Casi todos hemos pasado por épocas de desazón en las que no vemos sentido a nada y parece no haber alternativa. Estos periodos de pesimismo son temporales y pueden incluso mutar a su estado contrario tras un fuerte golpe de la vida, cuando una dificultad extrema acaba siendo una autopista a la transformación.

En una entrevista que hice a Marian Rojas al principio de la pandemia, esta joven psiquiatra me señalaba que la desesperación viene de creer que estamos en el fondo del pozo, sin ninguna clase de salida. Sin embargo, cuando cambiamos esa idea por la del túnel, asumimos que la oscuridad es temporal y que nos espera la luz al otro lado. Decía Winston Churchill: «si estás pasando por un infierno, sigue caminando». 

El carácter temporal de lo malo, tal como sucede con lo bueno, nos procura alivio y esperanza. En el relato bíblico, el túnel está simbolizado en la travesía del desierto, una prueba que sirve de preparación para la tierra prometida, la luz al final del túnel

Sin embargo, ¿qué sucede cuando no somos capaces de ver ninguna luz? ¿Cómo se sale del pozo?

Descubre en este vídeo frases sobre caer y aprender a levantarse:

Tocar fondo para remontar

La sabiduría popular dice que, para empezar a remontar, a veces es necesario tocar fondo. Los casos que veremos más adelante son una prueba de ello.

En su ensayo Salir de la oscuridad (Ediciones La Llave), Steve Taylor recoge la historia de más de 30 personas que experimentaron una completa transformación después de vivir una experiencia altamente traumática.

Tal como plantea este profesor de psicología transpersonal: «Imagina llegar a un punto en el que lo has perdido todo, tal vez como resultado de una enfermedad grave, de la depresión o de una adicción. Has perdido tu carrera profesional, a tu pareja o familia, tus esperanzas de futuro y tu autoestima, y estás tan desesperado que te da la impresión de que no puedes seguir adelante».

En estos casos, la felicidad parece inalcanzable, pues todo lo que daba sentido a nuestra vida ha desaparecido. Flotamos en la nada mientras el único argumento parece ser la pérdida y el dolor, hasta que se produce un cambio inesperado: un giro que nos lleva a un lugar opuesto

Steve Taylor explica así este giro: «Algo cede; un viejo ser muere y nace otro nuevo. De repente tienes una sensación de ligereza y libertad, como si hubieras cortado lazos y deshecho el peso. El mundo parece un lugar distinto, con un nuevo sentido de la armonía y la belleza».

Podemos contemplar este proceso de alquimia espiritual, que convierte el sufrimiento en oro, en tres casos citados por el autor. 

Entregarse a la vida con plenitud

Gill Hicks, una australiana treintañera afincada en Londres, vivía por y para el trabajo. Era cada día la primera persona en llegar a la oficina y también la última en irse. Incluso sus comidas eran reuniones profesionales. Su vida se reducía a su carrera.

Hasta el 4 de julio de 2005. Ese día los atentados del metro de Londres la atraparon de pleno. Viajaba de pie a pocos metros de uno de los terroristas y fue la última víctima herida que sacaron viva de los restos de aquel tren donde la detonación de tres explosivos, junto a otra explosión en un autobús el mismo día, haría perder la vida a 56 personas. 

Mientras se debatía entre la vida y la muerte, hizo un voto: si sobrevivía, se entregaría a la vida con total plenitud, sin escatimarle nada. Se prometió que nunca olvidaría lo valioso que es cada uno de los días vividos.

A resultas del atentado, Gill perdió ambas piernas, pero sintió que volvía a nacer con una energía y una vitalidad hasta entonces desconocidas para ella. 

En sus propias palabras: «He mantenido esa promesa... Una vez que adoptas esa actitud y la aplicas a todas las áreas de la vida, todo empieza a parecer diferente... Sigo disfrutando de cada trago de agua, de cada gota de té o café, saboreando cada bocado de comida y recreándome en cada copa de vino».

Celebrar la suerte de estar vivo

Un caso más impactante si cabe es el de Ken Baldwin, un norteamericano de 28 años que sufría depresión desde adolescente. Tras ser padre, el estrés y el insomnio empeoraron su estado de ánimo y llegó a pensar que su esposa y su hija estarían mejor sin él.

Decidido a acabar con todo, condujo hasta el Golden Gate de San Francisco dispuesto a suicidarse. Y hasta que no hubo saltado desde la barandilla no fue consciente de que no quería morir. En ese momento, explica, se dio cuenta de que «todo lo que creía que no tenía solución en mi vida sí que la tenía, excepto haber saltado».

Solo 1 de cada 50 personas que se arrojan de ese puente salva la vida... Baldwin pertenecía a esa pequeña minoría que, tras caer 227 metros a 120 kilómetros por hora, no falleció. Sus pies llegaron primero al agua, amortiguando el impacto. Perdió el conocimiento y, minutos después, despertó en un bote de salvamento. No se había roto nada, pero había sufrido daños en los pulmones. 

En cuidados intensivos le dieron un 50% de posibilidades de sobrevivir, algo que ahora ansiaba por encima de todo. Una vez recuperado, su manera de ver la existencia cambió radicalmente. Le embargaba la gratitud: «Ahora soy una persona totalmente distinta. Sé la suerte que tengo de estar vivo. Tal vez haya tenido un día horrible en el trabajo, pero tengo mi vida».

Cómo renacer y salir del túnel

Una de las personas que atravesaron este túnel fue Eckhart Tolle, autor de El poder del ahora. Con un largo historial de depresiones y ansiedad, se sentía solo e incomprendido desde la escuela, donde no encajaba. De adulto seguía sufriendo interiormente. Una mañana se despertó pensando: «No puedo vivir más conmigo mismo». Este fue su momento de salir del túnel.

Darse cuenta de ello le procuró una comprensión y paz inauditas. «Caminé por la ciudad asombrado ante los milagros de la vida, como si acabase de nacer en este mundo», afirma. Aquel joven de repente transmitía tal serenidad que la gente empezó a acercarse a él con sus problemas. Las respuestas parecían surgirle de su interior con naturalidad. 

Siendo menos dramático, muestra el potencial transformador del desasosiego y la capacidad de renacer, por larga que haya sido la travesía por la oscuridad.