Una visión global de la persona integrada en su entorno propone que los alimentos se consuman preferentemente crudos y completos o integrales, tal como los sirve la naturaleza, porque aunque hayan transcurrido miles de años la fisiología humana sigue adaptada a una dieta de estas características.

Esto explicaría el fenómeno de la leucocitosis digestiva estudiado a finales del siglo XIX y durante el siglo pasado, que pone de manifiesto la adaptación de la mucosa digestiva a la dieta cruda.

Se trata de una respuesta defensiva (aumento de glóbulos blancos de la mucosa digestiva durante un par de horas) cuando los alimentos consumidos son cocinados, efecto que curiosamente parece que no ocurre cuando se comen precedidos de alimentos crudos o cuando se ingieren directamente dichos alimentos crudos.

Estamos diseñados para comer crudo

Nuestro organismo todavía tiene grabado, y aún recibe, el lenguaje de la vitalidad y la sinergia de los alimentos crudos y completos; y aunque hace tiempo que dialoga y acepta el calor que modifica su composición, y quizá no entiende el nuevo idioma de los elementos de síntesis (aditivos, conservantes, abonos químicos, plaguicidas... ), consumir los alimentos en su forma original, sin alterar ni modificar, con todas sus sustancias conocidas y las todavía no descubiertas, es una prioridad para ayudar a mantener la homeostasis y la salud de células y tejidos.

Vivimos en una sociedad y una época en que la mayoría de los alimentos proceden de granjas o cultivos intensivos. Intervienen en su producción y conservación procesos y manipulaciones físicas y químicas (aumentos de temperatura, antibióticos, hormonas, aditivos sintéticos... ).

Por otro lado, se da un problema de sobrealimentación, básicamente de proteínas y grasas animales, y de productos refinados, junto a un déficit de vitaminas, minerales y oligoelementos.

Los alimentos crudos, y especialmente los de producción biológica, pueden corregir estas desviaciones dietéticas.

Los vegetales crudos, ensaladas y frutas, lamentablemente no ocupan un porcentaje importante de la dieta, incluso en un país mediterráneo como el nuestro.

Lácteos, bollería y dulces han ocupado el lugar de la fruta y los platos de ensalada están siendo sustituidos por sopas o purés de sobre o tetrabrik y pastas refinadas como espaguetis o pizzas.

Es necesario que los consumidores y los profesionales de la dietética superen el lenguaje exclusivo de nutrientes y calorías, e incorporen los conceptos de vitalidad y calidad de los alimentos, propios de lo crudo y lo biológico.

Los alimentos crudos se asimilan mejor

Los alimentos crudos, al no haber sufrido ninguna modificación en su intrínseca naturaleza (el germinado es un proceso natural), conservan toda su información nutricional intacta, con sus sinergias y sus mecanismos de autorregulación.

Por eso, aunque a veces nos refiramos a sus componentes de forma aislada, no podemos olvidar que todos ellos forman parte de un conjunto, una unidad, lo que hace recomendable consumir con piel los alimentos que lo permiten.

Así, cuando se mencionan los fitatos como antinutrientes que frenan el aprovechamiento del calcio, hierro y otros minerales de los alimentos, se ha de considerar que justamente la gran cantidad de estos minerales que conviven en los alimentos ricos en fitatos necesitan de un regulador que impida su excesivo aporte al organismo y su depósito patológico en forma de cálculos o piedras en la vesícula, riñones, o sobre las placas de ateroma de las arterias.

También se ha descubierto recientemente que los fitatos son eficaces antioxidantes y anticancerígenos.

Lo mismo se ha de tener presente al hablar de la baja absorción del hierro vegetal frente al hierro animal, ya que este mineral es tan abundante en los alimentos crudos que necesita de un mecanismo de regulación para evitar que se absorba en exceso y se acumule de forma tóxica en órganos como el hígado.

En otro orden de cosas, cuando los estudios sobre los efectos clínicos de los fitonutrientes que se van conociendo en los alimentos (bioflavonoides, antioxidantes en general, resveratrol...) concluyen que la actividad de estas sustancias aisladas es inferior a la obtenida con el alimento completo, se está reconociendo que todavía hay elementos y factores desconocidos en el alimento que todavía no se pueden tomar en consideración.

En los alimentos completos e integrales los nutrientes se encuentran en un sabio equilibrio.

Los alimentos crudos son más nutritivos

Los alimentos crudos conservan todas sus vitaminas, minerales y oligoelementos, y también todas las enzimas y fermentos que facilitan su propia digestión, al no estar destruidos ni disminuidos por el calor.

Por ejemplo, para los requerimientos de yodo, que se evapora fácilmente con el calor, resulta fundamental comer crudos los alimentos que lo contienen (ajos, cebollas, algas...).

En los crudos se encuentran fitoquímicos, sustancias beneficiosas para la salud: aceites esenciales, hormonas vegetales (fitoestrógenos), colorantes o pigmentos vegetales (clorofila, antocianinas, bioflavonoides... ) o agentes amargos.

Sus grasas, al no estar oxidadas por el calor, no se convierten en potencialmente tóxicas, ni parte de sus proteínas han sufrido la desnaturalización propia de la cocción, o en el caso de fritos y asados, el proceso de caramelización (combinación de aminoácidos e hidratos de carbono, factor de envejecimiento de nuestro organismo).

Los hidratos de carbono o glúcidos de los alimentos crudos son de fácil asimilación y aportan energía sin generar posteriores depósitos de grasa.

La fibra es un componente cuantitativamente significativo de los vegetales crudos: aumenta el volumen del bolo alimenticio, lo que da mayor sensación de saciedad; estimula el peristaltismo intestinal; y regula la absorción de nutrientes al actuar como una malla que libera progresivamente las sustancias que el organismo necesita incorporar y retiene las nocivas, como el colesterol o el exceso de grasas.

Respecto a la flora bacteriana, con una dieta cruda se desarrolla un tipo de bacterias (que fundamentalmente se nutren de celulosa) diferentes a las que colonizan el intestino al comer alimentos ricos en grasas y proteínas.

Los crudos favorecen la producción de una flora intestinal capaz de generar vitaminas esenciales como las del grupo B o la K. Evitan la superpoblación de bacterias dañinas que provocan putrefacciones y residuos que irritan la mucosa e intoxican el organismo a través de su absorción.

Además, la pectina, componente de la fibra de muchas frutas (manzana, naranja, pomelo... ), y el ácido algínico, muy abundante en las algas pardas (kombu, cochayuyo...) poseen una fuerte actividad quelante, es decir se unen a sustancias tóxicas (metales pesados, restos de medicación...) y las arrastran fuera del organismo.

El agua de las frutas y verduras crudas es la de mejor calidad para ayudar a cubrir las necesidades diarias de líquidos.

Comer crudo equilibra el sodio

La relación entre sodio y potasio es imprescindible para una buena salud.

El potasio predomina en el líquido intracelular y el sodio, en el extra celular (plasma sanguíneo y fluidos que rodean las células). Cuanto más predomine cada uno en su espacio, mayor será la diferencia o tensión entre ellos y más energía tendrá el organismo.

En los alimentos procesados y en los procedentes de cultivos o ganadería intensivos, el sodio suele imponerse al potasio.

Además al cocinar y aliñar usamos sal (cloruro sódico), lo que hace que en el cuerpo aumente el sodio circulante e invada el interior de las células, disminuyendo la tensión entre el líquido intra y extracelular, y con ello la energía.

Hay menor intercambio de metabolitos, las células absorben menos nutrientes, disminuye el aporte de oxígeno y la fatiga celular se convierte en fatiga general.

Los alimentos crudos, y aún más si son biológicos, tienen normalmente un alto contenido en potasio y poco sodio, lo que permite corregir todo este proceso y recuperar la tensión celular y la energía orgánica.

Es uno de los motivos por los que los médicos naturistas utilizan la dieta crudívora para depurar, revitalizar y curar el organismo (su potencial energético estimula la homeostasis interna).

Libros sobre crudos en la dieta

  • La dieta más natural; Susanna y Leslie Kenton. Ed. RBA-Integral
  • El arte de la cocina cruda; Gudrun Dalla Via. Ed. Ibis
  • Nuevo libro de cocina dietética; Bircher Benner Ed. Rialp