Pocas experiencias vitales resultan tan intensas, enriquecedoras y agotadoras como el cuidado, la educación y la relación con los hijos.  Cuando un niño nace nos regala la emocionante y delicada oportunidad de amarle, protegerle y darle lo mejor que sabemos y podemos.

Su presencia, su dependencia, sus risas, sus llantos, sus rabietas, sus trastadas, sus palabras de ternura... despiertan tal responsabilidad que es fácil que, ensimismados en su evolución, nos olvidemos de nosotros y de la persona con la que un día decidimos traerle a este mundo.

Cierto que la entrega es una de las principales virtudes que podemos aprender de nuestros hijos, sobre todo en los primeros años, en que reclaman más atención, pero cuando eso implica acabar renunciando a disfrutar de un espacio propio en el que poder bajar la guardia por unas horas, cultivar aquellas aficiones que nos hacen sentir bien o alimentar nuestra relación de pareja, la que comenzó siendo una maternidad-paternidad gratificante puede acabar convirtiéndose en una rutina familiar capaz de absorber y sofocar nuestra individualidad hasta el punto de anularnos.

Así, aunque no siempre es sencillo evitar "engancharse" con los hijos, la mejor medicina para estar por ellos con calidad seguramente pasa por dedicarse un tiempo propio en el que disfrutar de aquellas cosas que también nos apasionan y que solemos posponer porque siempre hay algo más "importante" que hacer, normalmente relacionado con las obligaciones familiares y laborales.

Dejar a los niños con los abuelos o con una canguro para ir al cine con la pareja opara descansar pudiendo decir bien alto y sin remordimiento alguno ¡por fin solos! o ¡al fin sola o solo! es, por tanto, una de las decisiones más sabias y saludables que cabe tomar.

VENCER EL COMPLEJO DE CULPA

Sin embargo, cuando hemos conseguido volver durante unas horas o por unos días a nuestra situación de mamá, papá o pareja sin niños, nada resulta como antes.

Nos encontramos un tanto desorientados y se nos hace extraño no tener que controlar en cada momento los movimientos de nuestros retoños.

Muchos padres se acuerdan de ellos con nostalgia, piensan en qué estarán haciendo, en si les echarán de menos. En la cena íntima los niños salen en la conversación cada dos por tres aunque intentemos evitarlo...

Les queremos y eso es lo que marca la diferencia con la vida sin ellos. Nos llegan tan hondo que ya nada puede ser igual, aunque sí mejor, porque ahora caminan en nuestro corazón.

Para evitar culpabilizarse por esas escapadas, es interesante pensar que de esta manera también les ofrecemos la posibilidad de relacionarse con sus abuelos u otras personas; adquirir nuevas dinámicas y aprendizajes y valorar más nuestra presencia cuando tienen la edad suficiente para apreciarlo.

Por otra parte, el tiempo de asueto permite a los padres recuperar energía y ganas para el regreso y dedicarse a su cuidado con mayor frescura y nuevas ideas.

Quizá sea más difícil vencer el complejo de culpa si se tuvo una infancia marcada por las ausencias de los padres y no se desea que la historia familiar se repita, aunque si hay un equilibrio en las salidas y se explica a los hijos con cariño por qué lo hacemos y que pronto estaremos con ellos de nuevo les daremos la confianza suficiente para que estas pequeñas separaciones no constituyan un problema.

APRENDER A DELEGAR

En ocasiones, lo que impide a algunos padres alejarse de sus hijos es una meticulosidad y un perfeccionismo que les lleva a pensar que nadie puede cuidarles mejor que ellos.

Probablemente nadie puede ofrecer a los hijos el mismo grado de amor y dedicación que sus padres, pero seguramente la persona a quien se le confíe su cuidado lo hará lo mejor que pueda, algo que debería bastar para convencer a los progenitores más testarudos, ya que si no ceden y no desarrollan sus propias inquietudes por complacer a los hijos sintiéndose imprescindibles, corren el riesgo de convertirse en padres absorbentes y manipuladores y tienen bastante números para sufrir la "crisis del nido vacío" en toda su magnitud, cuando los niños crezcan y decidan hacer su vida. 

En muchos casos el exceso de celo en el cuidado de los hijos y la falta de tiempo para hacer cualquier cosa que no sea velar por sus necesidades obedece a una rutina que se adopta cuando los hijos nacen y que no se ha sabido o no se ha podido transformar por diferentes circunstancias.

Rosa Torr, psicoterapeuta y pedagoga infantil opina que el hecho de que los padres encuentren tiempos de esparcimiento individuales y en pareja de de que los niños nacen es más importante de lo que parece y que muchas mujeres se ven atrapadas en el círculo vicioso: hijos, casa, trabajo, sin tiempo para nada más por no haber sabido buscar recursos que les permitan salir de esa espiral.

"Atreverse a pedir ayuda a los padres o los suegros por unas horas, sin remordimientos; comprar comida preparada o fácil de cocinar para no esclavizarse en la cocina en días de más trabajo o plantearse contar con alguna persona que se ocupe de las tareas domésticas, si la economía familiar lo permite, son buenas opciones para robarle tiempo al tiempo", explica.

La grandeza de estos pequeños gestos es que eliminan mucha de la tensión y el estrés que se produce al tener que estar en demasiados frentes a la vez: la atención de los hijos, la preparación de comidas, el cuidado de la casa, la dedicación laboral, la atención a la pareja... un trabajo que se multiplica si tenemos gemelos o dos o más hijos pequeños.

Delegar en los demás y buscar soluciones para salir de las situaciones de agobio permitirá ganar tiempo para tener una relación de calidad con nosotros mismos y con nuestra familia.

Seguramente si retomamos los instantes más felices que vivimos con nuestros padres en la infancia recordaremos que por encima de las comidas a la hora y su atención, se encontraban aquellos momentos en los que ellos se sentían bien consigo mismos y en pareja y nos trasladaban a nosotros ese sentimiento de bienestar y alegría.

LIBRES, AUNQUE ATADOS

Quizá la felicidad, como la libertad, depende en gran parte de tener una actitud lo bastante abierta para querer experimentarla.

Así, si en los momentos de mayor dependencia (cuando los hijos están enfermos, cuando los abuelos se encuentran lejos y debemos quedarnos a cuidarlos primándolos sobre el trabajo o cualquier otra cosa, o cuando son dos o más y resulta difícil realizar cualquier movimiento) nos abrimos a ver en esas situaciones la oportunidad de estar con ellos y disfrutar el presente que nos ofrecen con sus claroscuros, podremos ser libres a través de sus ojos, de sus gestos y de enseñarles a que sus tímidos pasos de hoy se conviertan en pasos decididos y seguros mañana.

Por otra parte, la infancia pasa muy rápido y poco a poco los padres podemos ir retomando aquellas parcelas propias más deseadas, con la posibilidad y el placer de hacer partícipes también a los hijos.

Los momentos vividos plenamente con ellos son los que les acabarán importando y enseñando, de modo que tomarse un respiro de tanto en tanto, si cuando estamos con ellos lo hacemos poniendo toda la conciencia y el amor que podemos, es un ejercicio obligado. Por ellos y por nosotros. 

TIEMPO PARA UNO MISMO

Si se tienen hijos conviene disfrutar regularmente de un tiempo personal, dedicado a las aficiones, las amistades o el cuidado de uno mismo.

Cultivar ese espacio ayuda a conservar el equilibrio y aumenta las perspectivas vitales.

Cuando dos personas se enamoran cada una tiene un mundo personal que es parte de su encanto y que a veces se sacrifica porque la relación tiene prioridad o para evitar problemas de celos.

Es positivo que esos signos de identidad no desaparezcan del todo, encontrando un equilibrio entre la pareja y el individuo.

Queda para comer o cenar con una amiga o amigo. Su presencia nos reconfortará y permite intercambiar vivencias y opiniones.

Dedica un tiempo a cuidar el cuerpo, por ejemplo con ejercicio o masaje. Medita, haz yoga o taichi o pasea por la playa, el bosque o un parque.

AVIVAR LA RELACIÓN: LA PASIÓN ES COSA DE DOS

Tener un hijo que se desea supone ver realizado uno de los mayores sueños del ser humano: transmitir la vida como fruto de una relación de amor.

Nos fundimos con la pareja y creamos un ser nuevo y maravilloso y entonces todo cambia: la madre suele centrar su atención en el hijo y deja en segundo plano al padre mientra éste comparte la emoción y la experiencia cumbre del momento pero a menudo no puede evitar sentirse desplazado.

Los padres deben crear una nueva relación en la que tenga cabida el hijo, pero sin perder de vista los proyectos en común y la complicidad de antes.

Para ello puede ser de gran ayuda que la mujer ceda parte de su protagonismo al hombre en el cuidado del hijo (bañarle, cambiarle los pañales, cogerle en brazos, jugar con él, pasearle, preparar comidas...), haciéndole sentir que su implicación es esencial, no sólo como figura en la que se apoyará el niño en su progresiva independencia de la madre, sino como un ser capaz de protegerle, aportarle confianza y demostrarle su amor, sin renunciar a su masculinidad.

De esta manera será más fácil que siga existiendo un tiempo para cuidar y avivar la relación de pareja.

Éste es un enfoque positivo ante la nueva maternidad-paternidad, pero muchos niños llegan cuando existen notables fricciones en la pareja y con frecuencia la madre utiliza la hiperdedicación al hijo para huir del padre y evitar enfrentarse al conflicto de fondo: el no entendimiento entre ambos, con una relación en la que domina la inercia y la incomunicación.

Otro problema frecuente es la dependencia emocional que muchas madres tienen de sus hijos, derivada de una vida afectiva o profesional frustrada.

Estas madres proyectan en los pequeños lo que siempre desearon realizar y convierten a los hijos en su único objetivo, esquema que se mantiene hasta que los hijos son adultos.

En estos casos, cuando los hijos dejan el hogar, el conflicto surge de nuevo y sin tapaderas entre los padres como tema aplazado que es.

Pero en la mayoría de ocasiones el hecho de que la pareja entre en una atonía en la que parece que todo está bien cuando en realidad las ilusiones y los estímulos de una vida en común han muerto, se asume por ambas partes como una consecuencia del paso del tiempo, sin preguntarse nada más.

Por ello, como explica Rosa Tort, cuando se tienen hijos pequeños, el que la madre evite la relación  sexual la mayoría de las veces, rechace una velada romántica con la excusa de que le sabe mal dejar al niño o simplemente impida al padre crear su propia relación con el hijo, son síntomas de que tras el exceso de dedicación hacia el hijo hay un problema encubierto.

Con los hijos muchas parejas tiran la toalla al observar que la situación puede con ellos o defrauda sus expectativas, pero quien supera esa prueba suele verse recompensado con una vida familiar rica e ilusionante.

COMPARTIR EL TRABAJO

Implicarse por igual en el cuidado de los niños y de la casa dividiéndose el trabajo según las propias habilidades permitirá a la pareja disponer de mayor tiempo libre y aliviar a la parte (normalmente la mujer) que tiende a cargar con la mayoría de tareas.

Esta actitud aumenta la empatía en la pareja y evita ciertos reproches y pensamientos negativos sobre el otro que conducen a ir llenando el vaso hasta que rebosa.

CONSIDERAR AL OTRO

Respetar a la pareja y ser sinceros con ella sobre las cosas que nos disgustan o que nos apetecería hacer o cambiar resulta esencial para construir una relación basada en el amor y el intercambio.

CULTIVAR LA SEDUCCIÓN

Ponerse guapos para resultar atractivos a los ojos del otro y organizar una cena romántica para propiciar un encuentro especial es una manera de rescatar esa parte de uno mismo que más se posterga con el nacimiento de un hijo y de demostrarle a la pareja que nos importamos y nos sigue importando.

SEGUIR VIENDO A LOS AMIGOS

Y de modo especial a los que no tienen hijos, hará que sigamos conectados con el "mundo exterior", enriqueciéndonos de lo que éstos puedan aportarnos de nuevo.

Es importante evitar que los hijos monopolicen los temas de conversación .

REGALARSE UNOS DÍAS A SOLAS

Poder disfrutar de un fin de semana o de unos días de descanso a solas aprovechando para visitar un lugar que hacía tiempo que queríamos conocer o al que queríamos volver es una buena opción para el encuentro y la renovación.