La responsabilidad desmesurada es uno de los rasgos psicológicos que con más frecuencia encontramos en la base de los problemas que más afectan a nuestra sociedad: la ansiedad y el estrés. Muchas personas se presionan tanto para ser perfectas que, sin darse cuenta, acaban por llevar sus cuerpos y sus mentes al límite.

Las personas extremadamente perfeccionistas, con un exceso de preocupación por mantener su imagen de persona responsable y perfecta, pueden llegar a vivir situaciones verdaderamente peligrosas para su salud.

Cuál el el límite del perfeccionismo

Esther se tenía por una persona eficiente y responsable, con una vida acomodada y relajada, sin embargo, tras un accidente doméstico, se dio cuenta de que necesitaba ayuda psicológica.

Un día, preparándose un té, justo en el momento en que estaba vertiendo el agua hirviendo, tuvo un pequeño despiste y el agua comenzó a caer sobre la mano que sujetaba la taza. En lugar de soltar la taza cuando su piel comenzó a quemarse, Esther aguantó el dolor hasta que terminó de servir el agua y pudo depositar la taza sobre la mesa.

Es evidente que Esther sintió el dolor del agua hirviendo sobre su mano, pero, según me explicó, su necesidad de ser perfecta y no cometer errores, la obligó a sobreponerse a la quemadura y terminar de servir la taza.

  • Forzar el cuerpo y la mente para ser perfectos y poder cumplir con todo lo que se les exige (a nivel laboral, familiar, etc.), acaba por debilitar y enfermar a muchas personas. Además, este patrón de responsabilidad excesiva, puede acabar llevándolas a pensar que, si no logran cumplir con tal o cual objetivo, la vida no merece la pena.
  • En sociedades como la japonesa, miles de personas se suicidan al año cuando son despedidas de sus trabajos y no pueden cumplir con sus responsabilidades o con lo que se les inculca que la sociedad espera de ellas.
  • En principio, el ser responsable y tener gusto por hacer las cosas bien, siempre que este deseo proceda de una auténtica motivación interna, no resulta pernicioso. El problema surge, como le sucedió a Esther, cuando desde el exterior se presiona esta actitud sana y positiva de los niños y se les fuerza a convertirla en el principal objetivo de su vida.

Las causas profundas del perfeccionismo

Esther desde bien pequeñita, siempre fue una niña brillante. Destacaba en todo lo que hacía y sus padres siempre la exhibían como modelo frente a la familia: la comparaban con sus otros primos (más normalitos, según ellos) y la presionaban para dar siempre lo mejor de ella misma.

Al comenzar el colegio, la presión se multiplicó. El mundo escolar representaba el escenario perfecto para tener que demostrar que podía ser aún más perfecta y que siempre debía ser la mejor de la clase.

Para la pequeña Esther, ser la mejor se convirtió en la única forma de sentirse valorada por sus padres y profesores. Su propia madre le decía: “no eres guapa y estás gorda, pero tienes que demostrarles a todos que puedes sacar mejores notas que ellos”.

Esther creció esforzándose por lograr la perfección en todo lo que hacía.

No podía permitirse ningún error. Se convirtió en una persona ultra responsable. El problema de crecer bajo esta programación es que te separa de tu propia voz interna y de tus propias necesidades. Esta obligación se antepone a la salud y acaba forzando a la persona a realizar todo lo necesario para lograr la perfección, incluso, aunque sea peligroso.

Esther, inconscientemente, lo que buscaba era el cariño de sus padres, Como no había encontrado otra forma de obtenerlo, no le importaba quemarse la mano con agua hirviendo si, con ello, seguía manteniendo su imagen ideal.

Darnos permiso para ser imperfectos

En su terapia, tuvimos que trabajar muy duro para desprogramar esta idea de la perfección como única forma de vida, ya que Esther tenía muy interiorizado que solo la iban a querer si era perfecta.

A lo largo de sus sesiones, pudo comprender que esta forma de “querer” no era sana y que no le merecía la pena estar con quien no la apreciara tal y como ella era realmente, con sus imperfecciones.

Tras su terapia, Esther, que se había separado de su marido, conoció a un chico nuevo que la apreciaba y la quería de forma más auténtica. Pudo permitirse bajar su listón de exigencia y ser mucho más natural, admitiendo que no lo sabía todo y que no podía con todo.