Para que un niño crezca físicamente sano, necesita tener cubiertas sus necesidades básicas de alimentación y de protección frente a posibles peligros. Además, para que crezca emocionalmente equilibrado y seguro de sí mismo, resulta imprescindible ocuparse de otro tipo de necesidades emocionales que, no todos los padres pueden o saben atender. Las carencias de este apoyo y cobijo emocional en la primera infancia se dejan sentir toda la vida.

En este artículo te cuento por qué conviene atender esas necesidades emocionales durante la infancia y el caso real de Javier, un paciente que vivió las consecuencias de no recibir ese apoyo.

La infancia y la pirámide de Maslow

En los últimos años las corrientes educativas más modernas abogan por criar y atender a los pequeños de forma global, comprendiendo y acompañando sus necesidades físicas, emocionales e intelectuales, pero esto no ha sido siempre así. De hecho, la crianza respetuosa aún sigue siendo minoritaria y las mayoría de las familias siguen criando basándose más en los intereses de los adultos que en los de los niños.

Sin embargo, ya en 1943, el psicólogo Abraham Maslow habló claramente de la importancia de estas necesidades emocionales para la salud humana en su teoría sobre la jerarquía de las necesidades, más conocida por su famosa pirámide.

  • Si seguimos la clasificación de las necesidades que propuso Maslow, la mayoría de los padres alcanzan a cubrir las dos primeras escalas de la pirámide: las necesidades fisiológicas (alimentación, sueño...) y las de seguridad (protección y salud, si nos referimos a los niños).
  • Cuando llegamos al tercer escalón de la pirámide, las necesidades familiares y de afecto, comienzan los problemas. Muchas familias, no piensan en las necesidades auténticas de los niños, sino que siguen repitiendo patrones de sometimiento y obediencia que suponen un freno en el crecimiento emocional de los pequeños.
  • Los dos últimos niveles, precisamente, los que nos hacen más humanos, apenas son atendidos. El cuarto nivel, el “Reconocimiento”, hace referencia a la necesidad de crecer en un ambiente de confianza y respeto, mientras que el quinto, la “Autorrealización”, habla de potenciar la creatividad, la resolución de problemas, el sentido del humor, etc.

La mayoría de las personas que acuden a mi consulta tuvieron más o menos cubiertas sus necesidades básicas durante su infancia, pero sufrieron numerosas carencias emocionales y afectivas. Estas carencias marcaron negativamente la calidad de su salud emocional.

Testimonio real: el caso de Javier y las gallinas

Uno de los ejemplos que siempre recordaré, aunque ya ocurrió hace más de 15 años, es el de Javier, un chico de 35 años que buscó terapia para trabajar unos problemas de seguridad y baja autoestima que le afectaban en sus relaciones personales y laborales.

Javier provenía de un pequeño pueblo del interior de la provincia. Su familia se dedicaba a la agricultura y él había crecido entre gallinas y otros animales de granja.

Sus padres siempre estaban ocupados con las labores de la tierra y los animales, y apenas tenían tiempo para dedicarle a sus 5 hijos. Los pequeños aprendieron a sobrevivir adaptándose a lo que se pedía de ellos. Por las mañanas, iban al colegio y, por las tardes, ayudaban a sus padres en las tareas del campo y de la casa.

Con el paso del tiempo, Javier estudió Empresariales y consiguió empleo en una oficina bancaria de la capital, pero las carencias emocionales de su infancia seguían pasándole factura en su vida adulta.

Por su parte, su padre se sentía muy orgulloso de que a sus hijos nunca les hubiera “faltado nada”, haciendo referencia a que siempre habían tenido comida en el plato y un techo en el que resguardarse, pero no tenía en cuenta el resto de las necesidades de sus hijos.

No se le puede recriminar que no pudiera hacerlo mejor porque él mismo tampoco había tenido un modelo precisamente saludable. El padre de Javier perdió a su madre cuando tenía 8 años y creció sufriendo las palizas de su padre cuando no cumplía con sus tareas del campo. Es comprensible que no fuera capaz de atender unas necesidades emocionales de sus hijos, si él mismo había crecido sin saber, siquiera, que esas necesidades existían.

En su terapia, Javier pudo comprender la situación de su padre, pero también comenzó a reconocer la realidad de que él creció arrastrando un gran número de carencias emocionales que minaron su confianza. En su infancia, nunca apoyaron sus intereses, no se preocupaban por sus problemas, no le cobijaban si lloraba, nadie le preguntó jamás cómo se sentía.

En terapia, no podemos cambiar el pasado, al contrario, debemos comprenderlo y asumirlo, pero sí que se puede trabajar para sanar las heridas emocionales y compensar, uno mismo, las carencias arrastradas desde la infancia.

Javier fue dejando atrás el rencor por su pasado. Dejó de preocuparse por lo que podía haber sido si hubiese tenido otra familia, se centró en cuidarse a sí mismo y en potenciar todas sus habilidades en su vida actual.

Finalmente, desde la comprensión y la compasión, un día surgió una conversación con su padre en la que Javier le habló de cómo había vivido su infancia y de lo que hubiera necesitado para crecer con más seguridad en sí mismo.

Su padre seguía hablándole de las necesidades básicas de alimento y protección, pero Javier le dijo: “Pero papá, es que nosotros éramos algo más que gallinas, no bastaba con darnos de comer y protegernos de la lluvia, necesitábamos más cuidado y cariño”.

Tratar las carencias emocionales en terapia

Esta conversación supuso un punto de inflexión en la relación de Javier con su padre. El ejemplo de las gallinas, significó para el anciano una toma de conciencia sobre lo que necesitaban los niños, sobre lo que había necesitado su hijo y, también, sobre lo que él mismo había necesitado en su infancia.

Javier me comentaba que empezaba a notar cambios emocionales en su padre. Se mostraba mucho más abierto, más dialogante y más interesado por sus hijos y por sus nietos.

Cuando el hombre murió, varios años después, Javier me escribió para contarme que su relación había seguido mejorando. Su correo electrónico terminaba de esta manera: “Ramón, a pesar de la pena que siento, por lo menos, me queda la agradable sensación de haber ayudado a mejorar a mi padre en sus últimos años. Pudimos conocernos mucho mejor y disfrutar de un nuevo tipo de relación mucho más humana y cálida”.