Tener un sueño tranquilo y reparador es básico para mantener un buen equilibrio físico y mental. No solo necesitamos dormir, sino que tenemos que hacerlo bien. Nuestro cerebro debe descansar de todo el trabajo diario y necesita tiempo para recuperarse y prepararse para el día siguiente.

Cuando el sueño se ve interrumpido por constantes pesadillas, la persona no puede descansar con normalidad y arrastra secuelas físicas y emocionales a lo largo del día (agotamiento, falta de concentración, problemas de memoria, tristeza, etc.). ¿Qué ocurre cuando esas pesadillas son recurrentes?

Te cuento el caso de Amelia que, tras 50 años sufriendo pesadillas, pudo liberarse de ellas, gracias a nuestro trabajo en terapia. Se trata de una de las experiencias más extremas sobre pesadillas que he conocido en consulta.

“Imagino que habrá más gente con pesadillas muy intensas y muy frecuentes. Me gustaría decirles que el terror existe, que puede quedarse a vivir, incluso empadronarse y poner a su nombre las escrituras de tu mente, pero puedes reprogramarte y desahuciarlo. Se puede conseguir. Yo lo he hecho”, comenta Amelia tras haber superado el problema, con la intención de que sus palabras sirvan para animar a quienes puedan encontrarse en la misma situación.

Pesadillas todas las noches: un caso extremo

Aunque no fue su motivo principal de consulta, Amelia me comentó que sufría de constantes pesadillas cuando ya habíamos realizado varias sesiones. Esto no era un hecho ocasional, como suele ocurrirnos a todos, sino que le sucedía, desde su infancia, casi todos los días. Para ella era tan habitual que había normalizado el tener pesadillas y -casi- se había acostumbrado a despertarse sobresaltada por la noche y a ir cansada durante todo el día.

La realidad es que su caso era muy extremo y consideramos necesario trabajarlo en terapia. Cuando le pregunté por sus pesadillas, Amelia me contó que las sufría desde que tenía uso de razón. Teniendo en cuenta que tenía 55 años cuando acudió a mi consulta, había pasado 50 años teniendo pesadillas, casi a diario.

Además, según me contó, sus pesadillas eran muy intensas y desagradables. Siempre implicaban algún riesgo de muerte o angustia vital. También, incluían situaciones de violencia y de dolor físico.

Otro rasgo común en las pesadillas de Amelia era la incapacidad de escapar o de gritar. Me contaba que siempre lo intentaba, pero el grito se quedaba atrapado en su garganta. Sin embargo, su hijo y su actual pareja le explicaban que siempre lloraba en sueños “como una niña pequeña” (palabras literales de ambos).

Este no era un tema del que soliera hablar con sus familiares o conocidos, no porque sintiera que no le iban a comprender o a apoyar, sino porque le resultaba extremadamente doloroso recordar las pesadillas y revivir el dolor y el terror que sufría durante las noches.

El trauma tras las pesadillas recurrentes

Según los manuales de diagnóstico de enfermedades psicológicas, las pesadillas suelen ser habituales en caso de “estrés postraumático”. El caso de Amelia es un ejemplo extremo de esto, puesto que su episodio traumático abarcaba toda su infancia.

Su padre había sido un hombre irascible y violento, sin ninguna empatía por sus hijos. Muchas noches, según fuera su humor, encendía la luz de la habitación de la pequeña Amelia, la despertaba, la sacaba de la cama y la golpeaba. En otras ocasiones, en lugar de despertarla para golpearla, se metía en su cama, lo que aún era peor.

Cuando estos episodios ocurrían durante el día, la niña los veía venir y podía anticiparse y esconderse. Sin embargo, si ocurrían durante la noche, el sobresalto aún era mayor. Para ella, quedarse dormida suponía un riesgo. Todas las noches intentaba resistirse al sueño y aguantar despierta, en alerta ante cualquier ruido, pero siempre terminaba vencida por el cansancio y despertándose sobresaltada.

Además, igual que ocurría en sus pesadillas, en todos estos episodios, tenía que reprimir sus gritos y sus quejas. Su padre la obligaba a callar bajo amenazas, la hacía saber que si gritaba, sería aún peor.

Amelia tuvo que reprimir sus sueños, pero sus emociones no desaparecieron. Todo el dolor, el daño, los sobresaltos y el desamparo que sufrió durante su infancia, se repetían cada noche en sus pesadillas, haciéndola llorar como una niña, aunque ya tuviera más de 50 años.

Terapia para volver a dormir sin pesadillas

Durante nuestras sesiones, Amelia se fue liberando del yugo de su padre y de la constante necesidad de estar en alerta. Pudo verbalizar y liberar todas las emociones que reprimió en su momento. Para sanar su infancia traumatizada, Amelia tuvo que reconocer y asumir los duros momentos que vivió de niña, pero ya como adulta, podía verlos desde una nueva perspectiva.

Su padre había muerto 20 años atrás. Ya no existía peligro de que nadie la despertara por la noche para golpearla o abusar de ella. Ya no necesitaba irse a la cama en alerta y con miedo a la noche. Ahora, la adulta podía cuidarse y protegerse.

Para representar este nuevo cambio de perspectiva, Amelia imaginó que hablaba consigo misma, como niña, en la cima de una montaña: “Ahora ya puedes hablar y gritar. Puedes pedir ayuda cuando lo necesites porque yo voy a estar contigo. Ya no hay peligro, ya terminó la guerra, ya te puedes relajar”.

Cómo cambió su vida al dormir sin pesadillas

Tras una de nuestras sesiones clave en su terapia, volví a ver a Amelia dos semanas después. Me contó que, por primera vez en su vida, había pasado 15 días sin tener pesadillas. Para ella, dormir y descansar de forma normal, como cualquier persona, era una experiencia completamente nueva: “qué feliz se puede ser sin tener pesadillas”, me dijo.

A medida que pasaba el tiempo, marcaba en un calendario las noches que pasaba sin pesadillas hasta que dejó de hacerlo porque ya no tenía miedo de que volvieran. Su nueva vida de descanso nocturno se había convertido en su nueva realidad. Ya nunca volvió a llorar por la noche como una niña.

Me contaba que se sentía mucho más lúcida, con mucha más tranquilidad durante la noche y más claridad mental durante el día. Pensaba mucho mejor y podía tomar mejores decisiones sobre su vida.

También, comenzó a dedicar más tiempo a observarse y a cuidarse. Escuchaba a su cuerpo y detectaba aquello que le hacía bien y aquello que no.