Solo hace falta ir de compras a cualquier supermercado, frutería o verdulería para comprobar que los productos expuestos en las estanterías para la compra siempre están impecables: frutas de pieles lisas y brillantes, sin mácula ni deformaciones, verduras primorosas, sin manchas ni imperfecciones aparentes... y a menudo cuidadosamente envueltas en innecesarios envases de plástico, incluso en envases individuales para cada fruta o verdura. Trata de recordar ahora alguna vez que hayas visto la fruta en un árbol, o las verduras en algún huerto... ¡esa uniformidad no se da en la naturaleza!

¿Tan implacable es la dictadura de la belleza que nos dejamos también llevar por ella en el supermercado? Parece que ocurre con la comida lo mismo que con las personas: aquello que no es bonito por fuera no merece nuestra confianza. Nos hemos acostumbrado a preferir aquellos productos que se nos presentan libres de manchas o abultamientos, porque nos dan mucha mayor confianza y los creemos superiores e incluso más saludables.

La industria lo sabe y también ha contribuido a reforzar estas sensaciones, que son manifiestamente erróneas o, cuanto menos, inexactas.

¿Por qué no han de ser buenas las frutas o verduras con pequeñas imperfecciones? ¿Por qué no han de servir las frutas o verduras con algunas manchas en su piel o con la piel sin lustre, sin una forma estandarizada o simplemente deformes?

Volvamos a la imagen del huerto, a un sembrado. Se está recolectando la fruta, luego se separan los ejemplares que se destinarán a la venta al mayorista y los descartados por presentar anomalías externas, deformaciones, por ser demasiado pequeños o demasiado grandes.

¿El criterio? Los cánones estrictos de imagen que se espera de cada tipo de producto. Puede que no los cumplan simplemente porque han crecido así, o porque alguna tormenta de granizo las haya dañado someramente.

Consecuencia: toneladas y toneladas de frutas y verduras que no se consideran aptas para la venta y que, en el mejor de los casos, se destinan a la elaboración de zumos o, como mucho, para abono, si es que simplemente se rechazan sin más y se pierden.

Comprar fruta y verdura fea: el consumo más responsable

Debemos admitir que la industria se basa en datos que le proporcionan estudios y encuestas sobre los hábitos de consumo de los potenciales clientes y sobre ellos establece su estrategia. Según un estudio de la FAO, reproducido por Tronstad, en una encuesta reciente en la que se preguntaba al comprador sobre su noción de calidad respecto a las frutas y verduras, a través de 16 variables, estos fueron los resultados:

  • Lo más puntuado, la apariencia: El concepto al que se daba máxima importancia, en un 97% de los casos, fue la apariencia y condición externa del producto.
  • El sabor y el precio también cuentan: A continuación, el sabor y la frescura o nivel de madurez, y en quinta posición, el precio.
  • La ecología y la nutrición, algo por detrás: El que estuviera libre de pesticidas y plaguicidas ocupaba la sexta posición entra las preferencias de los consumidores encuestados, y el valor nutricional, la séptima.
  • El packaging, lo último: Por su parte el empaquetado y la marca quedaban relegados al penúltimo y último puesto respectivamente.

Queda claro que para una mayoría de personas el aspecto físico de la fruta o verdura juega un papel prioritario a la hora de elegirla. Nuestra responsabilidad como consumidores es, pues, una pieza clave para tratar de frenar esta tendencia de derroche en alimentación.

Cada compra que hacemos tiene una gran repercusión a nivel ecológico y social, por lo que nuestras elecciones cuentan. Y ganan una gran fuerza cuando sumamos la acción individual a la de los demás consumidores.

Es importante, por tanto, estar bien informados, cambiar nuestra manera de pensar a la hora de elegir la fruta y no dejarnos engañar por las apariencias.

Una fruta más bella y pulida no tiene por qué ser mejor que otra que no lo es tanto. Y al comprar una fruta deforme o con más manchas estás dando apoyo a un sector, la agricultura, que lo necesita con urgencia, y al que estos descartes generan muchas pérdidas y trastornos.

Otros consejos para combatir el desperdicio alimentario

Como comprador y consumidor habitual de fruta y verdura, puedes hacer mucho para contribuir a reducir el derroche, y a la postre das apoyo a los agricultores y contribuyes a frenar el gasto energético. Así que, primero, como hemos dicho, no te dejes influir por las apariencias y adquiere fruta o verdura "fea" o deforme, si cuentas con la garantía de que no está en mal estado. No las margines de entrada. Y además:

  • No acumules mucho producto, para evitar que se te haga malo en casa. Para ello, por ejemplo, no compres más fruta si ya tienes la nevera o la despensa llena o seguramente se te acabará pudriendo en casa.
  • Evita comprar la fruta demasiado verde y decídete incluso por la que ya está algo madura para evitar que se pudra en el supermercado y la tengan que tirar.
  • Prioriza la fruta y verdura de temporada y evita en lo posible la fruta que viene de muy lejos.
  • Si tienes opción, prioriza también el producto de proximidad.
  • Infórmate bien y adquiere fruta o verdura de empresas que se dediquen a recuperar las desechadas. Puedes descubrir algunas en este otro artículo sobre iniciativas para aprovechar las frutas y verduras feas.
  • Establece contacto, para proveerte de fruta y verdura, con agricultores de tu zona o de huertos colectivos.

Las cifras del despilfarro alimentario

El problema va mucho más allá de una simple y caprichosa cuestión estética. Recuperando datos que ofrece la FAO o también la OCU en cuanto a España, tenemos estas cifras para meditar:

  • Una tercera parte de la producción de alimentos destinados al consumo humano se pierde o se desperdicia en el transcurso de la cadena alimentaria, lo que equivaldría a unas 1.300 millones de toneladas anuales de alimentos, que serían del todo suficientes para alimentar a cerca de 3.000 millones de personas.
  • Solo en los países industrializados se desperdician unas 670 millones de toneladas de comida al año.
  • Por lo que respecta a España, hasta 7,5 millones de toneladas de alimentos acaban en el cubo de la basura de casa, de un restaurante o de los propios supermercados.
  • Solo de frutas y verduras corresponde a cerca de un 45% del total que se produce y es que las frutas y las verduras son, junto con el pan, los productos que más se desperdician.
  • Según datos de la OCU, el 80% de los alimentos desperdiciados lo son en los propios hogares, después de haber sido comprados, lo que equivale a unos 1.300 millones de kilos anuales, o lo que es lo mismo, a unos 25,5 millones a la semana.
  • Producimos hasta un 60% más de alimentos de los que necesitamos, pero en cambio el hambre en el mundo sigue estando presente y afecta a millones de personas.
  • Por eslabones de la cadena alimentaria, el desperdicio atribuible a los hogares alcanza el 42% del total, mientras que la fabricación se le atribuye el 38%, a la restauración el 14% y a la distribución apenas el 5%.
  • Y, entretanto, se produce la vergonzosa e intolerable paradoja de que unas 820 millones de personas pasan hambre en el mundo.
  • Una cifra más, igualmente elocuente: 50 millones de toneladas de fruta se descartan cada año en Europa antes de que lleguen a los puntos de venta, por considerarse feas, deformes o imperfectas, o dicho de otro modo, porque no cumplen con los criterios de calidad de los supermercados.
  • Pero si en Europa los descartes se producen sobre todo en las casas, en otros puntos del mundo, como África, donde no se cuentan con sistemas de transporte, refrigeración y almacenaje tan eficientes, estas pérdidas se producen mayoritariamente antes de llegar al consumidor.

Un enorme impacto ambiental

El desperdicio de alimentos tiene un alto coste en uso de agua, de tierra agrícola, de mano de obra en la agricultura y en recursos energéticos. Aquí van algunos datos más:

  • Los alimentos que se rechazan de alguna forma solo se destinan a contaminar. Se calcula, por ejemplo, que solo en la Unión Europea, los 88 millones de toneladas anuales de alimentos que se desperdician son responsables de 170 millones de toneladas de CO2, un 8% del total de emisiones anuales. Se ha dicho muchas veces que si el desperdicio de alimentos fuera un país, éste ocuparía el tercer puesto en el ranking de emisor de gases de efecto invernadero.
  • La extensión de cultivos que estos cultivos comprenderían equivale a toda la superficie agrícola del continente africano.
  • Según la FAO, en cuanto a la llamada huella hídrica de aguas superficiales y subterráneas, vinculadas al desperdicio de alimentos, alcanza los 250 km3, lo que equivaldría a tres veces el volumen de agua del lago de Ginebra.
  • Un estudio de la Universidad Politécnica de Madrid, recogido en la Revista Técnica de Medio Ambiente, indica que ese 4% de la compra que se rechaza, unos 26 kg por persona y año, supone desperdiciar 119 litros de agua por persona y año. Elevemos la cifra al número de habitantes y la cifra se torna monstruosa.

Y un último apunte: el desperdicio de alimentos lleva consigo, además, una pérdida enorme de nutrientes esenciales para la salud de la población mundial.