A medida que avanza el calor, el mar se convierte en una de las opciones más apetecibles para relajarse, gozar del tiempo libre y cargarse de energía para toda la semana. Disfrutar de un día de playa puede convertirse en un bálsamo para el cuerpo y una inyección de vida para el alma.

El sol brillando en lo alto, el azul del cielo, el rumor de las olas, el contacto de los pies con la arena, el frescor de un agua que viene y va, incontenible y misteriosa en su fondo, la brisa y el sabor de la sal nos hacen sentir vivos y agradecidos de poder experimentar estos pequeños milagros, pero además tienen efectos terapéuticos concretos sobre nuestro cuerpo y nuestra mente.

Aprovechar la acción reequilibrante del entorno marino

Esto es debido a que el entorno marino produce un efecto reequilibrante en el organismo. Los cambios de temperatura que provocan los baños de mar, la composición mineral y la presión que ejerce el agua producen un estímulo general sobre todos los sistemas y órganos del cuerpo, pues están conectados por el sistema nervioso.

Así se favorece el equilibrio del sistema vegetativo que rige todos los procesos fisiológicos y una sensación de bienestar general. Además, la oxigenación de la atmósfera y el contacto con los elementos naturales ejerce un efecto relajante.

Por ello, este espacio es un marco idóneo para practicar diversas técnicas o actividades que ayuden a aumentar la conexión cuerpo-mente, como el yoga, el tai-chi y el chi-kung, que estimulan el flujo de la energía vital, y también los clásicos deportes de playa, como el voleibol.

Las primeras horas de la mañana o las últimas de la tarde son las más adecuadas.

También se pueden realizar ejercicios de respiración o visualizaciones que ayuden a ganar vitalidad y mejorar el ánimo. Basta imaginar que con la brisa y las olas llegan torrentes de energía positiva que invaden el nuestro cuerpo.

O se puede, simplemente, pasear descalzo por la orilla y sentir el contacto directo con la tierra y el efecto de masaje de la arena en los pies.

Convierte tu día de playa en una cura de salud 

Para disfrutar de estos efectos benéficos te proponemos un plan de playa que constituye un auténtico tratamiento de salud. 

1. Cura de aire con la respiración

La acción de las olas que rompen en la playa, la humedad del ambiente marino y los vientos que visitan la orilla generan una brisa rica en oxígeno y en los mismos elementos que componen el agua de mar, sobre todo yodo, pero también en iones negativos, unas partículas de carga eléctrica negativa beneficiosas para la salud, que en el mar pueden encontrarse en una relación de 50.000 por ml, frente a los 500 que están presentes en el aire de la ciudad.

Esto hace posible que al respirar los pulmones realicen una importante cura de aire y que a la vez, ejerce un efecto relajante, ya que los iones negativos favorecen la producción de serotonina, un neurotransmisor cerebral cuya liberación proporciona una agradable sensación de bienestar.

Un ejercicio para oxigenar el organismo consiste en colocarse de pie o sentado en la orilla del mar, respirar profundamente siendo consciente del aire que fluye por los pulmones, y soltarlo despacio y totalmente, dejando que se disuelva en el viento.

Mientras se realiza este ejercicio, puede visualizarse cómo la pureza del aire limpia el cuerpo y los pensamientos.

2. Sesión de gimnasia en el agua

En el agua el cuerpo pesa menos debido a la disminución de la fuerza de la gravedad (60 kg en tierra equivalen a 6 kg en el mar).  La gimnasia en el agua resulta, por ello, aconsejable para todo el mundo, y muy especialmente, para personas con problemas de movilidad o poca flexibilidad.

Ofrecemos unas propuestas:

  • Introdúcete en el mar hasta que el agua te llegue a la altura del pecho. En esa posición, coloca los brazos en cruz y flexiona los codos llevando las muñecas hasta el pecho.
  • Otro ejercicio consiste en tumbarse en el agua boca arriba (haciendo el muerto) y abrir y cerrar las piernas treinta veces, sin doblar las rodillas.
  • En la misma posición, y manteniendo los brazos extendidos, gira las muñecas diez veces hacia delante y diez veces hacia atrás.
  • Luego, y manteniendo la posición anterior, estira los brazos hacia atrás y agarra un elemento fijo con ambas manos por detrás de la cabeza (puede servir un churro de piscina o el brazo de un amigo). Seguidamente, flexiona las rodillas y gira el torso alternativamente hacia la izquierda y hacia la derecha, sin doblar la espalda. Repite los giros treinta veces.
  • Flotando en el mar (cinco minutos), saca los pies del agua alternativamente.
  • También flotando, levanta los brazos y alza las manos para aplaudir fuera del agua.

3. Baño de arena

Cargada de los elementos químicos del agua de mar e incluso del aire, debido a su porosidad, y calentada por la acción del sol, la arena es otra buena opción para improvisar una bañera natural con fines terapéuticos.

Para darse un baño de arena, especialmente recomendable si se padecen problemas óseos o articulatorios, bastará con hacer una fosa de unos 30 o 40 cm a nuestra medida, dejar que el sol la caliente durante una hora, tumbarse en ella y cubrirse de arena, dejando la cabeza fuera y a la sombra (debajo de una sombrilla o cubierta por una gorra de algodón o un sombrero).

Permanecer enterrado unos 10 o 20 minutos es suficiente, ya que más tiempo podría provocar un aumento excesivo de la temperatura corporal.

Mientras se está enterrado, la piel respira porque la arena es porosa y deja pasar el aire, y el sudor es secado por su calor.

Después del tratamiento, en el que por acción del calor la piel habrá absorbido sustancias minerales de la arena, es aconsejable entrar de nuevo en el mar, permanecer unos minutos y luego secarse al sol.

El baño de arena puede ser, además, una actividad muy divertida si se tienen niños, y convertirse en un juego si les pedimos que nos cubran de arena y después nos dejen cubrirlos a ellos.

4. Dar rienda suelta a los sentidos

Además de tonificar y relajar el cuerpo, el entorno marítimo ofrece un espacio natural amplio donde podemos dejar a un lado el control al que estamos sometidos en el día a día, despejarnos de nuestras ropas y disfrutar de aquello que más nos apetezca hacer.

Sin límite horario, más que el que marca el apetito, podemos jugar con la arena, correr por la orilla, deleitarnos con el paisaje, los colores, olores y sonidos que nos rodean, sentir el sol sobre la piel, nadar, flotar en el agua... infinitas posibilidades que nos devuelven al mundo lúdico y sensitivo de la niñez, y que son vitaminas indispensables para la salud mental.

Dedicar un rato a esta parte lúdica, a dejarse llevar y, sobre todo, abrir bien los sentidos es una cura indispensable que mejorará, sin duda, tu paso por la playa y potenciará sus beneficios.

5. Visualización al atardecer

En las últimas horas del día, podemos acercarnos a la orilla del mar y practicar este ejercicio de respiración y visualización. Tiene un efecto relajante y ayuda a calmar la mente conectándote con el momento presente.

  • Con los ojos cerrados, se realiza una inspiración profunda y se ponen los brazos en cruz, centrando la atención en las sensaciones que produce el agua bajo los pies, la tibieza del sol y la arena mojada escurriéndose entre los dedos.
  • Manteniendo los ojos cerrados, y prestando atención a los sonidos del mar, hay que respirar suavemente y dejar fluir los pensamientos.
  • Luego, se toma aire lentamente, y al soltarlo, poco a poco, se visualizan los pies como algo pesado, luego las piernas, el tronco, los brazos, las manos, la cabeza... Hay que imaginar que el cuerpo es una vela resistiendo el empuje del viento. 
  • Después, hay que tumbarse en la arena seca, con los brazos en cruz pero en reposo, y sentir cada parte del cuerpo como algo ligero, mientras se inspira y se suelta el aire suavemente. Hay que imaginar que el cuerpo es como una pluma dejándose mecer por el viento.
  • Para finalizar el ejercicio hay que incorporarse y sacudir los pies hacia afuera, luego las piernas, los brazos y las manos, moviendo la cabeza de forma rotatoria para entrar en calor.

6. Baño de algas y lodos al llegar a casa

Su concentración en sales minerales y su facilidad de aplicación en mascarillas, cataplasmas o geles hacen de las algas y también de los Iodos los elementos marinos más empleados en tratamientos de talasoterapia.

Las algas más comunes son las laminarias, que se pueden encontrar en la mayoría de playas. Son ondulantes, con una base degada y cilíndrica, con hojas en forma de cintas o ramos de color amarillo o parduzco, y sus propiedades son remineralizantes y tonificantes

El fucus constituye buena parte de la vegetación marina de las costas del litoral de la península Ibérica y tiene una acción adelgazante, debido a la presencia de yodo orgánico, que actúa sobre la tiroides activando la catabolización de las grasas.

Finalmente, el carragheen es un alga roja muy común en las costas del Atlántico. De ella se extrae un colorante natural, el carragenato, y en uso externo es el tratamiento más extendido contra la celulitis, ya que tiene una acción tónica, desintoxicante y contra la esclerosis, además de ser rica en minerales y aminoácidos.

En cuanto a los lodos, también llamados fangos o limos, están formados por agua marina, algas y sedimentos arcillosos mezclados con arena. Son de un color gris azulado cuando domina el mineral limonita, y verdosos cuando lo hace la gluconita.

Su eficacia terapéutica reside en que son capaces de absorber y retener el agua marina a la vez que pueden utilizarse para aplicar calor. Por ello están especialmente indicados en inflamaciones articulares, dolores de espalda y huesos y algunas afecciones de la piel, como la psoriasis.

Para disfrutar de las virtudes de las algas y lodos marinos se puede acudir a un centro de talasoterapia o bien realizar un tratamiento casero a base de algas deshidratadas o de fangos, que se pueden adquirir en establecimientos de cosmética o de productos biológicos.

Se pueden aplicar directamente sobre la piel, dejándolos actuar de diez minutos a media hora, aunque las algas también se pueden verter en la bañera, directamente o dentro de un saquito de lino.

Al salir del baño no conviene secarse, sino cubrirse con un albornoz o arroparse con una toalla, tumbarse en una hamaca o en la cama y taparse, procurando conservar el calor.