En las últimas décadas, la incidencia de las patologías de tipo autoinmune se ha triplicado y sigue en aumento. ¿Por qué nuestro sistema de defensa, que debería protegernos, ataca a las células sanas del propio cuerpo de forma exacerbada y puede llegar a producir daños irreversibles?

Las enfermedades autoinmunes (existen más de 80 trastornos de este tipo, según el órgano o tejido afectado) pueden presentar síntomas graves y un tratamiento difícil. La asociación de diferentes factores genéticos, ambientales, hormonales e infecciosos, así como la alimentación y el estilo de vida están casi siempre detrás de estas dolencias.

La palabra inmunología deriva del griego inmunitas, que significa ‘libre de cargas o impuestos’, un privilegio de los senadores. Por lo tanto, la inmunidad de un organismo es su capacidad para mantenerse libre, en este caso, de enfermedades infecciosas. Y la respuesta inmunitaria es el conjunto de acciones que emprende el sistema inmunitario frente a una infección, tanto para eliminarla cuando aparece como para prevenirla en el futuro. Pero, ¿qué ocurre en las personas diagnosticadas con una enfermedad autoinmune? ¿Qué mecanismos intervienen para que el sistema inmunitario reciba órdenes erróneas? Empecemos por conocer cómo funciona este sistema.

qué es el sistema inmunitario

El sistema inmunitario está formado por un conjunto de células, moléculas, tejidos y órganos que trabajan coordinadamente para defendernos de las infecciones. Por eso, a menudo se le denomina las «defensas» del cuerpo.

Esta compleja red defensiva es capaz de distinguir entre lo que pertenece al organismo y lo que es extraño a él. Para ello, cada una de nuestras células presenta en su superficie las mismas proteínas, que son únicas y características en cada persona. Vienen a ser como la huella dactilar del individuo. El sistema inmunitario las reconoce y las deja en paz.

Este sistema de identificación individual se denomina «complejo mayor de histocompatibilidad» (CMH) y fue descubierto en 1958 por el profesor Jean Dausset, premio Nobel de medicina en 1980.

cómo funciona el sistema inmunitario

Aunque la inmunidad es única, sus componentes se asignan a dos grandes categorías. Cada sistema actúa en relación con el otro e influye sobre él directa o indirectamente a través de mensajeros.

La inmunidad innata o inespecífica es rápida, nacemos con ella, pero carece de memoria. Las células que la configuran combaten la infección desde el primer momento, pero no identifica patógenos concretos y no crea protección frente a nuevos contagios.

La inmunidad adaptativa tarda alrededor de una semana en desarrollarse tras establecer contacto con un agente extraño. Es específica porque identifica patógenos concretos, a los que reconoce por sus antígenos (sustancias que el cuerpo identifica como ajenas y nocivas) y adquirida porque la fabricamos a lo largo de la vida.

Qué es una enfermedad autoinmune 

Las enfermedades autoinmunes son consecuencia de la pérdida de la capacidad del sistema inmunitario para reconocer ciertas células como propias, por lo que activa la producción de anticuerpos contra componentes del propio organismo.

La diferencia frente a otras patologías provocadas por microorganismos patógenos o alérgenos es que los autoantígenos persisten en el organismo, lo que produce un estado de inflamación constante.

Cefaleas, cansancio, dolores articulares, problemas digestivos, insomnio... la diversidad de síntomas que provocan las enfermedades autoinmunes hace que sean difíciles de diagnosticar. Con frecuencia, las personas que las padecen se sienten incomprendidas, ya que tanto los médicos como la propia familia asocian los síntomas al estrés, a la edad, a la falta de descanso o a malos hábitos. Pueden pasar varios años sufriendo una merma en su calidad de vida hasta que finalmente son diagnosticadas.

Enfermedades autoinmunes: causas

Hay varios aspectos que pueden favorecer el desarrollo de una enfermedad autoinmune.

la microbiota en las enfermedades autoinmunes

Estudios como el publicado en la revista Environmental Science and Pollution Research con el título Microbiota and epigenetics: promising therapeutic approches, han puesto el foco en la alteración de la microbiota intestinal como una de las principales causas que propician las enfermedades autoinmunes.

Pero, ¿en qué medida podemos influir sobre la microbiota y sobre las posibles causas genéticas? La respuesta es que nuestros hábitos alimentarios pueden modificar la microbiota y esta puede actuar a nivel «epigenético» (alrededor de los genes). Por lo tanto, podemos modular la actividad de los genes implicados en las enfermedades autoinmunes acelerando, enlenteciendo o silenciando algunas de sus funciones.

Como todo ecosistema, el equilibrio de la microbiota es relativamente frágil, pero, en condiciones de normalidad, suele mantenerse estable. Ahora bien, un tratamiento con antibióticos, el estrés crónico o una dieta inadecuada pueden provocar la pérdida de la biodiversidad y la estabilidad del sistema.

Una microbiota alterada genera trastornos digestivos y afecta a la función de barrera del intestino, lo que facilita la entrada de sustancias extrañas al torrente sanguíneo, una de las principales causas de estimulación crónica del sistema inmunitario.

Genética y enfermedades autoinmunes

Varios genes pueden estar implicados en el desarrollo de las enfermedades autoinmunes. Pero las variantes genéticas no determinan si se desarrollará o no la enfermedad, solo incrementan o disminuyen el riesgo. Cuando los genes interactúan con un factor ambiental, infeccioso o personal aparece la enfermedad.

Realizar curas depurativas, controlar las infecciones, cuidar la nutrición y gestionar la salud mental son las mejores herramientas para mantener silenciados los genes que podrían activar la autoinmunidad.

Infecciones y enfermedades autoinmunes

Las infecciones provocadas por virus, bacterias, hongos o parásitos también pueden provocar la formación de superantígenos con mimetismo molecular, capaces de activar una respuesta autoinmunitaria.

Dieta reguladora de la inmunidad contra las autoinmunes

Cuando se padece una enfermedad autoinmune, alimentarse de forma equilibrada y acorde con nuestra constitución se convierte en un pilar fundamental del tratamiento. Deberíamos tener muy presentes los siguientes aspectos:

  • Controlar la glucosa en sangre: el exceso de azúcar inflama los tejidos, provoca alteraciones hormonales y crea resistencia a la insulina. Además, cada persona es sensible a ciertos alimentos (intolerancias alimentarias) que originan inflamación y permeabilidad intestinal. Evitar los alimentos que actúan como agresores en nuestro organismo ayuda a prevenir múltiples enfermedades.
  • Dieta antiinflamatoria: la inflamación intestinal provoca una mala detoxificación, un déficit en la absorción de nutrientes y la alteración de la respuesta inmunitaria. Procura comer cada día alimentos que desinflaman y ayudan a restaurar la funcionalidad del intestino: verduras de hoja verde, crucíferas, ajos, germinados, frutos del bosque, especias (jengibre, cúrcuma, canela, etc.).
  • Equilibrio nutricional: una dieta desequilibrada incide en un mal funcionamiento del sistema inmunitario, por lo que mejorar la alimentación y tomar algunos suplementos, si es necesario, es fundamental para frenar las enfermedades autoinmunes.

Por otro lado, con frecuencia quien padece una dolencia se estanca en la creencia de que es fruto de la mala suerte o de la genética, sin asumir que está en su mano modificar su forma de vivir y de interpretar la vida. Según la medicina china, la «basura emocional» que no nos hace mejorar es causa de múltiples síntomas físicos. Aceptar nuestra parte de responsabilidad y liberarse de los sentimientos de culpa, humillación, rabia o tristeza puede contribuir a la recuperación del equilibrio inmunitario.

Ayudas naturales para el sistema inmunitario

En la naturaleza puedes encontrar ayudas para recuperar el equilibrio inmunitario y a aliviar los síntomas de las enfermedades autoinmunes, como:

  • Melena de león. La seta Hericium erinaceus protege las mucosas digestivas y las células nerviosas, dianas frecuentes de las patologías autoinmunes. Dosis: 600-900 mg diarios.
  • Ashwagandha. La Withania somnifera es una planta utilizada por la medicina ayurvédica india para ayudar al organismo a tolerar y modular las situaciones de estrés. Resulta también antioxidante y reguladora del sistema inmunitario. Dosis: 300 a 500 mg diarios.
  • Cúrcuma. El principal principio activo de la Curcuma longa, la curcumina, ha probado sus efectos beneficiosos en casos de artritis y colitis ulcerosa. Conviene tomarla con aceite y pimienta negra. Dosis: 200 mg diarios.

También hay diversos suplementos que regulan la inmunidad:

  • Ácido alfa lipoico: Es un gran limpiador de metales pesados y protector frente a los radicales libres. También inhibe la migración de células T inflamatorias hacia el cerebro y la médula espinal. Lo produce el cuerpo y se encuentra en pequeñas cantidades en los alimentos. Dosis: 600 a 1.800 mg/día.
  • Ácidos grasos omega 3: Protegen la mielina de las células nerviosas y tienen un papel vital en la regulación de los procesos inflamatorios. Dosis: de 1.000 a 5.000 mg diarios (DHA y EPA combinados).
  • Coenzima Q10: La produce el cuerpo y es esencial para la producción de energía en las células, favorece la oxigenación de los tejidos y controla la activación de los macrófagos. Dosis: de 100 a 360 mg/día.
  • Serrapeptasa: Esta enzima proteolítica constituye una alternativa natural sin grandes efectos secundarios conocidos a los fármacos analgésicos y antiinflamatorios no esteroideos. También previene infecciones bacterianas. Dosis: 30 mg dos veces al día, con el estómago vacío.
  • Vitamina D3: Modula la inmunidad e incide en la reducción de citoquinas inflamatorias. Dosis: de 400 a 2.000 UI diarias, pudiendo subir hasta 60.000 UI (bajo control médico) en patologías autoinmunes graves.