorme fortuna de disponer de incontables libros, más de los que podríamos leer en cien mil vidas. Cada uno de ellos equivale a abrir la puerta a la mente del autor o autora, a sus recuerdos, experiencias e ideas. Leer, además, es como entrar en la máquina del tiempo. Nos permite peregrinar a otras épocas, a otras realidades. Cuando elegimos una buena lectura, en vez de entregarnos al scrolling, algo cambia dentro de nosotros. El novelista Haruki Murakami lo explica así: «Si solo lees los libros que lee todo el mundo, solo podrás pensar lo que piensa todo el mundo».
  • Escritura: el auge de la autoficción demuestra que muchas personas han descubierto que esta es una manera excelente de viajar dentro de uno mismo. Podemos poner en negro sobre blanco un tiempo determinado de nuestra vida para comprenderlo mejor, investigar acerca de nuestras dudas existenciales, o incluso proyectar nuestro futuro. Esa es otra clase de viaje. Al plasmar con palabras cómo imaginamos nuestra existencia, reforzamos nuestra motivación y podemos establecer la hoja de ruta que nos lleve hasta allí. En ese sentido, trasladarnos al futuro que queremos nos ayuda a crearlo. Y todo puede empezar con una simple frase.

Al final, lo que aprende el peregrino interior es que en lo más pequeño reside lo inmenso, si somos capaces de bucear en nuestro interior. La religiosa norteamericana Martha Postlethwaite lo explica así: «No trates de salvar el mundo entero o de hacer algo grandioso. En su lugar, crea un claro en el bosque denso de tu vida y espera allí pacientemente, hasta que la canción que solo tú puedes cantar caiga en tus manos ahuecadas. Solo cuando puedas reconocerla y saludarla sabrás cómo entregarte a este mundo tan digno de rescate».

Palancas para reconectar con tu peregrino interior

Estas son algunas claves para conectar mejor con tu peregrino interior:

  • Silencio: el viaje interior requiere de espacio. No se puede bucear en aguas profundas mientras estamos pendientes del móvil o de cualquier otra fuente de ruido mundano. Más allá de las distracciones, si vencemos el temor al silencio, encontraremos el camino abierto para nuevas aventuras y descubrimientos.
  • A través de los sentidos: todos tenemos sabores, olores, melodías o imágenes que nos transportan a otros lugares, momentos o estados de ánimo. En mi caso, cada vez que tomo un té gunpowder me lleva de regreso a mi cabaña en Las Alpujarras, la de mi primer retiro, donde me preparaba infusiones mientras leía, meditaba o escribía.
  • Los sueños: un catálogo de viajes interiores no estaría completo sin esta vía misteriosa que aparece al dormir. Se cuenta que Dalí se acostaba en un sofá con una llave grande y antigua en la mano, de modo que, al quedarse dormido, caía al suelo y el sonido metálico lo despertaba al inicio de un sueño. Acto seguido, corría a pintarlo.
  • El arte de despertar: el místico armenio Georges Gurdjieff decía que a menudo no estamos despiertos en la vigilia, aunque tengamos los ojos abiertos. En sus propias palabras: «Usted está dormido. No sabe quién es porque no se conoce a sí mismo. Hoy es una persona, mañana es otra». Para despertar de ese sueño, hay que peregrinar.