Todo bebé humano nace con la necesidad de recibir cuidados externos imprescindibles para poder sobrevivir: alimento, protección, higiene... Debido a esta absoluta dependencia de nuestro mayores, desde que nacemos tenemos una programación biológica que nos impulsa a entrar en pánico cuando sentimos que no nos prestan atención y que estos cuidados básicos, imprescindibles para nuestra supervivencia, están en peligro.

Si, de alguna manera, el niño no se siente protegido y cuidado, arrastrará este mismo pánico vital durante toda su vida y seguirá buscando la aceptación de los demás para sentirse tranquilo.

Consecuencias de tener miedo al rechazo

En terapia psicológica resulta muy habitual encontrar ejemplos de personas que son capaces de cualquier cosa, incluso de sacrificarse ellas mismas, para conseguir la atención y la aceptación del grupo en el que se encuentran.

Por suerte, este tipo de patrones negativos se pueden solucionar muy bien realizando un profundo trabajo terapéutico. Cuando encontramos el origen la necesidad primaria que subyace a esta actitud, podemos liberarnos de su efecto negativo.

Miedo a no ser aceptado por los demás: el origen

Para entender por qué a veces se presenta esta necesidad de agradar a los demás os voy a contar la historia de Mario, que llegó a mi consulta de psicología a sus 35 años. Tras varios años de aguantar el estrés y el acoso al que le sometían sus jefes, presentaba síntomas depresivos y estaba de baja laboral por ansiedad.

Según hablamos, en nuestras primeras sesiones, uno de sus principales problemas era que no era capaz de defender sus opiniones o sus pensamientos frente a los demás. Cuando algo no le gustaba o cuando tenía una buena idea para su trabajo, nunca podía decirlo y notaba un nudo en la garganta que le bloqueaba. Su pensamiento siempre era: “quizá no es una buena idea y no les va a gustar” o “seguro que piensan mal de mí”.

Repasando su infancia, en una de nuestras sesiones, Mario recordó una escena en la que su padre entró en la cocina, pasó a su lado sin decirle nada, saludó y besó a su madre, y salió sin ni siquiera mirar al pequeño. Durante los escasos segundos que duró la escena, Mario le siguió con la mirada, esperando, suplicando, un pequeño gesto de reconocimiento por parte de su padre, pero esto nunca ocurrió. Su padre actuó, y siempre actuaba, como si él no existiera.

Terapia psicológica para sanar el miedo al rechazo

Al pedirle que conectara con las emociones que sentía el pequeño en esos momentos, Mario rompió a llorar. Decía: “Su padre nunca le dice nada. Nunca da muestras de cariño. El niño se queda triste. Le duele, le falta. Siento un dolor físico en el corazón. Lo siento en el niño y lo siento ahora, como adulto. No me da seguridad, no me siento seguro con mi padre. Me siento como desnudo cuando voy con él. Totalmente desprotegido”.

Le pregunté, entonces, qué reconocía de toda esa situación en su actualidad, en sus relaciones con otras personas. “Siempre pienso lo que voy a decir. No sé si a los demás les va a gustar mi opinión o si me van a rechazar”.

Justo al pronunciar esa última palabra (rechazar), Mario comprendió la conexión entre su presente y su pasado. Volvió a llorar desconsoladamente. “Yo le quiero caer bien a la gente. Quiero ser aceptado. Exactamente igual que el niño. Le quiero gustar a mi padre, quiero que aprecie lo que digo, que me tenga en cuenta. El niño quiere sentirse seguro con su padre, pero nunca llega, nunca lo consigue. Por mucho que lo intente, nunca lo consigue”.

Poco a poco, fuimos trabajando esa carencia emocional tan fuerte que arrastraba Mario para cambiar el foco de atención en su presente. Fue asumiendo que su padre tenía su carácter y sus propias taras emocionales. No fue capaz de darle atención de pequeño y tampoco iba a cambiar en su presente. No podía seguir esperando que el cariño viniera de esa parte.

Atreverse a no gustar

Poco a poco Mario comprendió que, en la actualidad, era él mismo el que sí podía quererse y procurarse las atenciones y el cariño que no tuvo de pequeño. Su tiempo y su esfuerzo por venir a terapia ya era una muestra de que quería cuidarse y quería sanar su pasado.

Un día, entre sesiones, Mario le escribió una carta a su “niño” para que dejara de mirar a su pasado y se centrase en el presente: “Habla con tranquilidad. Sé tú mismo. Exprésate sin que te importe lo que piensen los demás, sin miedo a que te juzguen, sin miedo a que te juzgue tu padre. No sé por qué fue así contigo, pero yo estoy contigo ahora. Yo te voy a cuidar y no te voy a juzgar”.

En su presente, Mario fue ganando confianza. Comenzó a darle importancia a sus opiniones y dejó de importarle lo que pudieran opinar los otros. Cada vez que hablaba, cada opinión que expresaba le hacía sentirse más fuerte y seguro. Ya no necesitaba la aprobación de nadie, ya se tenía a sí mismo.