El invierno ofrece seguramente los momentos más sobrecogedores del año, y lo son porque tocan fibras profundas del alma. Por eso en estas fechas se celebran las fiestas más íntimas y familiares, cuando nos alegramos con los niños que viven sus primeras navidades o descubren la nieve, al mismo tiempo que echamos de menos a los que faltan.

Por eso los días entre la Nochebuena y los Reyes Magos se sienten como si transcurrieran fuera de la sucesión normal de los días. Se parecen al limbo donde quizá habitamos antes de nacer y donde volvemos al morir.

¿Qué podemos aprender de los símbolos de la Navidad? Cada uno de ellos nos recuerdan cómo debemos cuidarnos en invierno y cómo aprovechar esta estación a nuestro favor.

1. La nieve: es tiempo de nuevos comienzos

El solsticio de invierno marca un momento de cambio en que se traspasa el umbral hacia lo eterno. El día 21 de diciembre el sol alcanza su posición más baja, parece detenerse y comienza de nuevo el ciclo de ascenso.

La gran enseñanza del solsticio invernal es que todo vuelve a comenzar. Igual que los primeros años de vida de una persona se caracterizan por la ausencia de patrones limitantes, el invierno es el comienzo de un ciclo vital lleno de posibilidades.

Las energías se hallan todavía concentradas. Las formas que se mostrarán en todo su esplendor en primavera o verano aún no se han manifestado.

Como en un paisaje de montaña, el manto de nieve blanca unifica el espacio. No hay lugar para lo superfluo.El aire está quieto y el silencio lo invade todo.

Cada año, el ser humano también experimenta la llegada del invierno como una oportunidad de recuperar su potencia original. Atraviesa un modesto renacimiento que le permite recuperar cierta unidad de pensamiento, acción y sentimiento.

Aunque el invierno sea apropiado para mirar hacia dentro, no conviene cerrar los ojos a lo que ocurre fuera. Sería un error. La mirada debe agudizarse para descubrir lo que realmente pasa cuando parece que poco o nada sucede. Así pueden realizarse hallazgos sorprendentes.

Los seres humanos han ido perdiendo la conciencia del recorrido circular del sol, la luna y las constelaciones.

  • En los hogares modernos tiende a reinar siempre el mismo ambiente confortable y monótono.
  • Aunque la tierra produzca diferentes alimentos en cada estación, muchas personas se las han arreglado para comer siempre más o menos lo mismo.
  • El trabajo tampoco depende ya de los cambios del clima, y en los gimnasios imperan condiciones similares durante todo el año.

Son aspectos que evidencian la desconexión con la naturaleza. Pero nada es irreparable. Seguramente se trata de un tributo necesario para darnos cuenta de cuánto la necesitamos, también en invierno.

2. La estrella de Oriente: debemos conectarnos con los ciclos naturales

Se puede aprovechar los días festivos para contemplar al cielo de noche, evitando la contaminación lumínica de la ciudad. Si de algo hay excedentes en invierno es de horas de oscuridad. Las noches largas invitan al espectáculo de la bóveda celeste cuajada de estrellas.

El frío depara una atmósfera más cristalina, que permite incluso entrever ciertas nebulosas si se sabe dónde mirar. La Luna, como si relevase al Sol, traza arcos mucho más amplios en el horizonte. En el cielo de invierno reinan constelaciones muy características. ¿Qué podemos observar?

  • Capella. La tercera estrella más brillante del cielo boreal se localiza en el cénit. Su brillo es muy fluctuante, como corresponde a una estrella variable.
  • El reino de Orión. A medio camino entre el cénit y el horizonte sur, esta constelación, también llamada El Cazador, es un universo en sí misma y la reina indiscutible de las noches frías. Alberga estrellas supergigantes como Betelgeuse (el hombro derecho del cazador) o Rigel (su pie izquierdo), y alineaciones como su famoso cinturón, del que cuelga la espada, menos brillante, donde se halla la nebulosa de Orión.
  • Sirio. La estrella más brillante del cielo, de luminosidad muy oscilante, se observa más abajo y a la izquierda de Orión.
  • Júpiter. Con las primeras horas de oscuridad este invierno se puede ver a simple vista a Júpiter reinando en el sudeste. Y con un telescopio, incluso cuatro de sus satélites (Ío, Europa, Ganímedes y Calisto), alineados como si contemplásemos un sistema solar de perfil. Es el planeta más grande del sistema solar, emite más energía de la que recibe del Sol y brilla con más intensidad que cualquier otra estrella. Su resplandor fijo, sin oscilaciones al tratarse de un planeta, es inconfundible. Incluso en plena ciudad es fácil verlo, tal es su fulgor.
  • Estrellas fugaces. En los primeros días de enero se produce una lluvia de meteoros, la de las Cuadrántidas. Son más apreciables de madrugada e irradian desde la constelación de El Pastor o Boyero, junto a la Osa Mayor

Mirar al cielo no es solo un entretenimiento. Observar el cielo es una manera de recuperar la conexión con la naturaleza y sus ciclos, que tienen manifestaciones muy concretas en el organismo humano.

La salud depende en buena parte de que el estilo de vida permita que los ritmos del cuerpo y los del Cosmos vayan de la mano. Al reforzar este vínculo aumenta la sensación de seguridad.

Los cambios de temperatura y de condiciones atmosféricas a lo largo del año estimulan la salud física y mental.

Henry David Thoreau escribió en Paseo de invierno: "Si nuestra vida se amoldara más a la naturaleza, probablemente no tendríamos que protegernos del frío y el calor, y la consideraríamos nuestra protectora y amiga, como las plantas y los cuadrúpedos. Si alimentáramos nuestro cuerpo con elementos puros y sencillos, medraríamos como los árboles, a los que hasta el invierno les parece templado para su crecimiento".

La realidad en nuestra sociedad urbana es que entre el 50 y el 70 por ciento de la población sufre los cambios meteorológicos con síntomas como dolor de cabeza, somnolencia o problemas para conciliar el sueño, dificultades para concentrarse, nerviosismo y alteraciones cardiovasculares.

Otra prueba de la influencia de los ritmos estacionales sobre la salud es que determinadas enfermedades se asocian a una época del año determinada. Por ejemplo, las úlceras de estómago y los eccemas son típicamente primaverales y otoñales. Los infartos cerebrales son más frecuentes en invierno, cuando también se agravan las dolencias músculo-esqueléticas, las respiratorias y el glaucoma.

3. El frío: un estímulo para adaptar el cuerpo al invierno

Sin embargo, no es el tiempo el que nos enferma. Es más bien al contrario: las fluctuaciones meteorológicas activan el cuerpo.

Al evolucionar, los seres vivos, seres humanos incluidos, han incorporado en su funcionamiento fisiológico los cambios exteriores que se suceden con regularidad. El organismo los aprovecha para regular el calor corporal, el sistema nervioso y el sistema hormonal.

Por tanto, al dejar de relacionarse con las características de la estación se priva al cuerpo de los estímulos que necesita. La vida y la salud fluyen con el cambio y el movimiento, mientras que la monotonía y el estancamiento llevan a la enfermedad y la muerte.

Los cambios que tienen lugar en el cuerpo suceden aunque no nos apercibamos, igual que las estrellas fugaces caen aunque no las miremos.

El calor del organismo tiene su origen último en la energía irradiada por el sol que se transmite a través de los alimentos. En pleno invierno, el verano se refugia en el interior del cuerpo y desde allí continúa animándonos.

El organismo toma medidas para mantener la temperatura corporal en invierno y prepararse para la acción que le espera en primavera y en verano:

  • Los músculos están menos irrigados que en cualquier otra estación y los huesos pierden densidad. El rendimiento físico llega a su nivel más bajo.
  • Se reduce el volumen de sangre que circula por el cuerpo y una parte del flujo sanguíneo se traslada desde la piel a los órganos interiores. Las glándulas sudoríparas y su función desintoxicadora descansan. Así se evita la pérdida de calor y es un mecanismo bastante similar al que realizan los vegetales con la savia y otros fluidos.
  • En cambio los órganos se calientan y estimulan gracias a una mayor afluencia de sangre. Los depósitos de nutrientes se llenan y las heridas y las enfermedades se curan. Se adaptan al ritmo invernal la síntesis de vitamina D, el funcionamiento de la tiroides, los riñones,la sexualidad, el nivel de colesterol, las funciones digestivas, la presión intraocular, el crecimiento del cabello y el sistema inmunitario, entre otros órganos y procesos.

Los cambios son tantos que no solo se deberían adaptar en cierta medida la alimentación, la actividad física y el estilo de vida en general, sino también los tratamientos en caso de enfermedad. En invierno convienen los ejercicios moderados y las terapias energéticas, que actúan sobre los niveles más profundos y sutiles del organismo.

4. La Paz: es tiempo de cultivar la tranquilidad mental

Los meses oscuros constituyen la época más complicada del año desde el punto de vista emocional y mental.

Los encuentros con la propia sombra, esa parte de uno mismo que se prefiere no reconocer, son más probables. Pueden reactivarse las antiguas heridas y los miedos no afrontados. Es un trago difícil que puede ir acompañado de melancolía, resignación, desesperación o depresión.

Son emociones que deberían disiparse antes de las celebraciones de Navidad. Para conseguirlo, aparte de ser más consciente de eso o de experimentar con alguna terapia, se puede recurrir a dos remedios florales de Bach:

  • Star of Bethlehem (o "leche de gallina") es uno de los componentes del remedio de rescate que se administra en estados de shock. Fortalece los nervios, estabiliza la circulación, activa la respiración y disminuye el dolor. Al mismo tiempo tiene un efecto calmante y relajante que facilita los procesos de autocuración, tanto corporales como mentales. Con esta flor se combaten los efectos retardados de los traumas, tales como el luto o el abatimiento.
  • White chestnut (castaño blanco) favorece la concentración, aporta paz espiritual y tranquilidad interior. Con la ayuda de este remedio puede ser más fácil no sucumbir ante el torbellino de pensamientos. Los malos recuerdos, los sentimientos de culpa y la mala conciencia pueden digerirse y evaporarse mejor gracias a este remedio.

El mar de la conciencia se calma, gana transparencia y permite contemplar las profundidades más luminosas del alma, de donde proceden el valor y la confianza para el futuro.

La esencia regeneradora del yoga

Los efectos del yoga se combinan bien con las necesidades del cuerpo y la mente en invierno.

Las asanas potencian el efecto regenerador causado por la llegada extraordinaria de sangre hacia los órganos. Estimulan los procesos fisiológicos y favorecen la armonía de funcionamiento entre los diferentes sistemas. El cerebro se irriga sin trabas y la producción de calor interior en estado de reposo alcanza valores límite.

Una ventaja del yoga frente a los simples estiramientos es que se acompaña de una disciplina mental y emocional. La capacidad de ver la realidad con un mínimo de interferencias alentadas por el ego personal es una de sus metas. Si bien se puede tomar como una práctica física, para obtener todas las ventajas es conveniente tener en cuenta los aspectos filosóficos y espirituales.

El poder del sueño

El sueño, uno de los remedios curativos más antiguos y eficaces, es otra auténtica terapia invernal.

En los antiguos templos griegos consagrados a Asclepio se provocaba mediante rituales que el enfermo soñara durante la noche, y los terapeutas (literalmente los "servidores del templo") deducían de sus sueños qué podía hacer para curarse.

Hoy sabemos que durante la noche el cuerpo y la mente se regeneran, poniéndose en marcha las fuerzas autocurativas. Por tanto es una buena idea dormir de media a una hora más al día en invierno.

5. Las luces: debemos buscar la exposición al sol

No es casual que en Navidad se iluminen calles y hogares. Se celebra el retorno de la luz, pero también hace falta una dosis extra, porque las noches todavía son largas.

En los países de latitudes norteñas y también entre nosotros existe el trastorno afectivo estacional, un tipo de depresión leve que se caracteriza por la apatía, el cansancio y la somnolencia constantes, y que se relaciona con la falta de exposición a la luz brillante de la mañana. Para tratarla se recurre a lámparas de luz intensa.

En la zona mediterránea puede ser suficiente con salir a dar un paseo por la mañana, tras despertarse. Así se corta el flujo de la hormona melatonina y aumenta el de serotonina, junto a la síntesis de vitamina D, que es necesaria para la salud de los huesos y del sistema inmunitario, y también para la capacidad de concentración. Como consecuencia uno se siente más animado, con más ganas de relacionarse y de trabajar.

La luz surte poderosos efectos. Si además se combina con ejercicio al aire libre, tanto mejor.

Conviene buscar la luz del sol de invierno en la playa y en la montaña. En la ciudad podemos acercarnos a los parques y las terrazas. Caminar en invierno por campos y sierras de altura mediana, sin nieve, es una delicia. El sol se agradece y no produce ninguna molestia.

Las formas de la escarcha o incluso de la nieve en las laderas expuestas al norte, donde no da el sol, cautivan la mirada. El aire vivificante y el horizonte expanden el alma. Solo hay que saber elegir el lugar, en soledad o buena compañía, y romper la inercia de quedarse en casa.

6. Tiempo en familia: es hora de crecer humanamente

Todo cambio de estación es una puerta abierta a las posibilidades. El invierno ofrece la ocasión de encontrar una calma y un equilibrio óptimos tras el ajetreado verano y el cambiante otoño.

Cuando las tardes y las noches se hacen más largas, igual que disminuyen las actividades en el exterior, las distracciones fáciles son menores y se tiende a mirar hacia el interior. Es una etapa básica en cualquier proceso de crecimiento personal. Si la apoyamos, saldremos anímicamente fortalecidos y el resto del año será más provechoso.

Buen momento para tomar decisiones

La mayor parte de nuestra vida está determinada por decisiones tomadas en algún momento. El invierno es idóneo para decidir porque somos más capaces de analizar con serenidad situaciones complejas.

El cerebro se aprovecha de la llegada de sangre, lo que facilita la concentración. Nos volvemos más sensibles, reflexionamos con facilidad, miramos hacia el pasado y hacemos un balance hasta el presente. En este proceso se toma conciencia de los sentimientos, no siempre fáciles de asumir.

Cuando fuera reina el frío, el verano late dentro.

Manejar las emociones

Luego puede aparecer una sensación de insatisfacción más o menos profunda, ya sea porque se cree que no se está haciendo lo debido o por miedo a la soledad, por ejemplo. En cualquier caso, surge la necesidad de estar bien con uno mismo, algo indispensable para lograr las aspiraciones personales. emprender actividades enriquecedoras.

El camino es emplearse a fondo en ocupaciones provechosas para el espíritu: desde la lectura y la escritura, hasta la participación en cursillos y talleres, las reuniones con amigos, pasando por cualquier afición personal. Resulta interesante atreverse con un reto a primera vista imposible: ¿Por qué no empezar a pintar un cuadro, escribir un relato, aprender un idioma...?

En cambio, no hay que alimentar ni enredarse con los sentimientos negativos, sino sustituirlos preferiblemente por sus contrapartidas positivas.

El orden interior

Es un tiempo de recogimiento y meditación. La mente se limpia, se pone en orden y se prepara para crear. Ahora que la semilla espera a que llegue el tiempo apropiado para crecer y manifestarse, es una época apropiada para incubar proyectos.

Todo plan enfocado al futuro exige en primer lugar aceptar y limpiar el pasado, tareas a las que se pueden dedicar las jornadas de introspección invernales. El objetivo es construir piedra a piedra sobre cimientos sólidos.

La mente se aprovecha de los efectos de los niveles más altos y durante más horas –por las noches largas– de melatonina, cuya producción aumenta con la oscuridad. Esta hormona del sueño secretada por la glándula pineal favorece las ondas theta y alfa, propias de los estados meditativos y de relajación. Quizá por eso muchos artistas y trabajadores intelectuales suelen elegir el invierno para retirarse a sus tareas, pues su creatividad se clarifica.

Tiempo hogareño

En el símbolo taoísta del yin y el yang se representa la complementariedad de las energías primordiales, inconcebibles la una sin la otra y que acogen en su interior el germen de la contraria. Es una lógica que se puede aplicar a lo que ocurre en el organismo a través de las estaciones.

El cuerpo invernal abriga el verano en su interior. Como dice Henry David Thoreau: "Tenemos el corazón tibio y jovial, como una cabaña cubierta de nieve, con las puertas y ventanas semiocultas, pero de cuyas chimeneas surge alegremente el humo".

En los días más fríos estamos contentos de sentarnos junto al hogar y disfrutar de la vida tranquila y serena, mientras fuera llueve, nieva o arrecia el viento.

La hermandad como camino

Aunque el invierno invita al recogimiento, también es propicio para ahondar en las relaciones con los demás.

Si en primavera o verano dominan el espíritu de aventura y las posibilidades que abren las personas a las que se acaba de conocer, en la estación fría se disfruta de la seguridad emocional que ofrecen los vínculos familiares.

Al calor del hogar, el amor fraternal parece extenderse: en la Navidad podemos invitar a quien está solo, aunque sea circunstancialmente, para acogerlo como un miembro más de la familia. Así se recupera la vivencia de que la humanidad puede ser una hermandad.