Comienza el otoño. Maduran los últimos frutos y caen las primeras hojas. Si la primavera es tiempo de renovación y el verano de plenitud, el otoño es tiempo de maduración y culminación, de soltar y de sembrar las semillas de lo que dará fruto el año próximo. Una estación para la reflexión y la intuición.

Las emociones sintonizan con la naturaleza

En el mundo de hoy, sobre todo en las ciudades, las prisas y la tecnología nos hacen a veces olvidar en qué momento del ciclo anual nos encontramos. Sin embargo, para abrirnos a la armonía del mundo es esencial conectar con los ritmos de la naturaleza; percibir los cambios y los ciclos, en el macrocosmos y en el microcosmos de nuestro interior; sentir cómo se manifiestan el transcurrir de los días y noches y estaciones.

La metamorfosis del mundo nos cambia también a nosotros. Con el paso de las estaciones no solamente cambia la naturaleza que nos rodea, también se transforma nuestra existencia, que sintoniza con nuevos ritmos de luz y oscuridad, de calor y frío, cambios en la humedad y en los vientos que renuevan el aire, cambios de actividad en los ciclos del agua, flora, fauna y cielos.

Dentro del ciclo anual, el otoño corresponde al atardecer en el día y a la culminación de la madurez en la vida. Es tiempo de culminación y de declive.

Atrás queda el lúdico paréntesis del verano y vuelve a comenzar el curso, la vida. El paso del verano ha ido secando el aire y, por eso, en otoño disfrutamos de cielos especialmente nítidos, de día y de noche. La luz de la primavera es joven y agitada. La del otoño es sabia y madura.

Friedrich Nietzsche alude a ello viviendo en Italia, en una latitud como la nuestra, al soñar con una música que sea “jovial y profunda como un mediodía de octubre”.

Momentos para interiorizar y soltar

En la filosofía china, el otoño es una estación yin, tendente a lo receptivo, a la intuición y a la interiorización. La savia de los árboles se retira de las hojas y ramas y vuelve hacia las raíces. Los animales disminuyen su actividad. Anochece cada vez más temprano y poco a poco vuelve el frío.

El otoño se asocia tradicionalmente a la melancolía, nos retiramos del mundo exterior, física y psicológicamente, y nos volvemos hacia el interior. Pasamos menos tiempo al aire libre y estamos más en casa, dedicados a actividades menos energéticas que las del verano: leemos, conversamos y podemos volver a gozar del fuego del hogar.

Las puestas de sol son más largas que en verano. Por eso el otoño nos regala un festival de cielos rojizos, reflejo de los tonos cálidos que cubren primero las hojas de los árboles y luego el suelo, para convertirse en fértil humus del que volverá a brotar la vida.

El otoño es la estación en que más llueve en nuestro clima. Con la lluvia emanan de la tierra nuevos aromas y un olor a plenitud impregna el bosque. Decaen las hojas y las flores, pero abundan los frutos. Brotan las apreciadas setas, maduran las bellotas, nueces, avellanas, algarrobas y castañas.

Un tiempo de muerte y renacimiento

En mitad del otoño se celebra en Cataluña la castanyada, en Galicia el magosto, en la cultura gaélica samhain y en los países anglosajones Halloween. En el origen de estas festividades hay ritos relacionados con la muerte y el renacimiento, más explícitos en el famoso Día de los Muertos mexicano.

Según el Buda, “nuestra existencia es tan transitoria como las nubes del otoño”. Liberarnos de la codicia y de los deseos que nos encadenan es una de las recomendaciones clave del budismo. Dice el Buda en el Dhammapada: “Arranca tu codicia como arrancarías un lirio de otoño”.

En otoño, la naturaleza practica el desapego y se desprende de lo que no es esencial.

Nos corresponde soltar lo que ya no necesitamos, desapegarnos de las formas de ser que ya no dan fruto, encontrar un lugar de calma interior y prepararnos para empezar de nuevo.

Podemos soltar relaciones marchitas, despidiéndonos de manera genuina, con agradecimiento y responsabilidad.

El significado del otoño

Caen las hojas de manera tranquila y dulce ofreciendo un espectáculo en Europa, en el este de Asia y en el este de Norteamérica. El verde del verano se transforma en rojo, oro, amarillo, luz cálida sobre la tierra que se enfría.

En lituano, el idioma actual más cercano a las antiguas lenguas indoeuropeas, el nombre de la estación, ruduo, evoca el color rojizo y pardo que adquieren las hojas. En el inglés de Norteamérica, la caída de las hojas da nombre al otoño: the fall (“la caída”). Sin duda, los primeros colonos británicos debieron maravillarse con el otoño de los bosques caducifolios de Nueva Inglaterra.

En otros idiomas europeos, el nombre del otoño evoca lo que la estación tiene de último, final y tardío. Así, en euskera, el otoño es udazken (de azken, “último, final’”), en asturiano es seronda (del latín serotinus, “tardío”) y en catalán es tardor (del latín tardationis). En aragonés se llama agüerro (derivado del vasco agor, “agotado”, como la tierra que ya no da fruto).

El poeta Juan Ramón Jiménez personifica la estación: “Otoño, joven andaluz de ojos ardientes y cabellos áureos, / todo vestido de brocado malva, con hojas amarantas en las manos”. El poeta evoca en las hojas el color rojizo del amaranto, planta cuyo nombre significaba en griego “que no se marchita”.

El otoño también se asocia con la decadencia y el declive. Lo vemos en el título de una famosa novela de Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca, y en el de un clásico de la historia cultural, El otoño de la Edad Media, del erudito holandés Johan Huizinga, también conocido por mostrar cómo el juego es un aspecto esencial de la cultura.

El otoño es declive, pero ese declive prepara la renovación, tal como el otoño de la Edad Media llevó al Renacimiento.

El otoño en el mundo

Hace ahora nueve años desde que el mundo se declaró en “crisis”. Había otras crisis desde mucho antes, en múltiples ámbitos. La crisis ecológica, por ejemplo. Pero se suponía que el mundo iba bien. Hasta que el hundimiento de la burbuja inmobiliaria y especulativa, en el otoño de 2008, significó el otoño de la economía global.

La crisis sistémica en que vivimos es como el otoño de muchas estructuras marchitas con las que habíamos intentado dominar el mundo. Sus ramas irán cayendo. Algunas harán ruido. Pero también es un momento en el que se abren nuevos espacios y nuevas posibilidades.

Se empiezan a sembrar las semillas de una sociedad más sabia, ecológica y consciente que empieza a cuestionarse lo que dicen los representantes de un mundo caduco. Nuestro futuro dependerá de si triunfa la codicia o la lucidez.

¿Cómo vivir esta estación?

Como formula la tradición sufí: “Si no podemos leer en la naturaleza, o leer la existencia, entonces ¿qué podremos entender o aceptar? (…) lo que hay que adquirir es la capacidad de reconocer signos. Esta es la ciencia más alta”.

Este es el tiempo para seguir tu propio criterio, para confiar en tus intuiciones y en los signos que ves a tu alrededor, en la naturaleza.

Que el otoño te ayude a soltar lo que ya no te sirve, a reforzar tu interior y a prepararte para renacer en un mundo transformado.