Anabel González es formadora en terapia EMDR, una psicoterapia que permite abordar las heridas emocionales más profundas y el estrés postraumático. Ha publicado la obra ˝Las cicatrices no duelen” (Ed. Planeta) en la que explica cómo se pueden deshacer los nudos emocionales mediante la terapia EMDR.

“Las heridas emocionales no se ven y por ello creemos que podemos hacer magia para curarlas, pero siempre es necesario un proceso. A nivel emocional, al igual que ocurre con las heridas físicas, nuestro sistema nervioso tiene mecanismos para sanarnos, que tienen sus tiempos. Si queremos quemar etapas y acelerar el proceso para ponernos a funcionar en seguida como si nada hubiera pasado, dejaremos cosas sin resolver que, a lo mejor años después, ante una situación menos significativa, aparecerán. Entonces se nos caerá todo encima”, advierte Anabel González.

–¿Cómo ayuda el EMDR a curar las heridas emocionales?
–El EMDR es una terapia para tratar el trauma reconocida por la OMS y numerosas guías clínicas internacionales, en la que a través de un conjunto de procedimientos se trabaja en los recuerdos y las defensas que levantamos ante el dolor vivido. Un ingrediente de esta terapia es un tanto atípico y ha dado lugar a gran número de investigaciones.

Se ha visto que determinados movimientos oculares u otras formas de estimulación del cerebro de modo alternante, tienen un efecto sobre recuerdos perturbadores, disminuyendo su intensidad y ayudando a asimilarlos. Sin embargo, la parte más compleja del EMDR no es como se aplica, sino llegar a encontrar qué recuerdos es importante trabajar, esto es lo que puede ser laborioso. No siempre es fácil localizar la raíz del problema que no nos deja evolucionar.

–¿Podemos estar influidos por heridas emocionales profundas sin saberlo?
–Sí, de hecho, cuanto más profundo es el trauma, más fácil es que la persona no tenga conciencia del mismo. Si la experiencia fue abrumadora, se produce una anestesia emocional, los recuerdos pueden quedar bloqueados y la mente no tener acceso a lo que pasó. Sin embargo, las emociones que todo eso nos generó se quedan dentro, aunque no nos enteremos… Así las personas con heridas más graves son las que menos nos pueden contar dónde está la raíz del problema.

Si pensamos en las caras de los niños soldado podemos entender esto bien. Su cerebro no puede procesar todo el horror vivido y se desconectan emocionalmente, actuando como si no pasara nada. Algunos estudios señalan que estos niños no sienten de modo normal la tristeza ni el miedo porque hay emociones relacionadas con la vulnerabilidad que su cerebro ya no logra identificar. No se pueden permitir sentirlas por la realidad que les ha tocado vivir.

–A esta dificultad por acceder a la raíz de la herida se une el miedo a enfrentarse a la misma en terapia, ¿no?
–Precisamente estoy trabajando en un libro sobre el trastorno conversivo, que es una manifestación corporal de problemas emocionales. Las personas que lo padecen no se comunican emocionalmente, y además la idea de que sus problemas físicos tengan una raíz emocional no les gusta nada. Así que van de médico en médico intentando encontrar cuál es el origen de su patología y difícilmente se implican en un proceso psicoterapéutico, que es lo que realmente necesitan.

A estas personas muchas veces se les hace responsables de lo que les ocurre, pero el grado en el que sus síntomas pueden ser modificados a voluntad es escaso o nulo. Sin embargo, la forma de tratarlo es a través de la psicoterapia, y esto requiere que el paciente participe con nosotros en el tratamiento, pero su problema les dificulta tomar conciencia y trabajar para solucionarlo. Son nudos complicados de deshacer.

–¿Los traumas repercuten sobre las relaciones que mantenemos con los demás?
–Un trauma, en un sentido amplio, es en realidad una experiencia vital no resuelta. Sus efectos pueden verse a través de los problemas físicos que sufrimos, los problemas emocionales en los que nos quedamos encallados o las dificultades en las relaciones. Lo que más nos puede traumatizar a las personas, es otro ser humano, y cuando esto pasa se generan patrones que nos pueden llevar a tener una y otra vez el mismo tipo de problema con los que nos rodean.

Nos preguntamos: “¿por qué acabo siempre aquí?”, y no encontramos respuesta, porque esa respuesta está más atrás en nuestra historia. Esto no es siempre fácil verlo por uno mismo, y lo lógico parecería que si te has estrellado cuatro veces de la misma forma, a la quinta te digas: “Voy pedir ayuda para que alguien me ayude a ver lo que yo no puedo ver”. Sin embargo, las personas somos muy complicadas.

Por ejemplo, a veces nos llegan a terapia personas empeñadas en demostrar que nos les ocurre nada. Y es que nos vamos construyendo trampas muy complicadas de desenredar. Si estamos ante un problema recurrente, ya sea de origen físico, relacional o emocional es bueno pedir ayuda y recorrer ese camino pacientemente durante un tiempo.

La paciencia es importante porque no se puede solucionar en dos días de tratamiento lo que llevamos arrastrando años. También es fundamental mirar de frente nuestros problemas y compartirlos con el terapeuta, funcionar como un equipo, es así como se le puede realmente sacar partido.

–¿El EMDR no es una terapia rápida?
–Si la comparamos con la terapia de exposición –una terapia también utilizada para experiencias traumáticas– el EMDR es más rápido de aplicar. Pero ambas técnicas requieren una integración de la experiencia, lo que acaba llevando tiempo.

El procedimiento es diferente. En el EMDR se conecta con el recuerdo y se empieza con un proceso asociativo, que se activa con los movimientos oculares. El cerebro empieza a ir de un lugar a otro y a conectar con diversos elementos (recuerdos, emociones, sensaciones, muchas veces distintos del recuerdo inicial). Se vuelve alguna vez al recuerdo inicial, de modo muy breve, como tres o cuatro veces en una sesión. Esto es muy distinto de la terapia de exposición, en la que la persona estará en contacto con el recuerdo traumático y las emociones asociadas a éste durante largos periodos, hasta que se habitúa a él, tratando de permanecer lo más posible en contacto con el recuerdo.

Generalmente, la persona repetirá el proceso más veces por su cuenta, hasta conseguir el efecto. En EMDR, durante la mayor parte de la sesión la persona está haciendo asociaciones con otras cosas, y finalmente el malestar que producía el recuerdo inicial va bajando y queda más integrado con el resto de lo vivido, pero no repetirá el proceso en casa. De modo que el tiempo total que se emplea en trabajar con el recuerdo, es más bajo con EMDR, aunque ambas terapias son eficaces y están recomendadas.

Ahora bien, si una persona empieza una psicoterapia, el problema no suele tener que ver únicamente con un recuerdo. Muchas veces se ven distintas experiencias que se combinan para dar lugar a un problema. Lo cierto es que, al ayudar a que la persona vaya haciendo conexiones, con el EMDR se entra a trabajar a un nivel de profundidad mayor, lo que al final también conlleva tiempo... Hay pacientes que vienen esperando curar el daño de toda una vida, a veces muy complicada, en unas pocas sesiones, y esto no es realista.

–De los muchos casos que narra en el libro, ¿cuál destacaría?
–De los casos que cuento en Las cicatrices no duelen (Ed. Planeta) hay algunos a los que guardo más en mi memoria, quizás por lo que me enseñaron. Recuerdo una mujer, que fue la primera paciente con un cuadro psicótico que traté con EMDR, y que me demostró que en estos casos trabajar el trauma puede aportar mucho.

Otro de los primeros casos que traté fue una niña, con niños trabajamos muchas veces con dibujos, y puede verse de modo muy gráfico en ellos los cambios con la terapia... La niña había sufrido una pérdida importante y en la sesión de EMDR su cerebro fue realizando asociaciones de forma espontánea, fue sanándose a sí mismo sin casi intervención por mi parte: encontró la solución dentro.

Lo que vi con esta terapia es que muchas veces la persona entiende lo que le pasa y sabe lo que tendría que hacer para curarse, pero sufre un bloqueo a otro nivel que no le deja llevarlo a cabo. El efecto que se ve con EMDR es el de desbloquear, como de deshacer unos nudos que están en lo emocional, a veces en el cuerpo, y que no son fáciles de modificar desde la conciencia y la voluntad.

–¿Cómo saber qué recuerdos son traumáticos?
–Hay experiencias de nuestra historia que se quedan sin integrar, sin asimilar. Lo sabemos porque, si echamos la vista atrás y pensamos en esos momentos vividos, no son emocionalmente neutros, sino que aún nos hacen sentir mal.

Para que un recuerdo esté procesado, ha de producirnos la misma sensación que pensar por ejemplo en una planta. Cualquier recuerdo antiguo que todavía nos despierte una emoción, sería un recuerdo no resuelto. A veces nos parece extraño esto y pensamos: “Si lo que pasó fue muy grave , ¿cómo no me va a doler?”.

Pero realmente el dolor es una señal que solo tiene sentido mientras el problema está activo. Recordar que hemos chocado con la esquina de la mesa, no nos duele. Solo que lo recordemos. De hecho, si nos duele al pensar en ello, solemos protegernos peor de futuros daños.

–¿Qué diferencia hay entre un trauma que sucede en la edad adulta y uno que sucede en la infancia?
–En la infancia, que es cuando nuestro cerebro se está desarrollando, somos más vulnerables, y, además, muchas veces es cuando se sientan las bases de creencias o formas de funcionar que llevaremos con nosotros toda la vida.

De hecho, muchas veces vemos como en personas que sufren un trauma en la edad adulta, la situación del presente se conecta con experiencias infantiles no resueltas, que empeoran o aumentan la repercusión de lo que está pasando.

Por ejemplo, imaginemos que he sufrido un accidente de bicicleta de pequeño, me llevé un buen susto y mi madre se puso muy nerviosa. Luego sufro otro accidente de adulto. Mi cerebro conecta estos dos episodios, muchas veces sin que yo me dé cuenta, y como el primero no es del todo neutro, el suceso actual va a disparar también las emociones que quedaron sin procesar entonces.

Esto explica también porque una misma situación afecta más a unas personas que otras.

Cuando en el 2013 tuvimos un grave accidente de tren en Galicia mucha gente tuvo que hacer terapia, independientemente de que hubieran sufrido lesiones físicas. De los casos que traté por entonces ninguno había padecido heridas corporales importantes y en cada uno de ellos el nivel de afectación era distinto. Uno de los casos más graves había sufrido malos tratos en la infancia, tema que había tratado de negar toda su vida. Aquella maraña que tenía dentro se abrió como una caja de pandora con el accidente, pero seguía sin querer trabajarlo ni mirarlo, lo que le acabó bloqueando por completo.

–¿La pandemia también está disparando emociones no procesadas?
–Sí, la pandemia nos está removiendo a todos, pero siempre es peor cuando llueve sobre mojado. Por ejemplo, las personas que habían tenido anteriormente experiencias dolorosas de soledad, estuvieron peor durante el confinamiento.

Toda esta situación fue un disparador de alto calibre de traumas previos. Todos tenemos experiencias que no hemos asimilado del todo, no hace falta que sean gravísimas para que nos influyan: aunque no pensemos habitualmente en ello, puede pasar algo que se conecta con esas experiencias, y empezar a bloquearnos. Ha sido una etapa extraña, y es muy normal sentir miedo o incertidumbre.

Pero si nos vemos peor de lo esperable, nos ayudará preguntarnos con qué nos conecta esto, qué nos produjo sensaciones parecidas a éstas anteriormente… Este tipo de reflexiones nos permiten ver que hay heridas no cicatrizadas, dejar que les dé el aire y que dejen de influirnos. Si no nos damos cuenta de cuál es la raíz del problema, es más difícil hacer cambios.

Al tomar conciencia dejamos además de ir en piloto automático y pasamos a manual, pero para eso hace falta parase. En el mundo actual generalmente vamos a mucha velocidad, y con el parón que hemos tenido durante la pandemia muchas personas han tenido ese tiempo para estar un poco consigo mismas.

Además, se han dado cuenta del valor del tiempo y del precio que estábamos pagando por vivir a toda prisa. Queríamos abarcar demasiado. A mí me tenía preocupada la sobredosis de actividades extraescolares en los niños, que tenían agendas que parecían de ejecutivos, y eso estaba llevando a síntomas de estrés en la infancia, lo cual es grave. Un niño tiene que tener tiempo para perderlo y aburrirse.

–Durante la pandemia han aumentado los casos de ansiedad entre los jóvenes.
–A raíz de la pandemia estamos viendo en consulta muchos más problemas de salud mental en niños y adolescentes, de los que tendremos que ocuparnos, aunque también ha tenido sus efectos favorables en estas edades. Un profesor me comentaba que desde la pandemia era más consciente de la importancia de abordar lo emocional en la escuela y en los procesos de aprendizaje.

Hay tanta preocupación por alcanzar objetivos que nos olvidamos de que un niño no puede aprender si no está en calma, porque su parte emocional secuestra la energía de su cerebro. Durante el confinamiento y durante la pandemia hay niños que han estado mejor que nunca, porque han podido disfrutar de pasar más tiempo al lado de sus padres, algo a lo que no estaban acostumbrados. También creo que cuando estemos todos inmunizados y esto vaya a mejor, irán apareciendo consecuencias de la pandemia que aún no han aflorado.

Cuando estás viviendo una experiencia traumática no te paras a sentir si estás cansado, estresado o saturado… Es cuando sales de ella, cuando puedes decir que ya pasó, cuando te das cuenta de lo que ha supuesto.


–¿Y podemos aprender de las malas experiencias?
–Lo que vivimos, sea positivo o negativo, puede ser un aprendizaje y llevarnos a adquirir cada vez más recursos para afrontar las nuevas situaciones; también puede jugar en nuestra contra. Depende de muchos factores: lo vulnerables que seamos en ese momento, si tenemos apoyo o no, lo que significó para nosotros. Para mí una de las cosas más interesantes de la perspectiva del trauma es que aborda los casos de un modo muy personalizado: no hay dos problemas idénticos ni que tengan la misma historia detrás.

Por ejemplo, una adicción puede tener diversos orígenes. A lo mejor una persona consume cocaína porque la hace sentir fuerte, por encima de todos, y habitualmente se siente muy poca cosa; o bien puede beber porque necesita anestesiar emociones que no se siente capaz de manejar. Las dos personas son adictas, pero por razones diferentes.

Lo mismo pasa con todos los problemas. Se puede sufrir un cuadro de depresivo por haber vivido una experiencia de abandono en la infancia o por haber crecido con un exceso de control… Las dos cosas son problemáticas y, aunque ambas deriven en una depresión, su raíz no tiene nada que ver.

Cuando vemos la historia completa, iremos a trabajar sobre el origen del problema, aunque el objetivo siempre es mejorar el presente y lograr que en el futuro esos recuerdos empiecen a jugar a nuestro favor y no en contra. Una vez procesados, estos recuerdos pueden convertirse en aprendizajes. De las malas experiencias puede surgir algo positivo, pero para ello necesitamos haberlas asimilado.

–¿Cuál fue el origen del libro?
–Quería explicar lo que yo he ido descubriendo en mi experiencia profesional, y en ello la terapia EMDR fue un gran descubrimiento, porque me ofreció otra visión de los pacientes. Este viaje por el funcionamiento de la mente humana es lo que intento describir en el libro. El ejemplo de la paciente con psicosis que explicaba antes creo que lo explica muy bien. De residente me enseñaron que a estos pacientes las psicoterapias que no se centrasen en las actividades diarias y en tomar el tratamiento, resultaban contraproducentes, y que debíamos evitar cualquier tipo de introspección porque podían descompensarse.

Sin embargo, cuando empecé a trabajar con ellos con EMDR me di cuenta de que a estos pacientes los habíamos estado abandonando. Se ha ido viendo también en investigaciones recientes que estos casos mejoran cuando se trabaja con su historia traumática. Si esto es así en problemas de esta gravedad, más aún en otro tipo de síntomas.

La idea del libro es que, a través de historias reales, podamos entender nuestras reacciones, nuestras fortalezas y nuestras dificultades. Como todos mis libros, siempre tiene el objetivo de mejorar la comprensión de nosotros mismos. En este en particular, el objetivo adicional es poner el énfasis en cómo resolver nuestros problemas. No habla solo de EMDR, sino de la psicoterapia y de lo que podemos conseguir con ella, de cómo podemos mejorar con otros abordajes, si trabajamos en ello.

El mensaje central es que sí se puede. Creo que hay un grupo de personas que no va a terapia porque no se da cuenta de cuál es el problema y otro grupo que no va porque está convencida de que una terapia no soluciona nada. Muchos tienen una idea muy estereotipada de lo que es la psicoterapia y creen que se limita a hablar con alguien que te dará consejos. Lo que quería mostrar es que hay muchas terapias, muchas maneras de entendernos, de mirarnos por dentro, y de solucionar nuestros problemas. Una de esas maneras es ir a la raíz de lo que nos ocurre, al origen. Si el pasado nos hace daño, podemos hacer cosas para sanar nuestras heridas. Una vez curadas se vuelven cicatrices y las cicatrices no duelen.