Durante siglos, nuestra sociedad ha creído que la base de la realidad era la materia. Pero la evolución de la ciencia y de la experiencia personal y social nos conduce hoy más allá del materialismo. Emerge una nueva manera de entender la realidad y la vida, en la que la mente y la conciencia son la clave. es el momento para abrirnos a la libertad y a la luz.

El materialismo no funciona, ni como visión del mundo (creer que la base de la realidad es la materia) ni como actitud ante la vida (creer que nuestra satisfacción deriva básicamente de lo que consumimos y poseemos).

Estas dos creencias corresponden a los dos sentidos que los diccionarios dan a la palabra materialismo. Pertenecen a ámbitos distintos, pero están relacionadas. Hemos creado una sociedad basada en valores materialistas porque en el fondo nos guiaba una visión del mundo materialista: creíamos que lo que podemos tocar y cuantificar (las cosas materiales) es más importante que lo que vivimos y sentimos en nuestro interior.

Lo que atrae nuestra atención configura nuestro mundo. Si creemos en la belleza, tenderemos a sumergirnos en el arte. Si creemos en la materia, ansiaremos acumular cosas materiales. Y si creemos que todo se puede medir, ansiaremos aquello que todo lo reduce a un simple parámetro cuantificable y objetivo: el dinero.

Si la única realidad es la materia, nuestro único horizonte es acumular, consumir y competir.

Creíamos que solo es verdaderamente real lo que se puede medir y representar objetivamente. Por ello, desde hace siglos, hemos intentado explicar lo inmaterial a partir de lo material, lo intangible a partir de lo tangible, y lo consciente a partir de lo inerte. Según la visión materialista, todo lo que somos y todo lo que nos rodea resulta en el fondo de combinaciones de elementos materiales (ondas electromagnéticas, partículas subatómicas, moléculas, neurotransmisores).

Al materialismo le falta humanidad

Desde este punto de vista, por ejemplo, el amor y nuestros valores e ideas más nobles no serían más que ilusiones generadas por la química interna del cerebro. Pero lo que verdaderamente somos no puede reducirse a un producto de fuerzas físicas y químicas.

Hasta hace poco, la mayor parte de la neurociencia ha tendido a contemplar el cerebro no como algo vivo, vitalmente arraigado en el cuerpo y en el mundo, sino como un mero ordenador que produce lo que hacemos, sentimos y decimos. Pero cuanto más avanza la neurociencia, más lejos estamos de poder explicar que una combinación de sustancias químicas pueda generar la inmediatez de nuestra experiencia aquí y ahora.

Un cerebro sin cuerpo y sin mundo sería incapaz de realizar ninguna actividad mental. El cerebro es la estructura tangible más compleja que conocemos, pero la mente y la conciencia no pueden reducirse a la actividad cerebral.

En la visión materialista no hay lugar para lo propiamente humano y, si uno abraza esta visión con realismo, acaba sintiéndose como un mero accidente en un mundo sin sentido. A principios del siglo XX, cuando la ciencia parecía confirmar la visión materialista del mundo, el filósofo Bertrand Russell reconoció, muy a su pesar, que el mundo carece de todo sentido, que el ser humano es el producto de fuerzas que no sabían hacia dónde se dirigían, y que “su origen, su desarrollo, sus esperanzas y miedos, sus amores y creencias son solo el resultado de las posiciones accidentales de los átomos”.

En el siglo transcurrido desde entonces, la ciencia ha empezado a mostrar que el Universo es mucho más que un complejo mecanismo basado en elementos materiales, pero nuestra cultura (incluidos los presupuestos de la mayor parte de la ciencia que hoy se practica) sigue apegada al paradigma materialista.

¿Qué cree el materialismo científico?

Entre las obras recientes que abordan este tema destacan El fin del materialismo, del psicólogo Charles Tart, y El espejismo de la ciencia, del eminente biólogo Rupert Sheldrake. Sheldrake señala que la visión materialista del mundo puede expresarse en una serie de creencias que comparten la mayoría de científicos convencionales, a pesar de que cada una de ellas ha sido superada por la ciencia de vanguardia:

  • Todo es mecánico. Un gato, un perro o incluso un ser humano no serían más que mecanismos complejos, “robots deambulantes”, según la expresión de Richard Dawkins.
  • La materia es siempre inconsciente. La conciencia humana no sería más que una ilusión derivada del funcionamiento mecánico del cerebro.
  • Las leyes de la naturaleza están fijadas para toda la eternidad.
  • La naturaleza carece de propósito. La evolución es ciega y carece de sentido.
  • La belleza y el sentido de mucho de lo que percibimos en el mundo sería en el fondo un espejismo.
  • La herencia biológica se reduce exclusivamente a elementos materiales como el ADN.
  • La mente no sería otra cosa que un subproducto del cerebro. Y lo que ves con tus ojos no estaría ahí en el mundo, sino en tu cerebro.
  • Los fenómenos que no tienen explicación material, como la telepatía, serían ilusorios.
  • La única medicina que funciona sería la que se basa en la visión mecanicista del cuerpo.

La ciencia de vanguardia y el fin del materialismo científico

Todas estas creencias son contrarias a nuestras intuiciones más profundas. No encajan con el mundo que percibimos en nuestros mejores momentos. La buena noticia es que, además, en la nueva realidad que nos revela la ciencia, todas estas creencias resultan obsoletas.

Como ya señalaron dos premios nobel de Física del siglo XX, Schrödinger y Wigner, la base de la realidad no es la materia sino la conciencia. La física cuántica muestra que el mundo no está hecho de objetos sino de relaciones, relaciones que siempre incluyen la mente humana. Las teorías que consideran la conciencia humana como algo ilusorio solo existen en la conciencia humana.

El mundo de la nueva ciencia no es mecánico e impersonal, sino holístico y participativo.

Los efectos sociales del materialismo

Numerosos estudios recientes muestran que las sociedades orientadas al materialismo y al consumismo tienden a estimular el egoísmo, a minar la confianza y la cohesión social, y a incrementar las desigualdades. El materialismo nos ha llevado a considerar la economía como la clave casi exclusiva del bienestar de la sociedad. En un planeta con recursos limitados, el consumo materialista no puede crecer para siempre. Por otra parte, la psicología y la sociología muestran que el consumo materialista no satisface las verdaderas necesidades humanas.

Como afirma el economista Richard Easterlin, “el triunfo del crecimiento económico no es un triunfo de la humanidad sobre las necesidades materiales; es más bien un triunfo de las necesidades materiales sobre la humanidad”.

El anhelo de un incremento ilimitado del consumo material crea inseguridad psicológica y es contraproducente para la satisfacción personal. Sin duda, para quien se halla en una situación precaria, el aumento del consumo va ligado al aumento del bienestar. Pero más allá de cierto umbral de consumo de bienes materiales, la satisfacción personal no aumenta y puede incluso empezar a declinar, ya que generalmente el aumento del consumo va acompañado de un incremento del estrés y de la disminución del tiempo libre y del contacto con la familia, los amigos y la naturaleza.

A partir de los datos de la Encuesta Mundial de Valores, se puede observar que:

  • La satisfacción vital tiende a aumentar a medida que los ingresos por persona y año crecen hasta alcanzar unos 15.000 dólares (el nivel que tenían a principios del siglo XXI países como España, Irlanda o nueva Zelanda), pero a partir de este umbral, la correlación desaparece.
  • Los ciudadanos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón no son más felices que hace cincuenta años, pese a que su riqueza material se ha multiplicado en el último medio siglo.
  • Los ingresos reales per cápita se han triplicado en Estados Unidos desde 1950, pero el porcentaje de ciudadanos que en las encuestas se declaran “muy felices” ha disminuido desde mediados de los años setenta.
  • En Estados Unidos, el indicador de Progreso Genuino llegó a su nivel máximo en 1975, cuando el Producto Interior Bruto del país era casi la mitad del actual.

Esta paradoja se ha constatado en prácticamente todos los países que han visto crecer enormemente su economía y su consumo en el último medio siglo.

¿El bienestar material nos hace infelices?

Como ha señalado el Dalai Lama, la incidencia de la ansiedad, el estrés, la confusión, la indecisión y la depresión entre aquellos que tienen sus necesidades materiales aseguradas muestra que nuestras verdaderas necesidades van mucho más allá del consumismo y el materialismo.

Una de las claves del materialismo es la creencia de que hay una separación radical entre el mundo material objetivo y la psique humana. Por lo tanto, nuestra única manera efectiva de actuar sería a través de la dimensión material del mundo. Pero sabemos que nuestra vida está llena de experiencias en las que el poder de la mente supera al poder de la materia (a través de fenómenos como la telepatía, la clarividencia o la curación psíquica, temas que analiza Charles Tart en su empeño por unificar ciencia y espiritualidad).

Todas las prácticas de desarrollo personal llevan a un mundo en el que la conciencia (la mente y el corazón, la atención y la intención) tienen un papel mucho más crucial que el espacio, el tiempo y la materia.

El fin del materialismo es, sin duda, un momento clave en la evolución humana. Representa el fin de un lastre psicológico que impedía la evolución de la conciencia. Es el momento de abrirnos a la libertad y a la luz.

Más allá del materialismo

  • La base de la realidad no es la materia sino la conciencia. No somos espectadores pasivos en un mundo de objetos, sino co-creadores de un universo de relaciones. Nada existe sin nuestra participación.
  • El mundo no es una suma de objetos sino un sinfín de redes de relaciones. Lo relacional es lo más real.
  • No somos seres materiales que tienen experiencias espirituales, ni máquinas genéticas con sensaciones psicológicas, sino conciencia envuelta en los velos de la materia, el espacio, el tiempo y la limitación.
  • El cerebro es un soporte material de la mente. Pero la mente no se reduce al funcionamiento cerebral. La muerte del cuerpo físico no implica la extinción de la conciencia.
  • Nuestra vida se configura no tanto a través de las cosas materiales como de nuestras actitudes, de nuestras intenciones y de aquello en que enfocamos nuestra atención.
  • El núcleo de la realidad no habla el lenguaje de la razón, las leyes, las fórmulas y los conceptos. Se expresa en el lenguaje del corazón, la imaginación, la creatividad y la intuición.

Solo estamos manifestando una ínfima parte de nuestras posibilidades. No somos lo que tenemos. En realidad, no tenemos nada más que aquello que somos.