Nuestras vidas transcurren en el tiempo y el espacio. Nada más obvio y a la vez más misterioso.

Desde el punto de vista objetivo solo existe el presente, que es inasible y fugaz, no puede detenerse. El pasado, ya no es; el futuro, será. Pero también existe, subjetivamente, un pasado-presente hecho de recuerdos, y un futuro-presente que proyectamos psicológicamente a través de los anhelos y la imaginación. 

La importancia de vivir el momento 

Conviene seguir el consejo de Buda: «No hay que morar en el pasado ni soñar en el futuro, concentra tu mente en el momento presente». Esta viene a ser la base de toda práctica meditativa: ser conscientes del aquí y ahora. Claro que no hay nada malo en recordar el pasado y hacer planes de futuro, pero sin que se nos escape el presente.

Esto también depende del carácter: algunas personas son más proclives a quedar ancladas en lo pasado o, por el contrario, a proyectarse demasiado en un hipotético futuro.

La edad también influye: conforme se envejece, más fácilmente el pasado toma relevancia. Pero es importante centrarse en el presente, pues es lo que realmente tenemos a nuestro alcance. 

¿Por qué el pasado nos condiciona?

El espacio y el tiempo definen nuestras posibilidades, pero hay un tercer factor: la ley de causalidad, que toda acción (causa) provoca una reacción (efecto). La definición de energía implica esa capacidad de generar un cambio. La física moderna estudia y aplica esta verdad. El pensamiento oriental, por su parte, lo amplía al afirmar que el karma (que en sánscrito significa «acción») incluye acciones personales tanto del cuerpo como de la mente. Es decir, que pensamientos, palabras y actos pueden tener consecuencias positivas, negativas o neutras. 

El pasado, pues, sigue estando presente de diversos modos. Primero a nivel genético, puesto que representamos el eslabón final de una larga cadena biológica. Si imaginamos que somos hijos de nuestra madre y padre, los cuales a su vez han nacido de otra pareja y nos vamos así remontando en la genealogía de nuestros antepasados, el resultado nos hace conscientes de los innumerables seres humanos que nos han precedido. Muy a menudo en las familias coinciden vivas tres generaciones: abuelos, padres y nietos. Pasado, presente y futuro.

El porvenir depende, en buena parte, de lo que hagamos en el presente. Esto es así a nivel tanto individual como colectivo, puesto que junto al karma personal existe un karma humano global que condiciona determinadas situaciones sociales a menudo conflictivas.

Nuestra responsabilidad se limita únicamente a aquello que depende de nuestras posibilidades de actuación. En cualquier caso, se trata de obrar de la mejor manera en cada momento, sin voluntad de hacer daño. Estas influencias externas e internas nos condicionan, pero siempre cabe tomar decisiones personales

3 factores que nos hacen vivir en el pasado 

En ocasiones, el pasado puede enviarnos mensajes dolorosos, especialmente cuando las experiencias no han sido adecuadamente «metabolizadas» para que podamos asimilar lo positivo y eliminar lo negativo. Si la carga del pasado es excesiva, puede provocar una inquietud que dificulta vivir con espontaneidad el presente y puede manifestarse principalmente en forma de nostalgia, culpabilidad o resentimiento

1. Nostalgia: tristeza por lo que un día fue

La palabra nostalgiaviene del griego y su etimología expresa perfectamente su significado: nostos (pérdida) y algos (dolor). Abarca todo aquello que añoramos o echamos en falta del pasado.

Esta disposición del ánimo, que tiende a la melancolía, sucede cuando lamentamos la pérdida de un ser querido o nos vemos obligados a vivir lejos de los nuestros, sobre todo en otro país. También cuando, con el paso del tiempo, se echa de menos la alegría de la infancia y la juventud.

Este sentimiento de pérdida es del todo normal, solo hay que evitar que se vuelva excesivo. Recordar con cariño y agradecimiento a los que se fueron y el contacto con la tierra natal evitará caer en la tristeza. 

2. Culpa: sentimiento de haber hecho algo mal 

Sentirse culpable de que, voluntaria o involuntariamente, se ha cometido un mal en el pasado es a menudo motivo de intranquilidad. El daño puede ser tanto material como moral a una determinada persona. También es posible que tenga su origen en el hecho de no haber prestado ayuda a quien la ha pedido. Todas estas posibilidades se resumen en la expresión «tener remordimientos». 

La forma más efectiva de aliviar este sentimiento de culpa es, en primer lugar, reconocer la falta. A continuación, es importante tratar de compensar el daño en la medida de lo posible y pedir perdón a la persona en cuestión.

Si no es posible establecer un contacto o la persona hubiese fallecido, puede hacerse mentalmente, visualizando a esa persona y hablándole con toda sinceridad para poder sentir que podría comprendernos y aceptarnos pese a todo. 

3. Resentimiento: enfado  persistente hacia alguien

El rencor que podemos sentir hacia alguien que nos ha hecho daño, y que a menudo se acompaña de odio y de deseo de venganza, es una emoción que intoxica psicológicamente la relación. 

En este tipo de casos tenemos la posibilidad de procurar ser objetivos y replantearnos la situación. Quizá también nosotros tuvimos parte de responsabilidad en lo sucedido o esa persona no obró conscientemente con maldad, simplemente se comportó egoístamente.

Más allá de posibles conversaciones para arreglar las cosas amistosamente, el mejor antídoto frente al odio es el perdón. Mentalmente nos concentramos en esa persona y le decimos que aun sin aprobar sus actos, le perdonamos. De esta manera puede cortarse el vínculo emocional de odio y así realmente olvidar.

Claves para reconciliarse con el pasado y encontrar la calma interior

Estos consejos pueden parecer a simple vista demasiado sencillos, dado que se trata de temas a menudo complejos, pero requieren de gran sinceridad por nuestra parte, con la que no siempre es fácil conectar. De todos modos, son herramientas que realmente están a nuestro alcance y pueden reconfortarnos. Eso sí, no excluyen posibles trabajos con distintas terapias. 

Tanto al disculparnos como al agradecer, no solo actuamos a nivel de la conciencia ordinaria, sino que también enviamos un mensaje a la mente subconsciente. Esta suele ser el reservorio de muchas emociones negativas difíciles de controlar, pues surgen de modo involuntario.

Es un hecho psicológico que con el tiempo vamos matizando los recuerdos, haciéndolos quizá más hermosos de lo que fue la realidad o exagerando los aspectos negativos. De alguna manera podemos cambiar la visión del pasado, que encierra la suma de nuestras experiencias vitales, con sus luces y sus sombras. Conviene, pues, recordar los buenos momentos, que son constructivos, y tratar de olvidar los malos que ya no nos sirven. 

Estos consejos pueden resultarte útiles para hallar la paz interior:

  • Ama el presente y presta atención a los hermosos detalles del día a día sin que las preocupaciones te impidan apreciarlos. Hay que valorar ese tiempo regalado, las personas que nos encontramos, las plantas, los animales, los alimentos... Cada día es único e irrepetible.
  • Antes de dormir, pasa revista de la jornada y toma nota de lo mejorable. Este examen no hace falta que sea exhaustivo ni lleve demasiado tiempo. Los puntos importantes saldrán con naturalidad. Así  evitarás que los problemas se acumulen.
  • Perdona con corazón. Quien lo hace transmite una energía beneficiosa tanto a la otra persona como a sí mismo. También es importante saber perdonarse a uno mismo. El perdón es un gran antídoto frente a los conflictos psicológicos, siempre que sea sincero.
  • Recuerda y respeta a tus antepasados, tanto conocidos como ancestros en general. A ellos les debemos la vida y todo lo que con esfuerzo nos legaron. Por eso, cualquier momento es bueno para dedicarles unas palabras o pensamientos.
  • Practica ejercicio, date masajes y baños calientes para eliminar las tensiones acumuladasen ciertas zonas corporales, como la musculatura facial, cervical o lumbar. También en algunos órganos, como la ira en el hígado.