La modestia no tiene buena prensa. Es una virtud, desde luego, pero ¿es realmente necesaria para vivir mejor o ser más feliz?
El periodista y editor Paco Valero, que dirigió durante 10 años la revista Integral, repasa en este artículo qué han dicho grandes pensadores sobre la modestia y reflexiona sobre las ventajas de cultivarla en nuestro día a día.
¿Es la modestia necesaria en estos tiempos?
Por Paco Valero
Más de un libro de autoayuda dice que no, que la modestia no es necesaria para vivir mejor, e incluso se aventura a afirmar lo contrario: la modestia es un impedimento para la felicidad porque constriñe lo que somos o podemos ser.
Viene a decir que, por quedar bien, nos enfundamos en un traje varias tallas menor de lo que necesitamos y, al final, es nuestro cuerpo el que se adapta a él. Empequeñecemos con la modestia.
En otro libro se cuenta que la modestia corona la vida de los que lo tienen todo: riqueza, belleza, éxito... y como no les puede faltar de nada, además tienen modestia. Sin ella, la perfección de sus vidas sería menos evidente y nuestro aprecio por esas personas, menor.
Pero si nuestra vida no tiene ese brillo, la modestia deja de ser un adorno para convertirse en una constatación.
No es que nos mostremos modestos, es que "somos" modestos: limitados, pobres de espíritu, humildes... Es decir, parecer modesto está bien, pero ser modesto es otro cantar.
En otra parte, en fin, he leído que la modestia es la peor estrategia vital que podemos elegir porque, al subestimarnos, abandonamos o no emprendemos la búsqueda de lo que puede potenciar nuestra vida.
De alguna manera, decía el autor, nos vinculamos a la imagen que proyectamos y si esta es humilde, seremos humildes, mientras que si nos vemos como personas de éxito, buscaremos el modo de ser personas con éxito.
Una virtud para los tiempos de hoy
Visto lo anterior, parece que la modestia es una virtud caduca, antigua, que poco o nada puede enseñarnos a los que vivimos en estos primeros años del siglo XXI.
Y sin embargo, es evidente que algo positivo debe de tener cuando tantos grandes hombres la han reivindicado en el pasado.
Incluso cabe preguntarse, como han hecho especialistas económicos y sociales y algunos líderes políticos, si no ha sido la falta de modestia, de moderación por parte de todos y especialmente entre los más poderosos, una de las causas de la enorme crisis económica que gran parte del planeta está atravesando.
Con más modestia, hubiéramos sido más realistas en los años de bonanza sobre las posibilidades de cada cual y menos propensos a las vanidades.
Pero nos hemos comportado como nuevos ricos, poco predispuestos a escuchar lo que dijo hace casi dos mil años el sabio greco-romano Epicteto contra los excesos: "Recuerda que debes conducirte en la vida como en un banquete. ¿Un plato ha llegado hasta ti? Extiende tu mano sin ambición, todo con modestia".
Modestia, ni imprudencia ni timidez
Pero no es de extrañar que lo ignoráramos. Si lo que más se valora en nuestra sociedad es el rendimiento y el sentimiento de orgullo por lo conseguido, si todo nos empuja a "progresar", ¿qué sentido tiene mostrarse modesto en las pretensiones y en los logros alcanzados? ¿No es acaso un fraude, una forma de hipocresía, como tantos han dicho y muchos más creen?
O como dicen Aljosha A. Schwarz y Ronald P. Schwppe en su breviario El botiquín filosófico, si lo que más valora de nosotros la comunidad en la que vivimos, o al menos lo que más aprecian nuestros jefes o superiores jerárquicos, no son nuestras opiniones, nuestra moderación o tolerancia, sino las acciones que se consideran provechosas, útiles, cuantificables –cuanto más cuantificables, mejor–, ¿por qué hemos de renunciar a los logros y, si los alcanzamos, por qué tenemos que disimular nuestro orgullo y mostrar nuestro rostro más humilde?
La modestia, en ese contexto, no parece algo razonable. Pero puede que todo sea un malentendido y que estemos hablando en realidad de modestias diferentes.
Guiados por nuestro afán utilitarista, hemos visto a la modestia como un medio para lograr un fin. En la medida en que lo facilita, es buena, y si lo dificulta, es mala. Como tantas cosas.
Pero los grandes maestros nunca la concibieron así. Para ellos, la modestia era un fin en sí misma. Un camino por el que transitar y mejorar nuestra vida en su conjunto, en sus más variadas facetas.
Aristóteles situaba la modestia entre el camino de la imprudencia, que no respeta nada, y el de la timidez, que todo lo teme.
El modesto, decía el sabio, debe guardarse de decirlo y hacerlo todo y en todas las ocasiones, pero también debe evitar desconfiar siempre y de todo.
Se trata de una modestia que nace de la contención, de la percepción realista de lo que es cada uno y de la evidencia de que hay límites que no se pueden sobrepasar.
Es una modestia que no depende de la importancia que nos arrogamos, sino de lo que es realmente importante para cada uno de nosotros.
La modestia así concebida constituye un camino de vida, una poderosa fuerza interior que nos impele a obrar paso a paso, dando valor a cada etapa, a cada momento, con consideración hacia los demás y determinación para superar los obstáculos y contrariedades.
No estamos ante una modestia ideal, extraordinaria, tan "virtuosa" como imposible, sino ante una fuerza práctica, plausible, porque parte de un principio muy sencillo, modesto en su esencia: todo, incluso las mayores empresas que podemos concebir, puede descomponerse en elementos más pequeños y abordables.
Apoyándonos en ellos es como crecemos y a través de ellos es como algunos, acaso los mejores de entre nosotros, han alcanzado las cimas más elevadas.
Desde allí, desde lo más alto, han contemplado paisajes que los han estremecido y que después han sabido compartir. Pero no han permanecido mucho tiempo en ellos.
La cima, como enseña la modestia, no es lugar para vivir ni para permanecer mucho tiempo: hace demasiado frío en ella. Después, hay que volver al camino.
De Galicia al Polo Sur
Un ejemplo me lo brindó recientemente la gallega Chus Lago, la alpinista que coronó en 1999 el Everest sin oxígeno y alcanzó el Polo Sur después de recorrer 1.200 km en solitario por la Antártida.
Una prueba durísima, que pocos seres humanos han soñado y menos han podido completar, porque no solo exige una gran condición física, sino también una enorme fortaleza mental para vencer la soledad extrema, la falta de horizontes y el miedo.
Le pregunté cómo había logrado tales proezas y me respondió, como si fuera lo más evidente del mundo: "Empecé en las pequeñas colinas de mi tierra y una cosa me llevó a la otra..."
Una pequeña colina gallega y la Antártida o el Everest parece que tengan poco que ver, sin embargo los hilos de la vida de Chus los ligó. Paso a paso, pudo encarar la quimera de alcanzar ese punto tan extremo y puro.
Pero incluso cuando caminaba en solitario por el continente helado, no iba totalmente sola, porque lo hacía a hombros de todos los que la habían precedido, los pioneros en la conquista de la Antártida, a los que admiraba, y los muchos que le habían enseñado algo a lo largo de su vida.
Sin los demás, como la modestia ayuda a entender, no hay aventura humana posible ni, por descontado, éxito alguno.
Como dijoLa Rochefoucauld: "Quien diga que puede renunciar al mundo entero se equivoca; pero más se equivoca quien diga que el mundo no puede renunciar a él".
Encontrarse en la trama infinita de la vida
La modestia, en ese sentido, tiene algo también de ofrenda a los demás, de reconocimiento.
El místico bengalí Ramakrishna creó una imagen hermosa para explicarlo: "Los árboles cargados de frutos se inclinan hacia el suelo; si quieres ser grande, sé humilde y apacible".
Por mucho que una persona se haya elevado, si solo ella accede a los frutos de esa grandeza y no los comparte, estos acabarán pudriéndose.
La modestia así entendida, lejos de ser un lastre que nos lleva hacia el fondo, nos aligera.
Puede que no ayude a convertir la paja en oro, pero con ella es más sencillo hallar nuestro lugar en el mundo, situarnos en la trama infinita de la vida y ser conscientes de ella.
El vínculo que tenemos con todo lo vivo nos recuerda nuestra modestia original como especie, algo que olvidamos con facilidad y que está en la base de la otra gran crisis que vive nuestro planeta: la ambiental.
Ese nexo es tan estrecho que lo tenemos al alcance de la mano. Basta con tocar la arteria de la muñeca para sentirnos miembros de algo extraordinario, que forma parte de nosotros y que nos trasciende al mismo tiempo.
A través de los dedos sentimos los latidos del corazón, a los que estamos atados desde que empieza a galopar en el feto y mientras permanecemos con vida.
Y si remontamos la corriente del tiempo a través de ese río de vida, con el pálpito como música de fondo, veremos pasar las miles y miles de generaciones de las que somos herederos y que han sido necesarias para que cada uno de nosotros esté aquí, en este preciso instante; y de las miríadas de formas de vida que han precedido a la humana: homínidos, mamíferos, aves, reptiles, anfibios, peces, seres marinos primigenios...
Todas ellas comparten con nosotros o han compartido el ritmo monocorde de ese músculo, hasta llegar a ese primer ser vivo que necesitó algo parecido a un corazón para distribuir el fluido vital con el que seguimos conectados.
Es una historia que ha quedado escrita, registrada, en el libro que compartimos con todas las formas de vida: el ADN. De la misma manera que en nuestra piel está registrada la historia del universo entero.
Cuando la rozamos con los dedos, notamos el tacto tibio y agradable de la malla de átomos que la componen: carbono, nitrógeno, oxígeno, hidrógeno... salidos directamente de las estrellas, de sus corazones colapsados después de una erupción de energía inimaginable que inseminó y sigue inseminando nebulosidades siderales, creando mundos como el nuestro u otros insospechados.
En las leyes del Universo, como dijo Albert Einstein, se manifiesta un espíritu inmensamente superior al del hombre, ante el cual, con nuestros modestos poderes, tenemos que sentirnos humildes.
Es lo que nos enseña la modestia: las metas más elevadas se alcanzan con los más pequeños de los pasos.
Más allá de la falsa modestia
La falsa modestiala sentimos como un fraude y nos incomoda.
Si alguien miente sobre sus atributos, creemos que lo hace para ponerse a nuestro nivel, que considera inferior al suyo, lo que no deja de ser una forma encubierta de soberbia.
Pero también cabe pensar que la falsa modestia es como la moneda falsa: con ella se pretende comprar algo que solo nosotros podemos conceder: la aceptación, el aprecio o la consideración ajenos.
La falsa modestia supone un simulacro social que deja en evidencia la importancia de la modestia en sí, aunque también puede constituir el primer paso que conduzca a una modestia sentida y fructífera.
5 cualidades de la persona modesta
La modestia no es incompatible con el orgullo: simplemente teje un delicado equilibrio con él.
Y por la misma razón no se trata de una virtud restrictiva en sí misma, sino de una vía para disfrutar de la auténtica riqueza.
1. Moderación
En su origen latino, el modesto era alguien moderado, mesurado, que no cometía excesos y sabía contenerse para mostrar así su consideración por los demás.
Después, conforme el origen de cada uno fue perdiendo importancia y ganó reputación la apariencia y la riqueza de cada cual ante la sociedad, al modesto se le fueron añadiendo contenidos negativos, como alguien simple, pobre y falto de recursos.
Hoy, el modesto y la modestia son términos contradictorios. Aunque aún perdura en su raíz el origen noble de la palabra.
2. Perspectiva
La modestia es la constatación sincera de las limitaciones de cada uno y de lo relativo de los méritos de cada cual.
Como escribió Lao-Tsé: "Un hombre sobre la punta de sus pies no puede guardar el equilibrio... Un hombre que camina a grandes zancadas no irá muy lejos... Un hombre que se celebra pasará inadvertido".
3. Satisfacción
La modestia no tiene nada que ver con la minusvaloración ni está en contra del sentimiento, tan humano, de orgullo por lo conseguido.
La persona modesta huye de la arrogancia o de la vanidad sencillamente porque no conducen a nada, salvo a la infelicidad.
El arrogante está tan pendiente de sí mismo que permanece ignorante ante lo que sucede a su alrededor.
4. Gratitud
Con la modestia no se mendiga una falsa igualdad, como dijo Schopenhauer.
Es más bien al contrario: se pone en evidencia la diferente aportación de cada uno, pero reconociendo el valor de todos, porque no hay gran mérito que no haya necesitado contribución alguna, por pequeña que sea.
5. Sabiduría
La modestia es una sabiduría que se alcanza con el tiempo y conforme vamos decantando las experiencias.
Nuestro tamiz se afina y nos permite diferenciar mejor el oro de la paja, lo realmente importante de lo anecdótico.
Libros para practicar la modestia
- Tao-Te-Ching; Lao-Tsé, Ed. RBA-Integral
- Tomando el sol bajo la lluvia; Gwyneth Lewis, Ed. Maeva