No deja de sorprender cómo, ante una misma realidad, diferentes personas tienen vivencias radicalmente distintas en función de su personalidad y del estado de ánimo en el que se encuentran. Cada uno observa lo que le ocurre con una mirada distinta y pone en marcha estrategias diversas para enfrentarse a los retos de la vida cotidiana.

Pesimistas y optimistas, ni todo es negro ni todo es rosa

Por más que el ejemplo de la botella medio llena o medio vacía constituya un tópico, es cierto que hay personas que parecen tener una especial habilidad para fijarse en el lado más negro y dificultoso de todas las cosas y encontrar los tres pies al gato, además torcidos. Otras parecen transitar por la vida viéndolo todo de color de rosa, como si todo les sonriese y encaran el futuro con una esperanza casi ingenua.

Podría pensarse que en el binomio optimistas-pesimistas, los primeros son los que se llevan la mejor parte: sufren menos, van más relajados y las cosas tienden a irles mejor. Pero esto solo es cierto en parte.

Tanto el optimismo como el pesimismo conforman modos de enfrentarse a las dificultades cotidianas. Pero de acuerdo con la psicología, si bien cada persona tendría una predisposición general a experimentar estados de ánimo positivos o negativos, el pesimismo y el optimismo no se consideran dos categorías mutuamente excluyentes.

Así, una persona podría ser muy escéptica respecto a sus posibilidades laborales y actuar dejándose llevar por un exceso de pesimismo en el ámbito profesional y, por el contrario, ser muy confiada y sentirse muy segura con su propia pareja y en el terreno de los afectos. En otras palabras, nadie es totalmente pesimista o completamente optimista, aunque sí pueda haber extremos patológicos en ambas direcciones.

De hecho, podría considerarse que cada persona alberga dentro de sí un porcentaje distinto de una u otra polaridad y busca un equilibrio, siempre esquivo, entre las dos tendencias.

Hablar de porcentajes, sin embargo, y considerar estas tendencias como formando parte de un continuo en cuyos extremos se situaría a los pesimistas irredentos y a los optimistas indomables no excluye el poder establecer o dibujar cuatro grandes situaciones posibles: pesimistas extremos, pesimistas realistas, optimistas realistas y optimistas extremos.

Pesimismo extremo: las consecuencias de verlo todo negro

Así, los pesimistas extremos lo ven todo negro y tienen, de modo casi permanente, un estado de ánimo harto depresivo.

Quienes se sitúan en este extremo se sienten muy inseguros y sufren lo indecible. Tienden a pensar que la vida les trata muy mal y a creerse víctimas de las circunstancias y con poca energía para enfrentarse a sus dificultades.

Ante la ansiedad, tienden a huir o a quedarse bloqueados, con lo que tienen menos posibilidades de que las cosas salgan bien y cada fracaso ratifica su sentimiento de incompetencia y mina más su autoestima.

La ansiedad y los pensamientos catastrofistasque les invaden les dejan tan abrumados que concentrarse en resolver los problemas y avanzar se convierte en una ardua tarea.

Una de las cosas que mejor les definen es su enorme dificultad para percibir los aspectos positivos de cualquier situación; es como si no fuesen capaces de ver nada que no fuese negativo.

Su riesgo reside en la posibilidad de tener una depresión importante y de permanecer bloqueados sin capacidad para enfrentarse a la vida y disfrutar de ella.

Pesimismo realista: sobrevalorar los riesgos

Existen también los pesimistas realistas. Son los pesimistas que logran enfrentarse a sus temores, aprender de las experiencias y, con el tiempo, ganar en seguridad.

Su tendencia natural les impulsa, como a los pesimistas extremos, a sobrevalorar los riesgos y a imaginar con detalles todas las cosas que podrían ir mal.

Pero los pesimistas realistas transforman su pensamiento negativo en energía para enfrentarse a las situaciones reales y prepararse para los contratiempos.

Su gran particularidad es la lucha. Se trata de personas que manejan su ansiedad mediante el control. Enumeran las posibles incidencias y pasan largos ratos pensando en lo que puede ir mal tratando, a la vez, de imaginar posibles soluciones y dedicando mucho tiempo a la planificación y a prepararse para afrontar los retos.

Este tipo de pesimistas huyen de los excesos de confianza, ven más aspectos negativos de sí mismos de los que probablemente hay, pero no tratan de reprimir sus sentimientos desagradables y logran convivir con ellos. Si llegan a sentirse víctimas, se sobreponen pensando que a través de su esfuerzo personal y su perseverancia lograrán salir del pozo.

Su sufrimiento a lo largo de este proceso es innegable, aunque, gracias a su empeño, suelen superar con éxito aquello que se proponen con lo que, poco a poco, van ganando en seguridad personal y llegan a conocerse mucho a sí mismos.

A medida que ganan en experiencia van requiriendo menos este tipo de estrategias y ganando en relajación y optimismo.

Optimismo realista: las ventajas de saber confiar

Los optimistas realistas juegan con más ventaja porque parten de un mayor nivel de seguridad personal.

Los optimistas realistas han aprendido, desde pequeños, a confiar en que las cosas les irán bien sin pasar por excesivas tribulaciones. Tienden a ver más las cosas positivas que las negativas con lo que en líneas generales están más alegres y de mejor humor.

Como sus expectativas con el resto de las personas suelen ser también positivas, éstas responden de modo más afectuoso y amigable de lo que pueden hacerlo con un pesimista realista.

Esta circunstancia hace que el optimista vea reforzada su autoestima y acabe teniendo más amigos, eso es, más gente a quien pedir ayuda en momentos difíciles, haciendo así más llevaderos los problemas.

Comparadas con los pesimistas realistas, estas personas desarrollan menos la voluntad y el tesón en la lucha por cumplir los objetivos que se han propuesto. Con frecuencia, asimismo, podrían confiarse demasiado y no tener en cuenta algunos aspectos de la realidad de la situación o reto al que se enfrentan.

El éxito para ellos no está asegurado aunque, cuando algo no ha funcionado bien, tienden a atribuir el fracaso a causas circunstanciales o externas algo que, por otra parte, no sucede con los aciertos.

Podría decirse que los optimistas realistas logran estar más satisfechos de sí mismos y gozar de un mayor estado de salud (no suelen somatizar los problemas). Por el contrario, ante los reveses del destino quizá estén menos preparados que los pesimistas realistas que habrán desarrollado una mayor resistencia.

Optimismo extremo: los peligros de la euforia

Los optimistas extremos constituyen el polo opuesto al pesimismo extremo y también esta actitud puede derivar en patología.

En este caso la persona se siente muy lejos de cualquier problema relacionado con la ansiedad, su autoestima es exageradamente elevada y se percibe pletórica de energía y poderosa.

Esta euforia puede hacer que se desconecte de la realidad hasta ignorar importantes aspectos de la misma. Así el optimista extremo tiende a tener menos en cuenta las necesidades de los demás clemostranclo, la mayoría de las veces, una importante falta de empatía.

El optimismo exagerado dificulta la concentración y, aunque la persona tenga la sensación de que piensa muy rápido, su rendimiento es muy bajo y su capacidad para resolver problemas muy reducida.

Obviamente también pueden tender a infravalorar los riesgos y a implicarse en actividades placenteras potencialmente peligrosas.

El equilibrio entre los dos polos

En general, enfrentar los retos confiando en el éxito suele dar mejores resultados y evitarnos sufrimientos innecesarios.

Los pesimistas replicarían que ya les gustaría a ellos no dar vueltas a las cosas, algo que les resulta inevitable. Es cierto que, de entrada, uno no escoge ver la vida de uno u otro color. En la génesis de es tas predisposiciones hay cierto componente genético y, sobre todo, importantes diferencias en nuestra experiencia infantil.

Si desde pequeño uno ha podido ir desarrollando una buena autoestima, seguridad personal, capacidad para tolerar la frustración, aplazar la satisfacción de los deseos y regular la impulsividad, además de la confianza en el amor de sus padres, es de esperar que, de adulto, tienda más hacia el optimismo.

Una de las cosas en la que insisten los pesimistas es que estamos en este mundo para aprender de la experiencia y evolucionar Es una de las mejores aportaciones que ellos pueden hacer a los optimistas: esa capacidad de lucha, de sobreponerse a las dificultades y de prever y planificar las posibles contingencias para ponerles remedio antes incluso de que ocurran.

Los optimistas, a su vez, poseen uno de los bienes más preciosos: la capacidad para ver siempre el lado amable y esperanzador de las cosas, esa alegría de vivir de la que tanto necesitan contagiarse los pesimistas.

Podemos enriquecernos mucho mutuamente si nos damos la oportunidad de escucharnos y de intercambiar experiencias.

Si me encontrara en un naufragio, me gustaría tener junto a mí a un pesimista y a un optimista. El pesimista sería indispensable por su capacidad para el análisis de todos los detalles de la situación y su resistencia ante la dificultad. El optimista resulta imprescindible para mantener viva la esperanza y confiar en nuestras posibilidades de supervivencia. Sin ese ánimo, la energía del pesimista podría desvanecerse. 

Atempera el optimismo para valorar mejor los riesgos

Los vaivenes del ánimo son como un columpio: suben y bajan rápidamente. Damos unas claves para atemperarlo.

  • Desconfía de la euforia. Puedes disfrutar de esta agradable sensación pero no te fíes mucho de ella porque no suele ser buena consejera. La euforia excesiva puede hacerte centrar demasiado en ti e ignorar las necesidades de los demás lo que acabaría interfiriendo en tus relaciones.
  • Párate a pensar. Dejarte llevar por un optimismo exagerado podría hacer que te confiaras demasiado y tendieses a no esforzarte lo suficiente ni a analizar bien las situaciones antes de enfrentarte a ellas.También podría hacer que infravalorases los riesgos y tendieras a no valorar las consecuencias a medio y largo plazo de tus acciones.

No dejes que tu pesimismo te bloquee

El mayor peligro del pesimismo es bloquearse por la angustia. Estas estrategias ayudarán a avanzar:

  • Busca información para el cambio. Los pesimistas redomados tienden a atribuirse los fracasos únicamente a ellos y los optimistas desmesurados a condicionantes externos. Ningún extremo es cierto. Ante un fracaso u obstáculo, trata de enumerar las circunstancias externas que han jugado un papel en el mismo pero, también, aquellos factores personales que hayan incidido. Esta información es importante porque te aportará pistas sobre aquello que has de cambiar o mejorar en el futuro.
  • Ten una actitud activa ante tu propia vida. Ya seas optimista o pesimista, cada dificultad es un reto que debe activar tus esfuerzos hacia la búsqueda de vías para sortearla. No esperes siempre que las cosas te vengan de cara. Observa, más bien, por dónde vienen los problemas y adversidades y aprende a bregar con ellos.
  • Aumenta tu tolerancia. Tratar de eliminar o reprimir la angustia no hace más que minar tu capacidad para salir adelante. Escúchate y date permiso para sentir esas emociones desagradables; imagina que estás viviendo una pequeña (o gran) tormenta y que ésta pasará.
  • Identifica tus debilidades. Eso te ayudará a buscar alternativas que te resulten más eficaces para lograr tus objetivos. Sin olvidar, claro está, el esfuerzo por encontrar cosas de ti mismo que sí te gusten y que funcionen bien.
  • Desarrolla la perseverancia. Fíjate objetivos concretos y específicos más que abstractos y general es. Divide los objetivos en partes y traza un plan paso a paso para alcanzar cada uno de ellos.
  • Exorciza el miedo. A veces,cuando el miedo nos bloquea, puede resultar útil preguntarse: "¿qué es lo peor que podría pasar si mis temores se cumplieran?". Quizá descubras que, al definirlos, los temores se desvanezcan porque veas que puedes afrontarlos.

Libros para saber más

  • Francesco Alberoni: El optimismo. Ed.Gedisa.
  • Vera Peiffer: Vivir con optimismo. Ed.Kairós.
  • Julie K. Norem: El poder positivo del pensamiento negativo. Ed.Paidós.
  • Paul Watzlawick: Lo malo de lo bueno. Ed.Herder.