La psicóloga Patricia Ramírez, conocida como @patri_psicologa, es también escritora, conferenciante y divulgadora. Su manera de comunicar los aspectos relacionados con la salud mental ha hecho que se convierta en un auténtico fenómeno en las redes, en las que cuenta ya con cerca de 1.000.000 de seguidores.

Es autora de diez libros que tratan temas como la actitud, la fuerza de voluntad, la capacidad de cambio, la confianza y la seguridad, el trabajo en equipo, el liderazgo y el optimismo. Acaba de publicar Somos fuerza (Grijalbo), un libro que nos presenta distintos ejemplos de personas que han sabido enfrentar la adversidad, un elemento que forma parte de la vida. "Es más sensato aprender a convivir con la adversidad que estar siempre deseando que no se cruce en nuestro camino", nos explica Patricia Ramirez.

–Pero llegó el covid y lo arrasó todo, incluida nuestra salud mental. Ante esta situación, tú mantienes una visión positiva: “Somos fuerza”. ¿Dónde encontrar esa fuerza cuando una persona parece haber tocado fondo?
La fuerza entendida como esa capacidad de reaccionar y de sobreponernos ante situaciones adversas la tenemos todos dentro. Para poder encontrarla, tienen que ocurrir diferentes situaciones (o todas o una de ellas). Una es encontrar un propósito: siempre hay algo o alguien que te saca de la situación. Hay gente que dice que reaccionó por sus hijos o porque su padre le necesitaba o porque tuvo que salir a trabajar… Algo tiene que tirar de ti.

La fuerza también la encontramos cambiando por ejemplo la narrativa.

La narrativa es cómo nos relatamos lo que está pasando. Si termina una relación puedo decir: “Mi pareja me ha abandonado”, “He perdido el tiempo”. Esa narrativa me va a hundir. Pero también me puedo decir: “Ahora tengo otra oportunidad para aprender a ir sola”, “las parejas no duran toda la vida”, “puede ser que llegue en un futuro algo mejor a mi vida.” Esta narrativa me va a dar fuerza.

La fuerza también viene del autocuidado, de que en ese momento uno decida descansar lo suficiente, meditar, hacer un poco de ejercicio, de las relaciones sociales, de contar con apoyo, de pedir ayuda.

La fuerza puede venir de muchísimas fuentes, pero esas son las principales: tener un propósito (algo que tire de ti) del autocuidado, del cambiar la narrativa, del contar con la gente y pedir ayuda.

–¿Y cómo trabajar esa fuerza interior?
Lo primero es estar a gusto contigo, y aquí tenemos que tener en cuenta la participación de nuestros neurotransmisores. Gran parte de nuestra paz mental, de nuestra regulación emocional, viene de que nuestros neurotransmisores funcionen bien. Ahí tenemos que trabajar todo el tema del autocuidado más básico: actividad física, meditación, poder descansar, alimentarnos de forma correcta, tener nuestras rutinas, tener el propósito de querer disfrutar de la vida.

Para hacer eso hace falta tener la filosofía de que yo merezco disfrutar vida bonita de una vida buena, de una vida plena, de una vida serena…
Ahí nos puede ayudar todo lo que tiene que ver con hacer las paces con el pasado sobre todo con el pasado de la crisis. Yo no puedo estar echándome en cara mi torpeza, mis errores, mis malas decisiones… porque eso impide que yo siga avanzando. Tenemos que hacer algún ejercicio como la meditación del perdón o del olvido para poder avanzar en el presente.

Es muy difícil que yo sienta vitalidad, fuerza o ganas de levantarme si estoy todo el día reconcomiéndome con el pasado.

–¿Por qué crees que es tan importante ser autocomplaciente?
La autocomplaciencia es importantísima porque es un nivel superior al de la aceptación. Cuando hablamos de autocomplacencia hablamos de aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos en este momento. Y eso es muy bonito porque es dejar de luchar, es dejar de criticarnos, es dejar de tratarnos mal para aceptar lo que hay en este momento. Yo creo que el que alcanza la autocomplacencia lo que hace es aprender a respetarse.

Esto no es incompatible con que tú quieras invertir un esfuerzo o cambiar hábitos en tu vida. Esto simplemente es compatible con el amor y el respeto que las personas nos tenemos que tener a nosotros mismos. En el momento en que nos criticamos, nos rechazamos, no hacemos más que sacarnos faltas queriendo de esa manera motivarnos para el cambio, al final lo que nos hacemos es mucho daño e incrementamos nuestra inseguridad y nuestra baja autoestima.

Entonces lo ideal sería ser capaces de disfrutarnos tal y como somos, y eso no es incompatible con comprometernos con nosotros mismos. Eso nos va a permitir vivir serenos, incluso en momentos difíciles, y disfrutar de los momentos que haya de disfrute.

–Pero en los peores momentos de una crisis, cuando todo nos va mal, es cuando tenemos que creer más en nosotros mismos para salir del atolladero. ¿Cómo recuperar la autoconfianza en un momento de tanta vulnerabilidad?
Cuando nos encontramos dentro de una crisis, todavía somos más vulnerables porque nos sentimos inseguros. No vemos que la crisis vaya a acabar y esto nos debilita, perdemos nuestra autoestima, a veces nos culpabilizamos de lo que está ocurriendo… Todo eso lleva a tener un estado emocional que no ayuda a salir de ahí.

Entonces, lo primero que tenemos que hacer para recuperarnos es reconocer cómo estamos, reconocer que tenemos un problema, reconocer que tenemos una crisis, reconocer que tenemos un fracaso, aprender a nombrar nuestras emociones, aceptarlas y dejarlas estar.

Luego tenemos que enfocarnos en: “Esto es lo que hay, esto no lo puedo cambiar, esto lo tengo que aceptar, pero ¿qué puedo hacer?”. Es decir se trata de encontrar qué parte es controlable y de qué manera me puedo involucrar por la crisis

Porque muchas veces dentro una crisis también nos desocupamos de lo que sí podemos ocuparnos. Esto es un error porque entonces la crisis se profundiza. Debemos pensar en qué podemos ocuparnos en estos momentos y ocuparnos de ello.

Y no estaría mal pues ir trabajando nuestra autoestima revisando aquellos momentos difíciles que hemos tenido en nuestra vida, viendo qué clase de valores o factores de nuestra personalidad nos ayudaron a superarlo, tomando un poco de conciencia de dónde estábamos y que hacíamos cuando estábamos bien.

La persona que está en crisis no deja de ser la persona maravillosa que era hace unos meses: solo ha perdido la confianza en esas características de la personalidad.

Tenemos que hacer un ejercicio de reflexión, de introspección, de visualización y preguntarnos: “¿Qué aspectos míos me ayudarían a salir de aquí en otro momento en el que yo estuviera bien?” “¿Cómo he tirado adelante en otros momentos en los que yo he estado mal?”. Así recordaremos todas esas fortalezas que tenemos pero que en las que nos resulta difícil seguir creyendo en un momento vulnerable.

–¿Debemos ser positivos en todo momento? ¿Podemos darnos permiso para estar mal?
Debemos ser positivos en todo momento? No. ¿Nos debemos dar licencia para estar mal? Sí, siempre. Ser positivos no es ser felices. Vamos a diferenciar este matiz.

Tenemos que tratar de ser positivos porque la positividad nos ayuda a encontrar soluciones donde otras personas tiran la toalla, o a evaluar la situación no solamente pensando lo que puede fracasar, sino también viendo el abanico de posibilidades de éxito. Pero la positividad no es sinónimo de felicidad. Uno puede ser una persona positiva y aún así darse licencia para vivir sus momentos más tristes o más ansiosos. Que una persona tenga ansiedad en un momento determinado –o que tenga tristeza, apatía, desilusión– no es incompatible con ser positivo.

Uno mismo, desde esa apatía, puede estar pensando: "Ahora he perdido la ilusión y no me apetece, pero que estoy segura de que dentro de unos días me encontraré mejor y voy a ver de qué manera salir de esta situación."

No debemos comparar la positividad con la felicidad, ya que no es lo mismo. La felicidad sería una emoción dentro del espectro de las emociones, mientras que la positividad es una actitud ante la vida.

–También hablas en tu libro sobre un aspecto importante: el saber pedir ayuda, ofrecer ayuda y aceptar ayuda. ¿Por qué nos cuesta tanto ofrecer y recibir ayuda?
Yo creo que ofrecer ayuda no nos cuesta. Lo que pasa es que cuando uno ofrece ayuda, normalmente lo que hace es dar consejos sobre lo que cree que a él le vendría bien. Si tú, por ejemplo, te separaste y al separarte te fuiste a vivir a casa de tus padres con tus niños por comodidad, pues si ves a tu amiga que se ha separado tu amigo le dirás: “Vete a casa de tus padres un tiempo que ya verás que estarás acompañada”. Y puede ser que tu amiga sea una persona con mucha autonomía, que no se sienta a gusto en la casa de sus padres porque sean muy controladores… Entonces, ofrecemos ayuda pero no siempre la manera correcta porque solemos ofrecer lo que a nosotros nos cuadraría.

Lo que ocurre es que cuando cuando ofrecemos estos consejos y a la otra persona no le encaja, lo que hacemos es estresarla todavía más. Porque la otra persona, que está en una crisis, se da cuenta de que le están ofreciendo ayuda pero que no le viene bien, que no la quiere aceptar, que no cuadra con sus valores o con su forma de ser… Y todavía se siente peor por tener que rechazar esa ayuda que alguien le está ofreciendo por amor.

Entonces, a la hora ofrecer ayuda tendríamos simplemente que decirle a la persona que vamos a estar 24 horas al día a su disposición y que, por favor, nos diga cómo quiere ser ayudada.

Nos cuesta pedir ayuda porque sabemos que cuando pedimos ayuda estamos cambiando los planes o la rutina de otra persona, que puede ser que estemos incomodando… Por un lado, no nos gusta ser un estorbo para otra persona. Por otro lado, nos sentimos débiles al pensar que tendríamos que ser capaces de cuidar de nosotros mismos o de nuestros hijos, de ir a trabajar, de superar esta situación… Al pedir ayuda nos estamos etiquetando, juzgando, y estamos viendo una visión negativa de nosotros. Si no pedimos ayuda creemos que podemos con todo y que tenemos esa independencia autonomía.

Lo cierto es que al pedir ayuda nos podemos sentir más aliviados y salir antes de una crisis.

Ahora bien: es importante saber a quién pedimos ayuda porque hay veces en las que pedimos ayuda a personas que luego nos pasan factura: o porque quieran recuperar la ayuda que tú le pediste o porque te pongan una serie de condicionantes que no te ayudan.

–¿Ha tenido que llegar una pandemia para recordarnos la importancia de la salud mental?
Yo creo que no. Yo creo que ya éramos bastante conscientes de la importancia de la salud mental. Lo que ocurre es que la pandemia ha agravado la salud mental de aquellos que ya estaban tocados. Y vernos con ansiedad, con ansiedad social, con tristeza… nos ha tocado a todos en este momento.

Lo que la pandemia puede haber provocado es una mayor empatía con la salud mental porque todos aquellos que no habían tenido nunca ansiedad, miedo o desilusión, igual ahora sí han podido experimentar este tipo de emociones

Al haber ahora tanta gente (y al ver que la que ya estaba mal ahora está peor), nos hemos dado cuenta de que hacen falta más recursos para la salud mental. Porque hay pocos psicólogos en el sistema público y no les da tiempo a atender tanta necesidad como hay.

–Para terminar, ¿qué consejo les darías a las personas que ahora mismo lo están pasando mal?
Que recuerden que cualquier crisis o cualquier momento duro siempre va a ser pasajero. La vida es un orden de momentos buenos y momentos malos. Momentos buenos que puedes provocar tú o que la vida te pone por delante y momentos malos que también puedes provocar tú o que la vida o el destino, sin que tú tengas participación directa, también te pongan por delante. La vida no va a ser un momento malo siempre.

Pensar que tu crisis, tu error o tu duelo es una situación pasajera, mejora la esperanza de tener un futuro más más bonito, más agradable, mejor.

Si te ha interesado esta entrevista...

Puedes comprar el libro Somos fuerza (Grijalbo) de Patricia Ramíreza aquí.