El miedo es el gran narcótico de nuestro espíritu de lucha y superación. Cuando no creemos poder lograr aquello que nos hemos propuesto, ese mismo pensamiento nos paraliza. La batalla está perdida antes de empezar.
Por eso una persona logra la primera victoria en el momento que desobedece sus miedos y se pone en camino.
Vivir es un enfrentamiento constante entre lo que somos y lo que aspiramos a ser. Cuando entendemos esto, se abre ante nosotros un camino arduo y plagado de trampas, pero también lleno de recompensas.
En cada persona habita un guerrero dispuesto a lograr importantes transformaciones y metas. Es una voz que nos guía desde lo más profundo de nuestro ser y nos recuerda que todo está por hacer.
Sin embargo, en algunos momentos de nuestra vida esta voz parece apagarse o simplemente dejamos de oírla. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde se oculta el guerrero? ¿ Está dormido? Todavía puedes despertarlo.
Volver a tomar el control de nuestra vida
Así como los héroes de leyenda se enfrentaban a toda clase de emboscadas y engaños, en nuestras batallas más íntimas el peor enemigo suele ser uno mismo.
Quien tiene miedo a descubrirse, a hallar su misión en la vida, fácilmente se instala en la frustración permanente y empieza a culpabilizar al exterior.
De manera muy parecida a los gobiernos corruptos y tiránicos, que buscan su razón de ser en amenazas externas, quien ha abandonado el anhelo de perfeccionarse y perseguir sus sueños ve fantasmas en todas partes.
Si no prospera en el trabajo es porque hay gente que le envidia y le corta el paso. Si no encuentra el amor es porque el mundo se ha vuelto caprichoso y superficial, y ya no quedan almas sensibles dispuestas a reconocer su valor.
Sin embargo, en el fondo de estas actitudes y prejuicios hallamos el miedo a tomar el control de la propia vida, a recorrer una senda personal que nos llevará hasta donde nos atrevamos a ir.
A veces la vida nos parece tan sumamente complicada que, de tantas batallas pendientes, corremos el riesgo de quedar paralizados.
¿Por dónde empezar? Tal vez por el gran olvidado: nuestro cuerpo. Si lo abandonamos, el resto de combates serán en vano, porque incluso para alcanzar metas espirituales es preciso disponer de un vehículo sano.
El cuerpo encierra muchos secretos y detrás de sus dolores y tensiones a menudo hallamos actitudes mentales anquilosadas o corazas emocionales que limitan su capacidad de movimiento y acción.
Tanto en las terapias corporales como al practicar ejercicio, mover el cuerpo y empezar a experimentar sus posibilidades supone una transformación anímica y mental.
En un nivel psicológico, cada persona debe afrontar las emociones negativas que la bloquean y empañan su entorno personal. Los celos y la comparación con los demás, el rencor, la ira, la ambición excesiva, los deseos no asumidos, la intolerancia, la apatía...
Cada una de estas actitudes merece ser analizada -como se estudia a un enemigo-, reconocida, asediada y combatida. En el nivel espiritual siempre hay conquistas por realizar.
Pero estamos hablando de otra guerra y de otros éxitos, que lejos de hinchar el ego nos acercan al núcleo de nuestra existencia y la dotan de un sentido profundo.
Aunque la globalización tiende a mezclar y deformar las ideas que acoge, el acercamiento entre Oriente y Occidente iniciado hace un siglo enfrentó dos conceptos radicalmente opuestos.
Confía en tu guerrero interior
Mientras el guerrero occidental buscaba la victoria exterior -el éxito en el mundo de las formas-, el oriental aspiraba a la victoria interior.
El triunfo de este primer guerrero es siempre provisional, porque quien alardea de lo conseguido atiza los ánimos de sus competidores, además de anclarse a la insatisfacción.
Por más victorias exteriores que se logren, la persona no se siente saciada, porque la felicidad siempre estará un poco más allá del lugar conquistado.
El guerrero interior, en cambio, lleva consigo todas sus victorias allí donde va y vive en armonía consigo mismo. Es un perfil que asociamos a maestros como Buda o Lao Tse, pero que también encontramos en el mundo occidental.
La vida de Jesús o la de Francisco de Asís son un ejemplo extremo de humildad y coherencia con la propia misión, más allá de vanidades y liturgias.
En nuestro imaginario, sin embargo, identificamos al guerrero interior con los sabios monjes que habitaban los bosques de bambú, o con el samurái que sigue estrictos códigos de comportamiento.
El cineasta japonés Akira Kurosawa ha contribuido con varias obras maestras a difundir este modelo. Desde Los Siete Samuráis -en la que se inspiró Los Siete Magníficos-, dispuestos a defender una pequeña aldea a cambio sólo de cobijo y comida, a La Fortaleza Escondida, que a su vez inspiró La Guerra de las Galaxias.
La que para muchos es sólo una película de ciencia ficción para niños transmite, a través del personaje del Maestro Yoda, algunas pinceladas de la filosofía del guerrero interior.
En la segunda entrega de la serie, por ejemplo, alecciona a Luke Skywalker de este modo: "No trates de hacerlo... ¡hazlo! De lo contrario, ni siquiera vale la pena que lo intentes."
El universo entero es oro: la iluminación del guerrero
Si retrocedemos hasta las fuentes originales de la sabiduría oriental, encontraremos muchas anécdotas y aventuras protagonizadas por guerreros del espíritu que ansiaban la iluminación y estaban dispuestos a cualquier sacrificio.
Son ilustrativas las historias de Tilopa, Naropa y Marpa el Traductor, un linaje de maestros que acabaría desembocando en Milarepa, uno de los santos más venerados del budismo tibetano.
Marpa, un granjero casado y con hijos, había peregrinado varias veces del Tíbet a la India para obtener las enseñanzas de Naropa, un maestro huraño que le impuso duras pruebas, como visitar a un sabio excéntrico que vivía en un islote rodeado de aguas emponzoñadas junto a un centenar de perras rabiosas.
Tras muchas penalidades, Marpa hizo un último viaje para ver a su maestro y recibir las enseñanzas definitivas. Para ello le entregó parte del polvo de oro ahorrado a lo largo de una vida de trabajo y privaciones.
Naropa no parecía contento con lo que le entregaba su discípulo y le pedía más y más, hasta que todo el polvo terminó en manos del maestro, quien acto seguido empezó a esparcir el oro por el aire hasta que no quedó nada.
Al ver la turbación de Marpa, Naropa gritó:
-¿Qué me importa a mí tu oro? ¡El mundo entero es oro para mí!
Este fue un momento sublime para Marpa, que logró abrirse espiritualmente y recibió a partir de entonces enseñanzas de valor incalculable. El traductor había perdido el oro, pero se ganó a sí mismo.
Los secretos del guerrero interior
Al buscar metas interiores es importante atesorar ciertas actitudes para no desalentarse antes de llegar a la meta.
- Definir los objetivos. Es inútil ponerse en camino si antes no clarificamos adónde queremos llegar. Tal vez la principal misión de la vida sea justamente descubrir cuál es esa misión y entregarse a ella sin demora.
- Conocer nuestros puntos fuertes y débiles. Cada persona tiene virtudes diferentes y debe diseñar su camino a partir de ellas. Asimismo, conocer las propias debilidades ayuda a perfeccionar los aspectos del carácter que nos frenan.
- Actuar de dentro hacia afuera. El guerrero debe marcarse metas interiores, pero al mismo tiempo salir al mundo para experimentar y aprender de él. Todos tenemos en el día a día ocasiones de descubrir. corregir errores y superarnos.
- Unir acción y pensamiento. Para no disipar las fuerzas. los pensamientos deben orientarse a la acción inmediata y no divagar sobre lo que podría haberse hecho o lo que queda por hacer. El guerrero actúa aquí y ahora, aprovechando las oportunidades que se le presentan.
- Comprometerse en cada pequeña batalla. Para lograr una gran meta hay que entregarse previamente a muchas pequeñas metas. Cada una de ellas exigirá toda nuestra energía. Sin lo pequeño no se llega a lo grande.
- No temer la derrota. Todo camino de superación está sembrado de fracasos más o menos sonados. El guerrero interior debe decidir si da media vuelta o los acepta como regalos o enseñanzas en un viaje de transformación personal.
- Estar dispuesto a morir. En cada vida hay momentos en que debemos tener el valor de matar una etapa para dar nacimiento a una nueva, con otras prioridades y objetivos.
Una historia personal de superación
En cualquier caso, los saltos existenciales, cuando de repente logramos abrazar un horizonte más amplio, no son exclusivos de los sabios, sino que tienen lugar en todas las vidas.
Durante toda la enseñanza primaria y secundaria quien escribe estas líneas suspendía varias asignaturas por trimestre y aprobaba el resto por la compasión de algunos profesores, que no querían desanimar a quien veían como un cero a la izquierda.
Tras un año milagroso en el que logré terminar el bachillerato con mucha voluntad, entré en la universidad y allí repetí los fracasos que había cosechado en mi infancia y adolescencia. Nadie me creía capaz de terminar la carrera.
En realidad, estaba paralizado por la falta total de objetivos o, si los tenía, los veía tan lejanos que me veía incapaz de llegar hasta ellos con mis propias fuerzas. Por eso me pasaba el día soñando, mientras dejaba pasar la vida esperando un tren que nunca se detendría en mi estación.
Un día que me sentía especialmente desazonado, me sinceré a solas con un profesor y le confesé lo gris que era mi vida y todo lo que en realidad desearía hacer. El buen hombre me miró con expresión afable y me dio una respuesta muy parecida a la del maestro Yoda:
-¿Y por qué no lo haces?
Esa pregunta tan simple me sorprendió. En el fondo, hasta entonces había pensado que cualquier cambio debía venir de fuera. Creo que en ese justo momento despertó mi guerrero interior. Esa fue mi modesta manera de perder el oro y ganarme a mí mismo.
En el espacio de una vida hay tiempo y lugar para muchas pequeñas y grandes batallas, pero la única importante es la que libramos con lo que nos paraliza desde dentro.
Ese combate interior es nuestra "guerra santa" particular, porque de su resultado dependerá la calidad y profundidad de nuestra existencia.
Cuando deja de prestar atención a los encantamientos que prometen recompensas provisionales, el guerrero interior se ve enfrentado a una gran responsabilidad: lo que nos sucede es casi siempre fruto de nuestras decisiones.
En nuestro seno duermen todos los arcanos de las posibilidades humanas. De nosotros depende recorrer el camino como personas temerosas, aguerridas, solidarias, mezquinas, superficiales o ambiciosas, por poner sólo algunos adjetivos.
Las preguntas son: ¿Qué quieres ser? ¿Dónde has puesto tu techo?
Sobre esta segunda cuestión, el poeta americano Walt Whitman escribió una vez: "Subí a la colina, miré los cielos apretados de luminarias y le dije a mi espíritu: cuando conozcamos todos estos mundos y el placer y la sabiduría de todas las cosas que contienen, ¿estaremos tranquilos y satisfechos? Y mi espíritu dijo: no, ganaremos esas alturas solo para seguir adelante."
Los nueve pilares de un samurái
Además de ser valientes y fieles guerreros, los samuráis completaban su formación marcial con una elaborada iniciación ética y filosófica, como recuerda este texto anónimo:
- No tengo padres; por eso hago del Cielo y la Tierra mis padres.
- No tengo poder divino; hago del honor mi fuerza.
- No tengo recursos; me apoyo en la humildad.
- No tengo el don de la magia; hago de mi fortaleza de ánimo mi poder mágico.
- No tengo vida ni muerte; hago del Eterno mi vida y mi muerte.
- No tengo cuerpo; hago del valor mi cuerpo.
- No tengo ojos; hago del resplandor del rayo mis ojos.
- No tengo orejas; hago del buen sentido mis orejas.
- No tengo brazos ni piernas; hago de la vivacidad mis miembros